Violencia de género
El Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer fue instaurado en 1999 por la ONU el 25 de noviembre, en memoria de las hermanas Mirabal, de República Dominicana, quienes entregaron su vida en una lucha incansable por los Derechos Humanos. Pero, a pesar de esfuerzos encomiables como éstos, aún en nuestros días, resulta alarmante constatar que, según las cifras de la Organización Mundial de la Salud, al año mueren 1.6 millones de personas víctimas de la violencia, por lo que se le considera a la misma como un problema de salud pública. Pero más estremecedor resulta comprobar que el cincuenta por ciento de estas víctimas de violencia son, efectivamente, mujeres: mujeres que mueren a manos de su pareja (elevándose a un setenta por ciento en algunos países). La estadística mundial --que nunca dejará de ser indignante por su propia frialdad-- delata que una de cada cuatro mujeres es víctima de violencia en todo el mundo. De ellas, el veinticinco por ciento ha sufrido una violación o conato de la misma.
La violencia relacionada con el género refleja las relaciones de poder existentes entre varones y mujeres, basadas en el modelo patriarcal y los estereotipos de género que otorgan mayor poder al varón adulto, transmitidos culturalmente a través de generaciones.
Gran parte de la violencia familiar es violencia de género, debido a que las mujeres son más vulnerables a sufrir abuso sexual y violencia psico-física por parte del hombre adulto. Como la violencia es abuso de poder y su objetivo es el sometimiento del otro, puede dirigirse en contra de cualquier sujeto vulnerable y manifestarse ya sea de manera psicológica, o económica, por ejemplo, no sólo de manera física.
Colaboran a la invisibilidad de la violencia familiar, las convenciones culturales, la falta de intervención comunitaria, de atención efectiva a las víctimas, de prevención, de una educación que promueva cambios que estimulen el respeto hacia las y los otros, así como de concientización del fenómeno violento a través de políticas integrales de abordaje. En la medida en que el Estado y sus instituciones no tomen la violencia familiar como un problema social, que los profesionales de la salud y de la justicia no están capacitados para detectar y tratar los casos eficazmente, se estará colaborando con la invisibilidad de la violencia y generando la revictimización de quienes la padecen.
De la misma forma la clase intelectual debe asumir su compromiso a poner en mesa de debate las discusiones sobre los temas de género, problemas sociales que generaciones anteriores de intelectuales ni siquiera consideraban como un problema. Son pocas y pocos los intelectuales comprometidos con los temas de género: entre ellos Carlos Monsiváis, Martha Lamas y Francesca Gargallo. Publicaciones que concentran a la mentes más brillantes del país ni siquiera dan el espacio que las mujeres se merecen y pasan de largo un día tan importante como el quincuagésimo aniversario del sufragio femenino en México. Sería demasido pedirles a dichas publicaciones adoptasen una perspectiva de género como política editorial y en su redacción.
Contribuir con la difusión de la equidad de los géneros a partir del reconocimiento de las diferencias de los mismos, es tarea que nos ha sido delegada a esta nueva generación. Se precisa llevar a cabo acciones afirmativas y una discriminación positiva desde cualquier área en que nos desempeñemos, en la vida cotidiana, aplicando una perspectiva de género en todo momento, incluso en el lenguaje (aunque algunos legos reaccionarios y falsos puritanos de la lengua aún crean que sea ésta una aberración en contra del castellano, sin entender que no es otra cosa que un intento de visibilización de un género que ha sido condenado a un mundo androcéntrico: lo que no se nombra no existe).
La violencia no es un fenómeno natural, sino una aberración cultural que deforma al ser humano y que no hace sino devolverlo a un estadio primitivo. Una vida libre de violencia es una puerta abierta a una visión de mundo mucho más amplia y llena de posibilidades, hacia una perspectiva mucho más enriquecedora de la experiencia humana a la que todos y todas tenemos pleno derecho.
Resulta ignominioso compromar que en nuestro país, las mujeres, que son más del cincuenta por ciento de la población, continúen siendo un grupo vulnerable. Es un insulto al más básico sentido común y a la dignidad humana.
El Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer fue instaurado en 1999 por la ONU el 25 de noviembre, en memoria de las hermanas Mirabal, de República Dominicana, quienes entregaron su vida en una lucha incansable por los Derechos Humanos. Pero, a pesar de esfuerzos encomiables como éstos, aún en nuestros días, resulta alarmante constatar que, según las cifras de la Organización Mundial de la Salud, al año mueren 1.6 millones de personas víctimas de la violencia, por lo que se le considera a la misma como un problema de salud pública. Pero más estremecedor resulta comprobar que el cincuenta por ciento de estas víctimas de violencia son, efectivamente, mujeres: mujeres que mueren a manos de su pareja (elevándose a un setenta por ciento en algunos países). La estadística mundial --que nunca dejará de ser indignante por su propia frialdad-- delata que una de cada cuatro mujeres es víctima de violencia en todo el mundo. De ellas, el veinticinco por ciento ha sufrido una violación o conato de la misma.
La violencia relacionada con el género refleja las relaciones de poder existentes entre varones y mujeres, basadas en el modelo patriarcal y los estereotipos de género que otorgan mayor poder al varón adulto, transmitidos culturalmente a través de generaciones.
Gran parte de la violencia familiar es violencia de género, debido a que las mujeres son más vulnerables a sufrir abuso sexual y violencia psico-física por parte del hombre adulto. Como la violencia es abuso de poder y su objetivo es el sometimiento del otro, puede dirigirse en contra de cualquier sujeto vulnerable y manifestarse ya sea de manera psicológica, o económica, por ejemplo, no sólo de manera física.
Colaboran a la invisibilidad de la violencia familiar, las convenciones culturales, la falta de intervención comunitaria, de atención efectiva a las víctimas, de prevención, de una educación que promueva cambios que estimulen el respeto hacia las y los otros, así como de concientización del fenómeno violento a través de políticas integrales de abordaje. En la medida en que el Estado y sus instituciones no tomen la violencia familiar como un problema social, que los profesionales de la salud y de la justicia no están capacitados para detectar y tratar los casos eficazmente, se estará colaborando con la invisibilidad de la violencia y generando la revictimización de quienes la padecen.
De la misma forma la clase intelectual debe asumir su compromiso a poner en mesa de debate las discusiones sobre los temas de género, problemas sociales que generaciones anteriores de intelectuales ni siquiera consideraban como un problema. Son pocas y pocos los intelectuales comprometidos con los temas de género: entre ellos Carlos Monsiváis, Martha Lamas y Francesca Gargallo. Publicaciones que concentran a la mentes más brillantes del país ni siquiera dan el espacio que las mujeres se merecen y pasan de largo un día tan importante como el quincuagésimo aniversario del sufragio femenino en México. Sería demasido pedirles a dichas publicaciones adoptasen una perspectiva de género como política editorial y en su redacción.
Contribuir con la difusión de la equidad de los géneros a partir del reconocimiento de las diferencias de los mismos, es tarea que nos ha sido delegada a esta nueva generación. Se precisa llevar a cabo acciones afirmativas y una discriminación positiva desde cualquier área en que nos desempeñemos, en la vida cotidiana, aplicando una perspectiva de género en todo momento, incluso en el lenguaje (aunque algunos legos reaccionarios y falsos puritanos de la lengua aún crean que sea ésta una aberración en contra del castellano, sin entender que no es otra cosa que un intento de visibilización de un género que ha sido condenado a un mundo androcéntrico: lo que no se nombra no existe).
La violencia no es un fenómeno natural, sino una aberración cultural que deforma al ser humano y que no hace sino devolverlo a un estadio primitivo. Una vida libre de violencia es una puerta abierta a una visión de mundo mucho más amplia y llena de posibilidades, hacia una perspectiva mucho más enriquecedora de la experiencia humana a la que todos y todas tenemos pleno derecho.
Resulta ignominioso compromar que en nuestro país, las mujeres, que son más del cincuenta por ciento de la población, continúen siendo un grupo vulnerable. Es un insulto al más básico sentido común y a la dignidad humana.