Música y Literatura
Contrario a mi costumbre, comencé a leer El arte de la novela, de Milan Kundera. Casi me quedo dormido a la mitad. Y es que pocas cosas me chocan más que leer a escritores hablando sobre literatura o sobre los procesos de escritura como generalidad. Llegué al “Diálogo sobre el arte de la composición”. Conforme fui avanzando las páginas no pude evitar sentir “vergüenza ajena” por las afirmaciones tan ingenuas de Kundera. No deja escapar un momento para establecer paralelismos entre los sistemas y las estructuras musicales con la literatura de Broch, Dostoievsky, et al, y, en especial, con su obra. Estos paralelismos resultan totalmente inocentes y arbitrarios, como el “tempo” de sus novelas, la “polifonía” de sus capítulos, el desarrollo de “temas” y demás sarta de barrabasadas. Alguien debería decirle que hace el ridículo y que así sólo logra poner en evidencia su ignorancia (como ya hizo Carlos Fuentes al querer hacerse pasar por melómano en El instinto de Inés). En todo caso, ¿por qué sus analogías entre música y literatura siempre son tan cómodas? Es decir: sólo hace comparaciones con música tonal y estructuras tan anquilosadas como la sonata (¡!). Y para colmo de siglos pasados (como si no hubiéramos tenido ya suficiente de esa “música clásica”). Música obsoleta. Lo que equivale a declarar por lo tanto la obsolescencia de sus propios medios. ¿Por qué no, en cambio, elaborar vasos comunicantes con nociones musicales más vigentes, como las de Ferneyhough, o el espectralismo sonoro francés, o al menos la de “masa sonora” y el concepto de la introducción del principio de la casualidad en sus sistemas literarios mediante el empleo de funciones matemáticas no lineales y demás argucias matemáticas, como en la música estocástica de Xenakis? ¡Qué incómodo resultaría todo eso! ¿Verdad, Sr. Kundera?