fuera del mundo
Sucedió lo que tanto temía. Hoy hace más de un mes que no tengo internet. Imposible pagarlo ya. Los cyber cafés no son el lugar más propicio para postear. Padezco enormidades de la carencia de una herramienta que se había vuelto fundamental dentro de mi rutina de trabajo. Ni mencionar la vigencia de este blog... Ahora ni siquiera puedo seguir el ritmo de los otros blogs: los cinco minutos en esta computadora pública me impiden seguir el hilo del debate sobre Jelinek de Heriberto, por ejemplo. Sólo puedo unirme rápidamente a las quejas de Téllez-Pon respecto a la Biblioteca Nacional.
Para nadie es una noticia que los ridículos precios de las novedades editoriales en nuestro país son un factor prohibitivo (el último libro que pude comprar fue la traducción The hours, de Michael Cunningham, en más de trescientos pesos; las nuevas novelas de Bolaño y de Lobo Antunes, con sus más de quinientos pesos en la etiqueta, sólo puedo acariciarlas cada vez que cometo el error de husmear en alguna librería). Así es que, ingenuamente, al llegar al DF, creí que la Biblioteca Nacional sería la salvación para cualquier asiduo de la literatura contemporánea. ¡En qué error estaba! Un buen día salí temprano hasta la UNAM, dispuesto a llevarme a la casa un montón de libros... Lo primero con lo que me topo es la advertencia de que los libros no pueden ni verse ni tocarse (lo primero que uno hace en una biblioteca es saquear los estantes, manosear los libros, olerlos, leer las primeras páginas...). En cambio, en esta Biblioteca, uno debe llenar su ficha y esperar a que los encargados vayan a buscarlo (si lo tienen en catálogo hay que rezar para que permitan fotocopiarlo, pues pasarse el día entero en esas celdas es una experiencia que no recomiendo en absoluto). Mis primeras entradas en el buscador del sistema de la Biblioteca Nacional fueron como siguen:
Danticat, Edwidge
Roth, Philip
Houellebecq, Michel
Murakami, Haruki
Jelinek, Elfriede
Banville, John
Auster, Paul
Jaeggy, Fleur
De las cuales sólo obtuve la siguiente salida:
"El lamento de Portnoy", 1963
Las condiciones en que opera esta biblioteca dirigida "hacia un país de lectores" son paupérrimas, amén de la falta de actualización del acervo y de lo engorroso que la burocracia interna vuelve cualquier trámite (comenzando porque le piden a uno mostrar una identificación a la entrada, hasta la imposibilidad de sacar a préstamo los libros o siquiera fotocopiarlos, en el caso de las ediciones más viejas).
Quizá esta sea mi despedida de las dos cosas a las que les profeso ya un amor inquebrantable: el Internet y la literatura contemporánea.