Japón
Japón, ópera prima de Carlos Reygadas (México, 1971) es, a mi óptica, la mejor película mexicana que se ha filmado en muchos años. Al lado de una obra de tan alta factura estética como lo es Japón, cintas como Amores perros y otras de la misma tesitura, no dejan de parecerme meras frivolidades, con todo y que hayan sido elaboradas con muchísimo más presupuesto y mayores recursos humanos y técnicos.
En Japón, Reygadas cifra una poética personal (hecho en sí relevante y digno de aplaudirse), apuesta por una voz propia como artista en medio de los intentos timoratos de otros directores mexicanos por replicar las fórmulas hollywoodenses: entre ellos el propio González Iñárritu, cuyas películas son poco más que un homenaje estruendoso al zapping y al vídeo-clip, que caen en el facilismo de las situaciones humanas llevadas al límite, pero que se muestran miopes e ingenuas ante la vastedad de la riquísima paleta de matices emocionales y vitales de los seres humanos (que Reygadas capta y modula con particular sensibilidad).
La trama de Japón en apariencia es simple: un hombre emprende un viaje para, una vez finalizado, arrancarse la vida. Pero lo que en realidad comienza, sin saberlo, no es otra cosa que un viaje iniciático que lo llevará por derroteros insospechados.
El caso Reygadas es digno de admirarse: en un país donde el arte -y en particular el cine- no puede ser prioridad para sus gobernantes legos, él lo apuesta todo y se aventura a entregar una propuesta estética valiente y sólida. ¡Larga vida!
Japón, ópera prima de Carlos Reygadas (México, 1971) es, a mi óptica, la mejor película mexicana que se ha filmado en muchos años. Al lado de una obra de tan alta factura estética como lo es Japón, cintas como Amores perros y otras de la misma tesitura, no dejan de parecerme meras frivolidades, con todo y que hayan sido elaboradas con muchísimo más presupuesto y mayores recursos humanos y técnicos.
En Japón, Reygadas cifra una poética personal (hecho en sí relevante y digno de aplaudirse), apuesta por una voz propia como artista en medio de los intentos timoratos de otros directores mexicanos por replicar las fórmulas hollywoodenses: entre ellos el propio González Iñárritu, cuyas películas son poco más que un homenaje estruendoso al zapping y al vídeo-clip, que caen en el facilismo de las situaciones humanas llevadas al límite, pero que se muestran miopes e ingenuas ante la vastedad de la riquísima paleta de matices emocionales y vitales de los seres humanos (que Reygadas capta y modula con particular sensibilidad).
La trama de Japón en apariencia es simple: un hombre emprende un viaje para, una vez finalizado, arrancarse la vida. Pero lo que en realidad comienza, sin saberlo, no es otra cosa que un viaje iniciático que lo llevará por derroteros insospechados.
El caso Reygadas es digno de admirarse: en un país donde el arte -y en particular el cine- no puede ser prioridad para sus gobernantes legos, él lo apuesta todo y se aventura a entregar una propuesta estética valiente y sólida. ¡Larga vida!