: emperatriz de la américa del sur




No lo sé. Tal vez sea que en mi ciudad el invierno seco e inclemente ha dado visos de levar anclas en estas últimas tres noches. No lo sé. Tal vez haya sido esa humedad y ese aroma a ozono condensado, este maldito calor que viene de adentro, que presagia una primavera peligrosa y expansiva desde ahora, estas ganas... De veras no lo sé. Lo más probable es que haya sido la película. La película y esos flashbacks a mi adolescencia que últimamente me llegan cuando menos me lo espero. Vi a la uruguaya Bárbara Mori en la adaptación cinematográfica de la novela del peruano yuppie Jaime Bayly, y desde entonces hay algo en mi termómetro interno que ya no funciona. Vamos, el termostato lo tengo reventado de pura calentura. La hecatombe. Los canales de videos comenzaron a bombardear el video del soundtrack de la película: Andrea Echeverri canta la frase “este amor no es un juego” mientras la Mori, en la pantalla, se arquea desnuda como una gata en celo, se arquea de puro placer entre las sábanas, entre los dedos zafios de su cuñado y amante. Bien lo dice la canción de Echeverri: “Pura vida eres tú, Emperatriz de la América del Sur”.

Aquí una confesión íntima. Demasiado íntima. Muy probablemente la más íntima que haya hecho en este blog. Estuve (como medio mundo, su padre y su abuelo) enamorado de Bárbara Mori desde el primer día que apareció en la tele. El primer día. Lo tengo documentado, incluso. Y sucedió que (va aquí la parte bochornosa y ñoña del caso) comencé a escribirle largas y apasionadas cartas de amor. Denme un poco de condescendencia: era un adolescente, uno bastante patético. Por supuesto jamás obtuve respuesta de la Mori. Las cartas se volvían, claro, meros ejercicios onanísticos. Pero sucedió algo inesperado. Cierto día recibí en mi casa una llamada de TV Azteca. No sé cómo consiguieron mi número telefónico (y ésa es la parte alarmante, la que más me asustó: el número no aparecía en el directorio). El caso es que la Mori había aparentemente recibido todas y cada una de mis cartas. Tanto así las había recibido, que los productores me ofrecían la oportunidad de conocerla. Una cena. Los dos. Ella y yo, triste aspirante a escritor de tres pesos afincado en el culo del mundo. Todo (¡¡carajo, qué noñez, no sé cómo cuento esto, de veras!!) para ser grabado para un programa donde eran realizados los sueños de los telespectadores y una mamada así y chalalalalá.

Ahora viene la parte donde ustedes me matan: NO ACEPTÉ. Vamos, podré ser un súper geek, pero siempre he tenido algo de dignidad... Primero masturbarme en la soledad de mi cuarto por los siglos de los siglos antes que aceptar ahogarme en vergüenza y exponerme al inmundo escarnio televisivo, con el cabello engominado y mi mejor camisa, frente a mi entonces amor platónico y varias decenas de miles de personas con problemas cerebrales observando lo patético del caso en sus televisores. Huí. Me hice el perdedizo, el desentendido. Actué como un cobarde. Perdí la oportunidad de mi vida. Conservé la dignidad, pero, ah, cómo puede perderse rápido esa cosa todas formas... ¿Que si me arrepiento? ¿¿Ustedes qué creen?? Lo más cercano que he podido volver a estar de Bárbara Mori fue hace un mes, en el número de enero de la revista Celebrity (ella en portada, yo en un rincón, por supuesto).

Ahora sí, digan lo que quieran, búrlense hasta los límites del escarnio, vilipendien hasta la fatiga, cotilleen hasta la náusea. Ahí está mi mail. Esta vez, queridos amigos y amigas, me lo merezco. Y no me importa. De veras que no me importa. Ya lo dice la Echeverri en mis bocinas en este momento: “Belleza tan pura... promesa futura... Este amor no es un juego”.