: paul auster



De Paul Auster (Newark, 1947) he leído casi todo. Cuando tengo algún hallazgo, alguna pieza suelta dentro de su bibliografía, no dudo un instante en leerla y recomendarla. Cada obra de Auster es garantía de una fábula perfecta. Historias dentro de otras historias, novelas dentro de otras novelas, vidas entrecruzadas dentro de otras vidas... Ejercicios de resistencia imaginativa y un tour de force narrativo que crean el espejismo de que, en efecto, es el azar el único sistema sobre el que operan sus anécdotas. Sus tópicos están trazados desde sus primeros libros: Nueva York, el azar, la paternidad (y el patriarcado), la caída, la soledad auto-impuesta, la escritura y sus herramientas (no así necesariamente la literatura), la infidelidad, la búsqueda de la identidad, la educación sentimental, los códigos dentro de la amistad, el bildungsroman, la Historia, etc. Auster, lo he dicho antes en estas mismas páginas, me recuerda en buena medida a un “crack” del fútbol: un Ronaldinho de la narrativa. Pocos como él poseen ese instinto salvaje para contar historias, esa pulsión indómita por narrar, y encima hacerlo con una soltura y una perfección que hace parecer lo más sencillo del mundo el sentarse a redactar trescientas páginas de un tirón, tal como lo aparenta ver a Robinho quebrándole la cintura a un defensa central en dos tiempos. Por lo menos así lo creí yo: un buen día me senté a contar una historia en una libreta. Era una historia simple, sobre un gato, muy influenciada por mi lectura adolescente de Poe. Desde ese día y hasta la fecha no he parado. Esa historia creció. Se entrecruzó con una más. De ese cruce descubrí que había un par más de anécdotas que merecían ser dichas, o que pujaban por ser dichas. Esas otras me llevaron a lugares y lecturas que ni siquiera imaginaba que existieran. Y así, al infinito.

Auster sabe de la importancia capital de la trama y las subtramas, de las tramas subterráneas, de su peso específico sobre la narración, les profesa respeto, tal como hizo Homero, tal como hizo Dante, tal como hicieron Eschenbach y Chaucer, tal como hizo Shakespeare, tal como hizo Tsao-Hsue Kin, tal como hizo Balzac, tal como hizo Flaubert, tal como hizo Faulkner, tal como hizo Calvino... He leído que la gente se arremolinaba en los puertos americanos (en incluso caía al mar) para ser los primeros en tener el nuevo episodio de alguna fascinante historia de Dickens o de Dumas. Así me sucede con cada nueva obra de Paul Auster, que no puedo evitar devorar en un día o dos. El año pasado en el aeropuerto de Heathrow casi consigo robarme La noche de oráculo, recién salida a la venta, cuando la empleada de la librería no aceptó que le pagara con monedas de euro. ¿Por qué en nuestras letras se tiene tan devaluado el buen manejo de la trama, del manejo de la tensión dramática, el nacimiento de un narrador innato? He leído a estilistas notables, he leído a pseudo-eruditos, he leído a pretendidos vanguardistas, he leído a consumados estilistas, he leído narradores que malabarean con los niveles diegéticos y con el hipertexto, he leído a quienes incluso pretenden inhumar la novela y los géneros de la narrativa convencional de un plumazo. Pero todos esos intentos se vienen a tierra cuando la estructura capital, la trama, flaquea o simplemente se desmorona. No debe confundirse esto con una postura reaccionaria de mi parte. Lo único que quiero decir es algo que todos sabemos: que, al final del día, lo que hacen todos los narradores y narradoras no es más que contar historias. Si alguno de ellos encima posee una voz notable y logra mostrar las entrañas de la experiencia vital, entonces habrá mucho qué celebrar. Ya sea la épica de una nación entera, o la epopeya de un hombre solitario en el transcurso del día.

Como Auster, he descubierto en días recientes que para mí escribir ya no es sólo un acto de voluntad, sino el asunto más elemental de supervivencia:

“Becoming a writer is not a 'career decision' like becoming a doctor or a policeman. You don't choose it so much as get chosen, and once you accept the fact that you're not fit for anything else, you have to be prepared to walk a long, hardroad for the rest of your days.”