: sobre lo chafa de tripearse
con el mood de las rolitas, parte 4



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El primer libro que recuerdo haber leído con “seriedad” una y mil veces, fue una edición bilingüe de Los amos: apuntes sobre las visiones de Jim Morrison. Lo leí y releí hasta el cansancio entre los doce y los quince años. Incluso aún me sé algunos versos de memoria. Me gustaba pasearlo en la escuela, para darme aires de poeta maldito, o lo que fuera, y garabatear con esas líneas mis libros de texto, mis libretas, las paredes y las butacas de la escuela pública donde estudiaba. Si a mi candidez como lector de por entonces le sumamos los trips de Blake, de ácido y de peyote de Morrison (ninguno para los que yo había sido aún desvirgado), sobra decir que a pesar de conocer el libro de principio a fin, no comprendía nada de nada, sólo pretendía hacerlo ante mis amigos. Pero las imágenes del Rey Lagarto (y él mismo como personaje en las memorias de John Densmore y en la cinta de Oliver Stone) me marcaron para siempre. Luego me prometí que, como un buen creyente a Tierra Santa, visitaría algún día la tumba del Rey Lagarto en París. Hace apenas dos años lo hice para rendirle tributo a mi iniciador.

¿A qué viene todo esto? Hace unos días, antes de salir del DF, compré en el metro un disco con una selección de rolas de los años 60s por diez pesos. Las diez horas de trayecto hasta Zacatecas las gasté escuchando las rolitas de The Doors. No sé cómo explicar la experiencia. Atravesar el desierto de día oyendo al Rey Lagarto. Fue como entrar en un túnel (de peyote y de tiempo) de vuelta a mi tan socorrida adolescencia. Hace años que no escuchaba con tanto cuidado las letras beats de Morrison y su voz de timbre negro, los arreglos académicos de Manzarek, las guitarras de Robby Krieger (inusuales en el rock por la influencia de su formación en el flamenco) y los ricos ritmos jazzeados de John Densmore. No sé. Estoy desarmado. No creo que haya existido una banda con un sonido tan original y tan logrado como el de The Doors en la historia del rock. De verdad. Ahora leo casualmente también las memorias de Paul Auster a mi edad y no dejo de preguntarme: ¿por qué no tuve dieciocho años en el 68, por qué no fui miembro de los Weathermen ni puse bombas en la Casa Blanca, por qué no leí una primera edición de la Sontag mientras oía Purple Haze en un tocadiscos, por qué no probé el LSD en mi primer concierto de Janis, por qué no escuché a Marcuse en un auditorio atestado de gente de mi misma edad asfixiada por el mismo impulso sexual? No. Tendré que conformarme con esto, con esta época insípida y abúlica que me ha tocado vivir. Bah.

Ahora comienzo a creer en Dios de nuevo. Lo vi esta noche asomarse por mi ventana. Tiene la piel dura y llena de escamas. Es el Rey Lagarto. Me habló de ti:


Before you slip into unconsciousness / I’d like to have another kiss / Another flashing chance at bliss / Another kiss, another kiss / The days are bright and filled with pain / Enclose me in your gentle rain / The time you ran was too insane / Well meet again, well meet again / Oh, tell me where your freedom lies / The streets are fields that never die / Deliver me from reasons why / Youd rather cry, I’d rather fly / The crystal ship is being filled / A thousand girls, a thousand thrills / A million ways to spend your time / When we get back, I’ll drop a line.




The crystal ship, The Doors