este país se está

yendo al carajo...

Después de los episodios recientes en que el narco mostró con toda claridad quién manda realmente en este triste país, hace poco nos enteramos de la noticia de la infiltración de un soplón del narco en las oficinas de los Pinos durante años (la seguridad de Fox pendió de un hilo todo el tiempo sin que nadie –sobre todo el CISEN, dedicado al chismorreo y a espiar a la oposición antes que a hacer su trabajo-, absolutamente nadie se diera cuenta o moviera un dedo). Nadie puede soslayar la gravedad y la magnitud que implica esto. Queda clarísimo en manos de quiénes estamos y a quién pertenece este país. ¿Quién dijo soberanía? ¡No venga con cuentos!

Lo más triste es comprobar que la gramática de poder instaurada por el Narco tiene consecuencias palpables en nuestro entorno más inmediato. Para nadie es un secreto que esta misma gramática se transcribe en sangre. Hace unos días, Stephanie, una niña de catorce años que cursaba el segundo grado de secundaria, se quitó la vida por una deuda de 3000 pesos con el narco. Stephanie expuso los motivos de su decisión en una carta redactada a máquina. Ella, como tantos otros adolescentes en nuestro país, en nuestras ciudades, en nuestras colonias, vendía grapas de cocaína en su escuela secundaria. Ante la enorme presión, y al no poder cubrir la cuota que su dealer le exigía puntualmente (la muchacha extravió parte de la cocaína al esconderla para que en su escuela no fuera descubierta), Stephanie no encontró, a su perspectiva, remedio mejor que arrancarse la vida.

¡Qué tristeza me da mi país! ¡Qué dolor por su gente, que paga las inmundicias de los que ostentan el poder, llámense políticos o narcotraficantes: la misma calaña, la misma porquería a fin de cuentas! ¿Y ahora qué? ¿Qué sigue?