: generación quemada




Como es costumbre en el medio editorial anglófono, los eslóganes mercadotécnicos son moneda de uso corriente dentro de las reseñas de libros y de las críticas literarias. Las frases deslumbrantes remplazan y rebasan, por su pronta efectividad, a todo criterio de talante crítico. Así es como, a la fecha, es sabido por todos que Zadie Smith (Londres, 1974) “es la escritora joven con que todo escritor joven debe ser medido”. No diré nada al respecto. Siguiendo esta lógica impuesta más por los intereses mercantiles que los literarios, la indicada para prologar una antología de escritores estadounidenses jóvenes (dada la pertenencia a una misma tradición ligada por el idioma) sería, en efecto, Zadie. No obstante, cuando ojeé el epílogo de The burned children of America (Generación quemada, Siruela, 2005), me llevé la enorme sorpresa de que los compiladores y editores ni siquiera son anglófonos naturales, ¡sino un matrimonio joven de editores italianos adictos a McSweeney’s! Zadie nada tuvo que ver en el proceso de selección. Cuenta ella misma en el epílogo que cuando conoció a Marco Cassini y Martina Testa, ellos ya tenían el proyecto bastante avanzado (más o menos el método para contactar a cada escritor había sido el mismo: vía e-mail y/o a través del convencimiento mediante cantidades ingentes de alcohol, luego de cazarlo como auténticos groupies). Lo único que les faltaba hacer era hallar el medio para que las grandes editoriales voltearan a verlos y que el éxito comercial de la empresa estuviera garantizado. ¿Cómo? Fácil: emborrachando a Zadie Smith hasta las cachas (“la escritora joven con que todo escritor joven deber ser medido”) luego de dictar una conferencia en Italia, y haciéndola firmar un contrato para el epílogo en una servilleta del bar. Y así fue. Ella misma lo cuenta medio en broma, medio en serio... Pero el epílogo y la antología allí están. ¡Y en buena hora!

Es cierto que el proceso de selección en esta antología es arbitrario y excluyente (varios nombres notables de la tan sonada “next generation” no han sido incluidos). Pero lo es tanto como puede serlo el de cualquier otro ejercicio del mismo tenor. No nos dejemos engañar. A pesar de su profusión, la naturaleza del proyecto emprendido por los jóvenes editores italianos es forzosa y doblemente restrictiva, y más bien regida por tanto por su gusto personal como por la accesibilidad que ellos mismos tuvieron a los textos de los autores. Es claro que la compilación no se sujeta a un eje rector vertical de consideraciones estéticas o temáticas y, en cambio, opta por la mecánica de la inclusión según su calidad, considerando como parámetro el de la edad (el único criterio arbitrario que marcaría en todo caso a esta “generación” como tal, si es que hay alguno) que abarcan los dos picos de la antología: por un lado George Saunders, nacido en 1958, y por el otro el joven Jonathan Safran Foer, nacido en 1977. Esta misma holgura de criterios vuelve especialemnte heterogéneo el libro, y lo convierte en una cartografía del panorama de la narrativa estadounidense actual antes que un intento vertical por establecer un discurso generacional compartido. Ello se vuelve evidente también al momento en que vemos la tabla de contenidos: ninguno de los cuentos fue escrito ex profeso para el proyecto; todos pertenecen ya sea a alguna compilación del autor o habían sido publicados en revistas con anterioridad. Pero no vale en cualquier caso demeritar el empeño de los editores italianos, a quienes podemos considerar como dos tozudos cazadores de perlas dentro de un mar fecundo y embravecido.

Considerando los parámetros sinuosos sobre los que se ha asentado el eje rector de esta antología, he optado por comentar cada cuento por separado. Mostrar una síntesis sucinta y rastrear paralelismos e influencias entre las distintas voces podría parecer, de entrada, lo más lógico. Sin embargo, dada la cabal salud de que gozan estos niños lozanos, he decidido hacer justicia a cada una y cada uno de ellos, a riesgo de mostrar un panorama fragmentario, pero que sirva al final del día como una suerte de carta de navegación para aquellos que decidan adentrarse en estas páginas y en el resto de las obras de estos formidables narradores.


George Sauders, ¡SÉ HABLAR!MR
La decisión de los editores de abrir la antología con este cuento es deliberada a todas luces. Uno de los tópicos que discurrirán por las páginas subsecuentes lo sirve Saunders. La de Saunders es una crítica feroz a la cultura de la publicidad y a la religión del consumismo desde su púlpito y con su propios sermones: el cuento está escrito como si fuera una carta de uno de los miembros del departamento de ventas de una empresa a una de sus clientas, insatisfecha por un producto recientemente adquirido. La retórica de la cultura de las ventas vuelta un recurso literario efectivo y cáustico. Así, el lector pasa pronto de la incredulidad a la complicidad, de la complicidad al asombro, y del asombro al desconcierto.

Matthew Klam, Habría que darle un nombre
Y sí: habría que darle un nombre a este pedazo de narrador. Talento. Nada más. En su estado más salvaje y puro. Talento narrativo. El de Klam es un relato que en lo personal me arrancó la carcajada más hilarante hasta el franco llanto con su final desahuciado y conmovedor. Klam posee una voz desenfadada y siempre lúcida, permeada por un humor finísimo pero igualmente corrosivo que asalta a la vuelta de la esquina. Su cuento nos adentra en el mundo viciado y lleno de abulia de un matrimonio joven que busca una válvula de escape a la menor provocación. En este caso el banal proceso casero de un para preparar un pollo relleno, acompañado de astutas digresiones. La pareja de Klam es representante de ese “multiculturalismo americano” que, antes que volver fragmentaria a la nueva narrativa estadounidense, es la constante que al final del día termina por caracterizar a buena fracción de la literatura anglófona del continente americano y de la antigua Commonwealth.

Judy Budnitz, Cisternas
Una pregunta. ¿De dónde demonios salió este prodigio de narradora? Judy Budnitz quizá sea el mayor descubrimiento al mundo de habla castellana de esta antología (aunque Alfaguara ya le ha publicado en España una traducción de If I told you, 2001), cortesía de Cassini y Testa. Como varios otros en estas páginas, Budnitz es cliente habitual de las páginas de McSweeney’s. De no haberlo sabido, sus textos dan evidencia de ello: son ejercicios bien logrados de imaginación con incursiones de sesgo fantástico, de personajes entrañables y de sensibilidad para captar los hilos traslúcidos en que se tejen las relaciones humanas. Budnitz posee una prosa que se disfruta enormidades, una prosa gozosa pero que jamás da concesiones.

Myla Goldberg, Test de compresión
Este texto rebosa inteligencia y gusto por un metadiscurso juguetón (de nuevo en la más pura vena McSweeney’s) pero, a diferencia de otros ejercicios malogrados del mismo tenor, Myla jamás desdeña su despierto instinto narrativo, que lo tiene, mucho y bien afinado. De los senderos narrativos por los que nos encamina Goldberg nos daremos cuenta conforme su cuento en forma de test (de nuevo la literatura apropiándose de las herramientas del mercado, como en el cuento de Saunders) nos ha atrapado, en efecto, en una trama de una tensión dramática notable que encima nos plantea discretamente preguntas morales como hierros candentes en cada nuevo apartado del “cuestionario”. La intolerancia y el miedo atávicos de la cultura gringa, su lógica pedestre de exclusión y exterminio ante todo lo ajeno, lo extraño, son puestas de manifiesto por Myla como una herida sangrante de manera muy astuta y efectiva.

Jeffrey Eugenides, Multipropiedad
Conocido de sobra por su portento de primera novela, Eugenides nos trae aquí un texto contado de manera sólida y contenida. El talante melancólico y nostálgico por un pasado perdido, así como por un hipotético futuro promisorio, de una familia estadounidense de clase media-alta, será el motor que pondrá en marcha la devastación lenta y paulatina de un escenario de utilería que se irá derruyendo con el paso de los días. Toda esta vida pretendidamente “americana” ha sido una farsa, tan espuria como las palmeras que el padre insiste en trasplantar sin éxito a su propiedad. La memorable escena que nos describe Eugenides hacia el final del cuento, remata con crudeza todas las expectativas venidas a tierra de una familia arribista que de pronto posee sólo una imitación burda de lo que un día anheló.


David Foster Wallace, Encarnación de una generación quemada
Al genio de Foster Wallace sólo le hacen falta poco más de tres cuartillas para demostrarnos de lo que su voz es capaz. Ni siquiera lo avisa. Sólo llega y nos violenta con una miniatura desencarnada. Sin pedir permiso. El nacimiento de una generación quemada. Acostumbrados como nos tiene a su tono lúdico y a sus textos de aliento prolongado, en esta ocasión opta por un vehículo distinto, pero que maneja con la misma sagacidad, al contarnos un episodio que conmocionará a cualquier lector por su brevedad, su contundencia y la violencia de una voz dura como el basalto pero musical como una ópera. Todo en poco más de tres páginas.

Amanda Davis, Faith o Consejos para una joven que quiere tener éxito
Estructurado por apartados a la manera de un artículo de consejos prácticos de las primeras revistas femeninas del siglo veinte, este relato de Amanda Davis (fallecida poco tiempo antes de la publicación de esta antología) es todo menos eso y sí una revisión sardónica del mismo tema, un escupitajo en la cara todo aquello que el colectivo masculino ha decidido convenir como “femenino”, un texto que incomoda al lector por la violencia de su prosa. Lo que Davis nos presenta es la historia de Faith, que deberá enfrentarse a su pasado reciente y a ella misma, con un registro lleno de asfixia y de crueldad. Estamos frente a un cuento de identidades abúlicas, de alter egos siniestros y manipuladores que trae a la mente El club de la lucha de Chuck Palahniuk, pero que no por ello le resta un ápice de maestría en su factura.

Dave Eggers, Cartas de Steven, un perro, a magnates de la industria
Un divertimento de tono fársico que se ve venir desde que sabemos que Eggers figura en el índice-de-cualquier-cosa. Fundador de McSweeney’s, Eggers es quizá quien dentro de esta compilación encarna y representa con más vitalidad ese gusto de su generación por quitarle de una vez lo solemne a las cosas que supuestamente deberían tenerla: como la literatura. Pero no por ello sacrificando buen tino estético, ni justificándose en el chascarrillo fácil, como es costumbre en nuestras letras. Al contrario. Qué es la literatura, y el arte en general, sino una vindicación de la vida, una celebración de la misma... Steven, el perro que supuestamente escribe cartas a empresarios de corporativos multimillonarios en este cuento, nos comparte su gusto por los placeres más fútiles: correr como un misil entre los árboles, retozar al sol o robarse un pedazo de pizza de la mesa de sus amos. Todo, al final, claro, sólo para entregarnos una retorcida vuelta de tuerca que nos provoca desternillarnos de la risa. Larga vida a Dave Eggers y a Timothy McSeewney.

Julia Slavin, Odontofilia
Slavin nos presenta un cuento de inevitables reminiscencias cortazarianas (pienso en Carta a una señorita en París) donde el cuerpo, sus partes específicas, cobra una fuerte carga simbólica, tanto como en la colección de relatos de donde ha sido tomado (The woman how cut off her leg at the Maidstone Club and other stories). Las partes del cuerpo por sí mismas, la obsesión por ellas al grado del franco fetichismo y su consecuente intento de admiración o cercenamiento al no poder poseerlas del todo como un elemento básico para el juego erótico, son la piedra de toque en el imaginario de Slavin. Piezas dentales que crecen, demudan y vuelven a crecer a lo largo de todo el cuerpo de una mujer, y las consecuencias de ello en su relación de pareja, son la clave de tono fantástico en que opera la fábula de Odontofilia, donde todo puede esperarse, menos falta de imaginación o timidez para narrar.

A.M. Homes, Una verdadera muñeca
Cuento perturbador e hilarante por donde se le vea salido de la mente de una escritora de un imaginario caprichoso y una prosa que, cuando menos, incomoda. Acompañamos a un pre-adolescente que irá descubriendo su sexualidad a base de valiums, coca-cola light, el par de piernas plastificadas de la muñeca Barbie de su hermana e incluso el orificio sin cabeza del tronco de Ken. Un buen día el joven narrador se acercará a Barbie, por quien siempre ha mostrado simpatía. La invitará a salir a dar una vuelta por el patio trasero. Le invitará una coca-cola (ventajosamente cargada de valium para sedarla y luego intentar seducirla) e iniciará un tormentoso romance cuando ésta al fin le corresponda, todo a escondidas de su hermana y de Ken, por supuesto. Sorprende gratamente que sean las escritoras quienes muestren menos respeto por las convenciones de lo políticamente correcto y que, en cambio, enseñen un descaro que al final del día se agradece. La de Homes es, sin duda, una carrera que hay que seguir.

Shelley Jackson, Sueño
Relato de tono onírico en todos los sentidos. El relato de una generación en inminente desahucio que opta, invariablemente, por la evasión, por el sueño, por abandonar su cuerpo como un insecto que muda de piel y escaparse hacia otras latitudes imaginarias, no confrontar la dureza de una vida que los obliga a madurar a palos. El sueño (que tranquilamente podría ser la imagen para alguna droga en este cuento, o si se quiere un eufemismo: la televisión) cae en las ciudades como una llovizna, como una nieve tenue. Sólo basta con recoger una buena cantidad de las banquetas para amasar bien que mal un muñeco que se parezca a nosotros, que éste cobre vida para dejarlo ocupando nuestro lugar en este jodido mundo. Y soñar.

Stacey Richter, El primer hombre
Stacey Richter es la autora del libro de cuentos My date with Satan. ¿Alguien dijo “literatura basura”? ¡Bah! Que dé dos pasos al frente y aprenda de Richter cómo hacer literatura de verdad. Stacey Richter es una narradora dura, con un instinto tremendo. Su rango de personajes van desde los adictos al internet hasta los músicos de heavy-metal, pasando por las maestras de preparatoria junkies que se meten en serios problemas cuando han reprobado a su dealer: todos envueltos por un descaro, un patetismo y una abulia exasperantes.

Aimee Bender, El protagonista
Como varios de los cuentos compilados aquí, el de Bender aparenta abordar un discurso enarbolado por un narrador inocente que poco a poco toma conciencia de lo que sucede en su mundo, además de hacer guiños descarados con elementos mágicos y/o fantásticos. Lo que se esconde detrás es una capa de profunda melancolía y desencanto (como en el texto de Shelley Jackson). Las atmósferas y los personajes de Bender nos traen a la mente el mundo peculiar y un tanto siniestro de Tim Burton. No en balde las similitudes con nuestro personaje central a uno de Burton: un muchacho que ha nacido con la singularidad de tener todos los dedos de la mano (excepto uno) con forma de llaves. A lo largo de su vida irá descubriendo en qué cerradura encaja cada uno, siempre en el momento preciso, como si cada llave representara un escalón más dentro de su educación sentimental. Y de hecho así lo será.

Ken Kalfus, Los centros comerciales invisibles
La referencia es más que obvia: Kalfus se da el atrevimiento de revisitar a Italo Calvino de Las ciudades invisibles. De esta forma, nos topamos con una parodia de los soliloquios a los que les dio vida Calvino: de Marco Polo a Kublai Kan, describiéndole con minucia aquél a éste las ciudades que cobijaba su enorme poderío. Pero, en esta ocasión, lo que el marinero veneciano describe al Kan son los centros comerciales que existen bajo su imperio, lo que se vuelve más bien una suerte de sketch de Saturday Night Live. De esta forma Marco Polo nos describe con solemnidad centros comerciales enteramente dedicados a productos de marca, de precios inaccesibles para los mortales, otros más dedicados a productos vintage y retro, así como alguno donde incluso se puede comprar algo de tiempo para quienes siempre llegan retrasados. Todo, claro, si se posee una tarjeta de crédito.

Arthur Bradford, La rana de las nieves
Un cuento lleno de imaginación, candor y una fábula entrañable. Un espíritu incansable por contar historias. Los personajes de Bradford rebosan vitalidad y energía, tanto que casi pueden sentirse brotar de las páginas. Es un auténtico goce sumergirse en sus fábulas y asumir con todo el gusto momento ese “pacto de verosimilitud” en el que nos comprometemos a pie juntillas en creer que una “rana de las nieves” puede incubar en el estómago de una niña clemente, que al salir por su boca, podremos verla dando saltos por el prado nevado, derritiendo áreas y áreas de nieve con su calor y cada nuevo salto.

Jonathan Lethem, Videoapartamento
De nuevo la publicidad como tema dentro de estas páginas. El mundo (no hace falta ya mucha imaginación para crear esta imagen que pretende ser futurista) está polarizado: por un lado los miserables, que cada vez son más, y por el otro los millonarios, que cada vez son menos. La única forma que los pobres (confinados a un embotellamiento perenne y habitantes de departamentos virtuales) pueden atravesar la Barrera Permeable por un Solo Lado, hacia la zona residencial y comercial, es como anunciantes casi-zombies de publicidad. El protagonista del relato así lo hará, para tratar de resolver un misterioso asesinato. Este rico texto es un homenaje tanto a Bradbury como a Dick (de quien Lethem se ha considerado siempre un ferviente lector). No nos extrañemos cuando veamos la retorcida imaginación de Lethem en la pantalla, cortesía de David Lynch y su pospuesto proyecto para dirigir Amnesia Moon.

Sam Lipsyte, El brazo malo
Un cuento sobrecogedor. El miedo, la paranoia, de las nuevas generaciones de norteamericanos hacia la muerte, en especial a un tipo específico de muerte trágica y súbita, está encarnado maravillosamente en este texto, mediante un simbolismo tan fino como estrujante. Se trata del espanto de una familia por cuidar y sobreproteger a como dé lugar, el brazo frágil y enfermizo de una de sus integrantes. El piquete de abeja, el roce nimio en apariencia de un clavo, de una esquirla de metal o madera aguardando alrededor, puede devenir toda una tragedia para esta familia. La enfermedad, la obsesión con su tratamiento y sus curas, son un tópico recurrente dentro de la bibliografía de Lipsyte, quien aquí nos regala un texto corto en extensión pero mucho más hondo y memorable.

Rick Moody, Circulación
Un relato cuya premisa da mucho qué esperar de entrada, pero que al final termina debiéndole bastante al lector, sobre todo por el prestigio de Moody. La base del cuento es la concatenación incesante y cíclica de los seres humanos, de las líneas sanguíneas y de sus destinos. La velocidad de los conflictos y sucesos resulta abrumadora tanto como el name dropping de que echa mano Moody, quien quizá debería haber optado por el sosiego y el silencio antes que por el vértigo y el estruendo.

Jonathan Safran Foer, Manual para puntuar las enfermedades del corazón
Safran Foer es el escritor más joven de esta antología. No es en balde que la colección cierre con su texto. Todos sabemos de él. Sabemos de su precoz primera novela (Everything is illuminated) y de los alcances y flexibilidad de su registro narrativo. Sabemos también de su esposa, sólo tres años mayor que él y quizá, incluso, un poco más talentosa: Nicole Krauss, una de las no incluidas en este proyecto, junto a Michael Chabon, Jonathan Franzen o Chuck Palahniuk, por mencionar sólo algunos de los ausentes. El ejercicio narrativo de Safran Foer consiste en atribuirle valores semánticos a distintos signos gráficos e insertarlos dentro del texto. El narrador va explicando cómo debe emplearse cada uno de estos signos en diálogos familiares triviales. Pero lo que subyace debajo del texto no es otra cosa que la dificultad (o la facilidad en todo caso) para expresarse entre sí de una familia agobiada por las enfermedades, la frustración y la melancolía.

Dentro de estas páginas hay una enorme lección para nuestras letras emergentes. Debemos tomar nota de inmediato. Aprendamos de esta nueva generación de narradores y narradores norteamericanos. Aprendamos y asombrémonos. Aprendamos y reconozcamos que la nuestra, la de nuevos narradores mexicanos, no da para mucho, que de hecho da para muy poco. Estamos muy a tiempo de buscar otras chambas. Por eso me atrevo a decirlo así, sin pelos en la lengua.
Así, pues, reconozcamos que, ante tan dura evidencia de los niveles literarios que tienen los jóvenes narradores del imperio, lo nuestro es apenas un ejercicio de onanismo mal avenido. Vamos, hablando sin rodeos: comparada con la gringa, nuestra narrativa joven es una puñeta mal hecha.



© 2005 Tryno Maldonado