: coincidencias



He pasado la noche entera leyendo las Memorias prematuras, de Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970), que Mayra y yo encontramos en una librería de usado en el callejón de Veyna (el lugar apareció de pronto allí, como fantasma, mientras caminábamos). Sé que Gumucio vive en Barcelona, pero aquella vez no pude conocerlo. Tampoco pude comprar su Comedia Nupcial cuando Gonzalo Garcés me la recomendó tan animosamente en la Librería Central (debía ahorrar hasta el último centavo para el resto del viaje mochilero y cualquier libro era un lujo). Desde entonces he estado buscando sus libros con especial interés. Y el sábado, así, como si nada, me topé con la edición española en Debate, de páginas amarillentas y de tapas desgastadas, cincuenta pesos, dedicado con una letra feísima por el puño de su autor para una tal "Aída". No sé cómo vino a dar a esta pocilga que es mi ciudad. Será sólo que el destino me lo estaba poniendo en las manos. Mayra, al verme tan emocionado, lo tomó del estante y me lo regaló. Ahora me encuentro a la mitad de la lectura.

Me entusiasman el humor ácido, la desfachatez y el talento para narrar de Gumucio. Agradezco la honestidad que exuda su voz, pues pocos autores de nuestra edad se atreven a hacer tal cosa para no exponerse (ni literaria ni biográficamente) y, sobre todo, con tan buenos resultados (pienso en las memorias precoces de Dave Eggers, por ejemplo). Al mismo tiempo (y esto es sólo curiosidad extra literaria... o lo que sea) me intriga cómo se las arregla el chileno para escribir con todo y su disgrafía y su dislexia. A mí el daltonismo (el equivalente a la disgrafía y dislexia para efectos cromáticos) me hizo retractarme al elegir la pintura como vocación a eso de los diez años de edad, cuando era para lo único que parecía tener talento además de dar patadas. ¿Tanta fue la necedad de Gumucio para aún así empeñarse en ser escritor? Claro que sí. Talento lo tiene, y de sobra.

Por si fuera poca la coincidencia, entro al blog de Jorge Harmodio y me encuentro por casualidad con que leyó también hace poco algo de Gumucio. La lectura de los episodios parisinos de ambos me traen nostalgia por enésima vez. Recuerdo de pronto, por ejemplo, el bar donde Miguel, Jorge y yo fuimos confundidos (y flirteados) por una mesera parisina creyendo que éramos chilenos cuando nos escuchó hablar (?). Lo mismo el viejo mago que se paró en nuestra mesa para hacer trucos bastante impresionantes de prestidigitación, mientras Jorge le decía en el chilango más puro: “No, valedor, no traemos varo. ¿Qué no ves que somos mexicanos? (...si les hablas en francés no te sueltan)”, además de la súbita aparición de la inefable y eufórica Florence. En fin. Aunado a las últimas dos memorias que había leído, también parisinas, de Vila-Matas y Goytisolo, esta madrugada cobró un tufillo extraño de nostalgia por una ciudad que sólo alcancé a conocer apenas por encima, pero sobre la que he leído cantidades y a la que espero volver algún día.