: friedl, que es la violinista del brazo roto

por cristina rivera-garza





Es una mujer con una pulsión musical.
Es una ciudad donde se erige el palacio Wittgenstein.
Es el inicio de un siglo.
Una plaza. Un zafarrancho. Los cuerpos unos contra otros. Sangre. Ruido.
Una pieza de Schönberg.

Y si me preguntan quién es ella, tendré que decir que se llama Friedl, que pronto perderá el cabello y hasta un diente; que está a punto de conocer los celos, la envidia, la sospecha. Que, antes, ha pasado meses encerrada en una habitación sin hablar, aspirando el olor a su propia mierda, con tal de no ceder, de no aceptar. Que, después, ha ocultado su historia. Un silencio atravesado por los acordes del violín. Tendré que decir que se trata de Friedl, la violinista del brazo roto. Que estamos en Viena, en el verano de 1927.

¿Será cierto que toda historia empieza siempre con una fractura?
¿Será cierto que toda historia es siempre la historia de una imposibilidad?


I. LAS CARTAS AL MENTOR
En “El amor entre el deseo y la pulsión”, uno de los ensayos que componen (Per)versions of Love and Hate, uno de los libros recientes de la filósofa y socióloga eslovena Renata Salecl, la música se da a la tarea de estructurar, o de deshacer según sea el caso, ciertas relaciones amorosas entre hombres entregados a un instrumento musical o mujeres de inusual virtuosismo. La música, en su papel primadonesco de pulsión, no sólo da la pauta para decir una vez más que “lo que nos atrae en el Otro no es simplemente su deseo, sino su pulsión—eso que obliga al Otro a emprender una actividad independientemente de lo doloroso que esa actividad pueda ser”, sino también para comparar las maneras en que la diferencia sexual se inscribe en ese triángulo que se forma entre el amor, el deseo y la pulsión misma. La conclusión a la que llega Salecl no es ni muy sorpresiva ni muy alentadora. Después de analizar un par de películas (Rapsodia y El Séptimo Velo, entre otras), Salecl reporta que “la pulsión en la mujer es algo seductor y horripilante a un tiempo. Si la mujer quiere en realidad ser una artista exitosa, tiene que ser subordinada a los límites de una relación simbólica con su mentor. Una mujer que no se subordina de esa manera se convierte en la temida imagen de la devoradora de hombres”.
[1] Añade: “Cuando la mujer provee las condiciones para el éxito del hombre, él tiene que separarse de ella en un cierto punto—si él no lo hace, ella tiene que aniquilarse. En el caso de que el hombre se convierta en el mentor de una mujer, la situación es la contraria: la mujer tiene que retener la cercanía con el mentor—si no lo hace así, o abandona su carrera o se suicida.”[2]

En Viena Roja, la primera novela del escritor zacatecano Tryno Maldonado, una virtuosa del violín, Friedl Aichniger, logra mantener una cercanía intensa e íntima con su mentor, Herr Schönberg, a través del envío de cartas larguísimas—misivas acaso demasiado informadas, demasiado conscientes de ser misivas, aunque siempre, también, entrañables. Si Salecl está en lo correcto, entonces, al conservar a su mentor, Friedl estaría librándose o, cuando menos, cuidándose, tanto de la muerte, física y simbólica, como del fracaso. Subordinada de manera estratégica al conocimiento y protección de Arnold Schönberg, Friedl no sólo resiste el deterioro y la adicción a la cocaína de Harald, su marido, sino que también se las arregla para sobrevivir, impartiendo clases de violín, en una Viena que, en 1927, vive una de sus etapas más turbulentas. Pero Friedl es, en realidad, un ser insubordinable y sobre ella pesa, consecuentemente, el destino de la mujer sujeta a su pulsión—seductora y horripilante al mismo tiempo—la muerte o el fracaso. Sobre ella pesa su propio cuerpo.

En efecto, con ese tipo de extraña intimidad que con frecuencia une a mentores y artistas, las cartas que Friedl le dedica a Schönberg adquieren a veces el registro solemne del alumno que trata de impresionar al maestro y, en otras, el tono quejumbroso del pequeño que busca la protección de sus superiores o, aún en otras, el timbre de la complicidad que sólo es posible entre iguales—en esa constante ambivalencia surge un personaje complejo, de inusual fuerza y candor, altanero e inseguro a la vez, determinado o necio, según el punto de vista de quien lo describa, en todo caso: multifacético. De esa ambivalencia constante, de esa plétora de tonos, surge también, poco a poco, aunque definitivamente en crescendo, el cuerpo de Friedl—su cuerpo visitado por la historia, su cuerpo destrozado.


II. EL CUERPO VISITADO
Es una masacre.
Es un violín bajo la pata de un caballo.
Es una pieza de Schönberg.
Es la historia de Viena, 1927. La historia de un cuerpo. La historia.
Es una pulsión que se va.

Nadie va más allá del cuerpo. El cuerpo no va más allá de la historia. Estamos encerrados aquí, eligiendo. Parafraseando algo que creo haber leído en Miller hace mucho tiempo: tenemos, si tenemos algo, la mejor parte de un mal trato. El mal trato es la vida ésta con historia, dentro de la historia y su violencia, y sin nada más. Porque lo que me resulta más interesante de Viena Roja no es la sólida investigación que sostiene sus descripciones ni el cuidado con el que son cincelados edificios y monumentos, sino la estricta y entrañable función que cumplen para cincelar y describir y traer a la tierra el cuerpo de Friedl, que es la violinista del brazo roto.

Si la historia, efectivamente, destroza, el destrozo, sin embargo, trae con él consecuencias impensables. Friedl ya no será la misma sin su pulsión, pero sin su pulsión Friedl tiene que recobrar su historia íntima y puede, finalmente, contarla. No es casual que una Friedl demasiado dispuesta a impresionar y sancionar, muy pronto, justo después de su fractura, no tenga el menor empacho en desdecirse (Alma Mahler, todo parece indicarlo así, no era después de todo tan insoportable, por principio de cuentas). No es casual que la mujer aquella que pregonaba discursos enteros sobre la liberación sexual (en un estilo que, en ocasiones, no le pertenece a su pedazo de siglo y sí a un autor acaso demasiado lleno de opiniones) pronto, después de su fractura, se vea envuelta en los celos típicos de los inseguros y los posesivos. No es casual, pues, que pronto después de su fractura Friedl se vuelva más y más humana, es decir, más y más vulnerable. Contradictoria. Generosa. Vibrante. Despiadada.

La mujer sin pulsión y, eventualmente, sin mentor, tomará una decisión rigurosa. Una decisión despiadada. Pero lo hará desde la luminosidad absoluta de su poder de elección. Si Friedl hubiera escrito libros, esta decisión la habría convertido, naturalmente, en una escritora del No. Aquí no hay derrota ni fracaso ni muerte. Aquí hay derrota y fracaso y muerte pero de otra manera. Aquí, quiero decir, hay vida.

-Cristina Rivera-Garza
(Texto publicado en el suplemento El Ángel del diario Reforma, 2005)

[1] Renata Salecl, “Love Between Desire and Drive”, (Per)versions of Love and Hate (New Cork: Verso, 2000), 56.
[2] Salecl, “Love Between Desire and Drive”, 57.