: fútbol total vs catenaccio


//01 // Sobre el Fútbol Total
[o el empoderamiento del jugador]

Johan Cruyff


En principio fue el verbo... bla bla blá. Y el séptimo día Dios creó el fútbol. Algunos dicen que fue en la Europa medieval. Otros más aseguran que fue en China. Algunos osados juran y perjuran que fue en un potrero bonaerense o en una favela de Río. Yo digo que no. Que todas ésas son patrañas. Yo digo que el fútbol nació en los pies de un muchacho de Ámsterdam que vadeaba un canal con una pelota de cuero dura de puro frío. Yo digo que quizá ese muchacho se llamaba Jaap. No. El muchacho se llamaba Johan. Johan Cruyff, pero sus amigos le decía “Joppie”. El mismo muchacho escuálido que se estrenaría al poco tiempo en la selección holandesa, que marcaría un gol, que dejaría sorprendido a todo mundo por su manera de desplazarse sobre la cancha y que, al final, noquearía al árbitro de un puñetazo. Todo en el mismo partido de su debut.

Como bien lo dice Valdano, el fútbol de Cruyff siempre navegó a contracorriente. Despreció con toda su alma el juego defensivo y, en un fútbol supuestamente moderno donde se privilegiaba la sobriedad y la eficacia, él se aferró a lo más viejo: el balón. Monopolizó la posesión de la pelota y al poco tiempo ésta rodaba entre uno y otro punto naranja (el color del uniforme holandés) con un frenesí inusitado. De Cruyff a Neeskens, de Neeskens a Krol y de Krol a Rensenbrink. La mejor defensa, claro, es el ataque.

Le llamaban la Naranja Mecánica. Pero nada tenía de mecánica, ni de metálica, ni de rígida. Al contrario. El equipo holandés, con su base en los jugadores del Ajax, era un organismo vivo e inteligente, de cambios incesantes e inesperados. En ese organismo funcional cada jugador era legión. Lo mismo iba que venía, subía que bajaba, atacaba que defendía. Todo de manera precisa y vertiginosa. Sus rivales no podía más que detenerse a contemplar semejante prodigio de equipo. Johan Cruyff era el genio orquestador de esa sinfonía materializada sobre el pasto. Lo que maravilló al mundo en esa ocasión no era otra cosa que el sistema llamado “fútbol total”, desarrollado por el técnico Rinus Michels. La pieza que ejecutaban sus músicos era fruto de su ingenio. Esa misma partitura había llevado previamente al Ajax, entre el ’72 y el ’74, a anotar en promedio cien goles por temporada y a que su guardameta impusiera un récord de minutos en la liga sin recibir anotación. En este sistema ninguna posición es fija: todos los jugadores deben defender y todos deben atacar. La libertad e independencia de cada jugador es capital. Pero el método de Michels es mucho más complejo de lo que se antoja en apariencia, pues poner en marcha una maquinaria de relojería implica por fuerza preceptos rigurosos y milimétricos donde ninguna pieza debe fallar.

Esa Naranja Mecánica (que algún despistado periodista brasileño llamó “la desorganización organizada”) fue la sensación y el alma de la fiesta durante el mundial de Alemania ’74. Era tanto el desenfado de Michels que, contrario a la disciplina que imponen esos casos, les permitió a todos sus jugadores viajar con sus esposas o con sus novias hasta la concentración de Alemania. ¿El resultado? Jugadores alegres y despreocupados. Una fiesta fuera y dentro de la cancha. Todo en brillantes tonos naranjas. El gozo primitivo de todo juego que tanto echamos de menos en los días que corren.

El enfrentamiento más significativo entre el fútbol total y el que podría ser su antítesis por excelencia, el intransigente catenaccio italiano, tuvo lugar en 1972, durante la final de la Copa Europea de Campeones. El club iniciador del fútbol total, el Ajax de Ámsterdam, se enfrentó en la final al Internazionale de Milan. ¿Quién salió vencedor de este choque entre escuelas tan disímiles en estilos? El Ajax, por supuesto, con dos goles de Cruyff.



//02 // Sobre el Catenaccio
[o la aniquilación del juego]

Internazionale de Milán, 1964


Si el fútbol total consiste en el empoderamiento de cada jugador para volverse una pieza indispensable y polifuncional de un todo superior, el catenaccio sería la reducción y el aniquilamiento de sus talentos y potenciales para sumarlos a un fin común. Traducido literalmente del italiano, catenaccio significa “cerrojo”. Así de simple. ¿Se necesita decir más? La sola palabra bastaría para describir esa nefaria pero eficaz invención que tanto daño le ha hecho al fútbol internacional como espectáculo. Decir catenaccio es decir tedio absoluto, es dar bostezos durante un partido mientras tomamos el control remoto para cambiar de canal. Decir catenaccio es decir oportunismo en la cancha. Decir catenaccio es hablar de un pasado que se resucita hasta la náusea en el fútbol contemporáneo, donde los patrocinadores multimillonarios reclaman resultados a toda cosa. Decir catenaccio es hablar del suicidio del fútbol como espectáculo, como gozo y como vida. Decir catenaccio es restarle toda la vitalidad al que quizá sea el deporte más vital de todos.

A pesar de que sus detractores en la actualidad se cuentan por millares, es cierto también que el catenaccio tiene sus entusiastas, y que a lo largo de la historia ha cosechado triunfos significativos para el lugar que lo vio nacer: el viejo calcio italiano, sus clubes y sus equipos nacionales. Las características del sistema del catenaccio podrían resumirse como sigue: una defensa férrea de once hombres a prueba de todo que aprovecha un aislado y fulminante contraataque para anotar y luego replegarse de nuevo para cerrar la portería por los siglos de los siglos. ¡Amén! Dios salve al Papa, a la Santa Madonna y al catenaccio, orgullo y gloria de los italianos.

Hay que apuntar que el catenaccio, como Edison para el foco, tuvo, en efecto, un inventor. El éxito de su invención fue tan grande como el legendario sistema de la “estación de bomberos” que le dio tantas glorias a los Celtics de Boston bajo el mando de Reb Aurebach. Pero ni siquiera fue un italiano, como cabría suponerse. No. El estilo característico del fútbol de Italia lo impuso un argentino. Se trató del técnico Helenio Herrera, quien llevó al Inter de Milán a una época dorada. Conocido también como “H.H.” o el “Sargento de Hierro”, Herrera fue famoso por la disciplina férrea, casi militar, a la que sometía a sus jugadores. Contratado por el Inter en 1960, Herrera mostró su disgusto por la ineficacia del estilo del calcio italiano de la Serie A. De inmediato optó por hacer cambios sustanciales en la alineación del equipo nerazzurro siguiendo lo que su instinto de estratega le ordenaba. Los resultados fueron instantáneos. El Inter ganó súbitamente bajo su mando tres Scudetti nacionales, dos copas de Europa y dos más Intercontinentales. Incluso Herrera consiguió con su método táctico lo que casi nadie en el calcio italiano: la Estrella Dorada, otorgada solamente a los equipos que han alcanzado la decena de scudetti. Ni siquiera Puskas ni Di Stéfano juntos, durante la final de la Copa de Europa del ‘64 contra el Real Madrid, pudieron romper esa sólida pared de basalto del Inter. Nada. Las dos leyendas fueron borradas del campo. ¡Y eso ya es mucho decir! Tampoco el mítico Eusebio, la “Pantera Negra”, pudo hacer nada contra el naciente catenaccio en la final de la misma copa contra su equipo, el Benfica de Portugal, en la edición del ’67. Nada.

Sin embargo, el catenaccio demostró también ser un arma de doble filo si se le empleaba mal. El Internazionale de Herrera goleaba en su primera temporada 6 a 0 al Udinese con toda la tranquilidad del mundo, mientras que al día siguiente era vapuleado por la Juve con un espantoso marcador de 9 a 1. Y ni hablar del mundial del ’66, cuando Italia fue eliminada con todo y su recio muro de piedra por una tímida Corea, para sorpresa de todo el mundo. Y es el cerrojo más protegido puede esconder una caja de Pandora. Cuidado con que no esté bien cerrado.

(c) 2006 Tryno Maldonado
Revista COMPLOT