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[Ratatat]
¿Qué pasaría si de pronto a alguien se le ocurriera clonar una versión descafeinada de Joe Satriani con los sonidos robotizados de Daft Punk? Pues nada, que nacería el dueto neoyorkino de Ratatat, formado en el 2001. Los armonizadores Eventide para guitarra a los que yo creía que Steve Vai les había sacado todo el jugo en los ochentas y noventas, son revividos por Mike Stroud con una guitarra vieja sacada de alguna casa de empeño. En Ratatat hay capas y capas de líneas melódicas paralelas de guitarras procesadas que en piezas como “Germany to Germany” traen a la memoria las melodías enganchadoras del himno “Liberty” de Steve Vai, de la misma forma que por ejemplo “Lex” podría pasar (con algunos cientos de gramos de esteroides encima, claro) por una melodía hecha por Satriani. ¿Qué tiene entonces de particular la voz de Ratatat? Podemos sumarles a su favor el hecho de que no ostenten pretensiones técnicas como la vieja escuela shredder, y que busquen crear texturas y material sonoro original para nutrir su propuesta de pop electrónico, que al final del día logra ser distintiva. Escuché un sencillo de Ratatat hace casi dos años en Reactor 105, cuando Julio y el Sopitas lo anunciaron en su programa como una maravilla o el secreto de estado mejor guardado. Y bueno, creo que tenían razón. Desde entonces se me quedó grabado tanto el nombre como el estilo particular de Evan Mast y Mike Stroud, aún sin saber nada de ellos. Lo que salió al aire ese día fue una rolita del primer disco, autotitulado (Ratatat, 2004), que el dueto grabó y produjo de manera casera en un cuarto de Brooklyn (usando apenas una Power Book, para ser más exactos). Hace unos días salió la segunda placa de Ratatat, Classics, mucho mejor armado y más cuidado en todos los niveles de producción que el anterior, con más oficio en la composición y en el manejo de los temas melódicos, que son el gancho fuerte de este dúo. Si bien en su disco homónimo el estilo de Ratatat se vuelve fácilmente predecible y hasta monótono en algunos tracks, en Classics abundan los contrastes, los samplers y material electrónico de laboratorio como contrapunto con los sonidos orgánicos de las guitarras, además de mostrar un arsenal mucho más amplio de recursos estilísticos.
¿Qué pasaría si de pronto a alguien se le ocurriera clonar una versión descafeinada de Joe Satriani con los sonidos robotizados de Daft Punk? Pues nada, que nacería el dueto neoyorkino de Ratatat, formado en el 2001. Los armonizadores Eventide para guitarra a los que yo creía que Steve Vai les había sacado todo el jugo en los ochentas y noventas, son revividos por Mike Stroud con una guitarra vieja sacada de alguna casa de empeño. En Ratatat hay capas y capas de líneas melódicas paralelas de guitarras procesadas que en piezas como “Germany to Germany” traen a la memoria las melodías enganchadoras del himno “Liberty” de Steve Vai, de la misma forma que por ejemplo “Lex” podría pasar (con algunos cientos de gramos de esteroides encima, claro) por una melodía hecha por Satriani. ¿Qué tiene entonces de particular la voz de Ratatat? Podemos sumarles a su favor el hecho de que no ostenten pretensiones técnicas como la vieja escuela shredder, y que busquen crear texturas y material sonoro original para nutrir su propuesta de pop electrónico, que al final del día logra ser distintiva. Escuché un sencillo de Ratatat hace casi dos años en Reactor 105, cuando Julio y el Sopitas lo anunciaron en su programa como una maravilla o el secreto de estado mejor guardado. Y bueno, creo que tenían razón. Desde entonces se me quedó grabado tanto el nombre como el estilo particular de Evan Mast y Mike Stroud, aún sin saber nada de ellos. Lo que salió al aire ese día fue una rolita del primer disco, autotitulado (Ratatat, 2004), que el dueto grabó y produjo de manera casera en un cuarto de Brooklyn (usando apenas una Power Book, para ser más exactos). Hace unos días salió la segunda placa de Ratatat, Classics, mucho mejor armado y más cuidado en todos los niveles de producción que el anterior, con más oficio en la composición y en el manejo de los temas melódicos, que son el gancho fuerte de este dúo. Si bien en su disco homónimo el estilo de Ratatat se vuelve fácilmente predecible y hasta monótono en algunos tracks, en Classics abundan los contrastes, los samplers y material electrónico de laboratorio como contrapunto con los sonidos orgánicos de las guitarras, además de mostrar un arsenal mucho más amplio de recursos estilísticos.
[Wolfmother]
Este año Australia perdió al cazador de cocodrilos más famoso de la historia, pero ha ganado a una de las bandas más duras de la nueva camada. Si la Escuela del Rock de Jack Black existiera, fuera reconocida por nuestra honorable Secretaría de Educación Pública y diera un título académico y toda la cosa, sin duda el power trio de Wolfmother se habrían graduado con todos los honores. Su boleta de calificaciones enseñaría un enorme 10 en de progresiones de guitarra sabatthianas, 10 en riffs pageianos, 10 en vocales y letras zeppelianas, 10 en solos angus-youngnescos, 10 en teclados deep-purpleanos, 10 en batería bonhamniana, 10 en aura y actitud hendrixiana. De Sydney, Australia, formado en el 2004, Wolfmother fue reconocido de inmediato por la Rolling Stone como una de las diez bandas de la novísima generación a seguir en este 2006, el Coachella ya les dio un escenario en abril pasado y Pearl Jam los invitó a abrir parte de su gira europea de este año. Parecería que la banda de Andrew Stockdale nació bendecida por los dioses del rockanrol: su álbum debut, autotitulado, fue producido por Dave Sardy (productor de Red Hot Chilli Peppers, Oasis, Manson, etc.), firmado por una transnacional sin antes haber grabado una sola nota tras cuatro años de garage, y encima el arte completo del booklet fue hecho ni más ni menos que por el legendario ilustrador Frank Frazetta. Algunos dicen que Wolfmother suena a The Darkness pero tocando en serio. Yo digo que no, que es mucho más que eso, que es una vuelta a los sonidos rústicos, melodías y letras del pre-metal setentero, sí, pero mucho más refinado y agresivo, sin por ello conceder en cuanto a musicalidad. Escúchenlo y decidan. Ésta es una de las pocas bandas que me han sorprendido este año. Una peligrosa dosis del rock más puro sólo para conocedores y exquisitos.
Este año Australia perdió al cazador de cocodrilos más famoso de la historia, pero ha ganado a una de las bandas más duras de la nueva camada. Si la Escuela del Rock de Jack Black existiera, fuera reconocida por nuestra honorable Secretaría de Educación Pública y diera un título académico y toda la cosa, sin duda el power trio de Wolfmother se habrían graduado con todos los honores. Su boleta de calificaciones enseñaría un enorme 10 en de progresiones de guitarra sabatthianas, 10 en riffs pageianos, 10 en vocales y letras zeppelianas, 10 en solos angus-youngnescos, 10 en teclados deep-purpleanos, 10 en batería bonhamniana, 10 en aura y actitud hendrixiana. De Sydney, Australia, formado en el 2004, Wolfmother fue reconocido de inmediato por la Rolling Stone como una de las diez bandas de la novísima generación a seguir en este 2006, el Coachella ya les dio un escenario en abril pasado y Pearl Jam los invitó a abrir parte de su gira europea de este año. Parecería que la banda de Andrew Stockdale nació bendecida por los dioses del rockanrol: su álbum debut, autotitulado, fue producido por Dave Sardy (productor de Red Hot Chilli Peppers, Oasis, Manson, etc.), firmado por una transnacional sin antes haber grabado una sola nota tras cuatro años de garage, y encima el arte completo del booklet fue hecho ni más ni menos que por el legendario ilustrador Frank Frazetta. Algunos dicen que Wolfmother suena a The Darkness pero tocando en serio. Yo digo que no, que es mucho más que eso, que es una vuelta a los sonidos rústicos, melodías y letras del pre-metal setentero, sí, pero mucho más refinado y agresivo, sin por ello conceder en cuanto a musicalidad. Escúchenlo y decidan. Ésta es una de las pocas bandas que me han sorprendido este año. Una peligrosa dosis del rock más puro sólo para conocedores y exquisitos.
[Matisyahu]
La primera vez que escuché a Matisyahu, aún sin conocerlo, fue cuando compré un disco original por última vez en mi vida: Payable On Death, de POD. En el track “Roots in Stereo” Sony presenta y se avienta un buen palomazo con un tal Matisyahu, que a pesar del nombre siempre creí que sería un jamaicano de look rastafari y con tremendos dreadlocks hasta la cintura que entre skat y skat se aventaba un gallo de mota. ¿Pero cómo demonios iba imaginar que el tal Matisyahu, que además de rapear como un afroamericano curtido en el ghetto encima cantaba reggae y raggamuffin con las inflexiones y el acento de Capleton, sería ni más ni menos que un muchacho judío ortodoxo nacido en 1979 en Nueva York? Mezclado con el hazzan y el yiddish, en algo que podríamos llamar “reggae kosher”, la banda de Matisyahu, Roots Tonic, con la que ha venido tocando desde hace años, le da una variedad y un soporte muy rico a la improvisación vocal de su frontman: desde los rítmicos pasajes funkies hasta las guitarras más duras del rock y ritmos africanos. Matthew Paul Miller fue criado en la comunidad jasídica de Brooklyn; más tarde adoptaría el nombre Matisyahu al convertirse a la ortodoxia y volverse un baal teshuva, mientras estudiaba la torah en Hadar Hatorah. Escéptico por sus orígenes y su ortodoxia, no fue hasta que escuché su segundo disco (Youth, 2006) que Matisyahu terminó por llamar mi atención: los temas de sus rolas, aunque de clara tendencia espiritual, también son de un fuerte contenido político, en particular la letra de “Youth”, donde hace un llamado abierto a la juventud a abrir los ojos, a espabilarse de una vez en este mundo gerontocrático, regido por los adultos, donde la franca discriminación y la invisibilización de los jóvenes (grupo vulnerable en todo el mundo a pesar de ser mayoría arrolladora) es tomada como una normalidad dentro de los puestos de toma de decisiones de todos los países. “Young man, control in your hands / slam your fist on the table and make your demands / take a stand, fan a fire for the flame of the youth / got the freedom to choose / you better make the right move / young man, the power’s in your hand / slam your fist on the table and make your demands / you better make the right move. / Youth is the engine of the world”.
[Deerhoof]
¿Podría alguien decirme si existe algo así como una especie de “punk progresivo”? De entrada los dos géneros parecerían esencialmente disímiles (por una lado la anarquía y lo rudimentario, y por el otro la sofisticación y el academicismo), pero no se me ocurre otra manera de referirme a la banda californiana formada en 1994 por Rob Fisk, quien le dio el estilo característico para luego abandonarla. Generalmente se le refiere a la música de Deerhoof como “noise rock”, término que acaba siendo despectivo y muy desmerecedor cuando uno escucha los pasajes deliberadamente caóticos y disonantes que antes que naives, al ser alternados con frases jazzeadas y cambios de ritmos dramáticos, recuerdan más bien a bandas como Mr. Bungle o Screaming Headless Torsos, que se regodean en pasajes lúdicos y llenos de libertades estructurales, antes que a una edulcorada banda post-punk más que da concesiones para MTV. Si algo ha identificado a Deerhoof en el ámbito de la escena indie de hace más de una década, es sin duda su bajista y vocalista: Satomi Matsuzaki, que salta sin preocupaciones de las melodías aniñadas e inocentes al estilo j-pop a las de falsete desenfadado y juguetón en rolas como “Panda Panda Panda” del CD Apple O’. A pesar de no brillar como merecerían en el mainstream (en el 2003 se vieron obligados a grabar el Apple O’ en nueve horas solamente, pues todos tenían otros trabajos para poder pervivir: Matsuzaki editaba una revista, Cohen era mesero en un restaurante thai, Saunier era cajero y Dietrich era capturista de datos), muchos grupos escucharon y tomaron nota de la vieja Deerhoof y Matsuzaki en su tiempo, como Sonic Youth y los Yeah Yeah Yeahs, e incluso bien podría avecindárseles con la vieja guardia de Jesus and Mary Chain. A la fecha, Deerhoof ha alternado en giras con TV on the Radio, The Flaming Lips o Radiohead. Honor a quien honor merece.
¿Podría alguien decirme si existe algo así como una especie de “punk progresivo”? De entrada los dos géneros parecerían esencialmente disímiles (por una lado la anarquía y lo rudimentario, y por el otro la sofisticación y el academicismo), pero no se me ocurre otra manera de referirme a la banda californiana formada en 1994 por Rob Fisk, quien le dio el estilo característico para luego abandonarla. Generalmente se le refiere a la música de Deerhoof como “noise rock”, término que acaba siendo despectivo y muy desmerecedor cuando uno escucha los pasajes deliberadamente caóticos y disonantes que antes que naives, al ser alternados con frases jazzeadas y cambios de ritmos dramáticos, recuerdan más bien a bandas como Mr. Bungle o Screaming Headless Torsos, que se regodean en pasajes lúdicos y llenos de libertades estructurales, antes que a una edulcorada banda post-punk más que da concesiones para MTV. Si algo ha identificado a Deerhoof en el ámbito de la escena indie de hace más de una década, es sin duda su bajista y vocalista: Satomi Matsuzaki, que salta sin preocupaciones de las melodías aniñadas e inocentes al estilo j-pop a las de falsete desenfadado y juguetón en rolas como “Panda Panda Panda” del CD Apple O’. A pesar de no brillar como merecerían en el mainstream (en el 2003 se vieron obligados a grabar el Apple O’ en nueve horas solamente, pues todos tenían otros trabajos para poder pervivir: Matsuzaki editaba una revista, Cohen era mesero en un restaurante thai, Saunier era cajero y Dietrich era capturista de datos), muchos grupos escucharon y tomaron nota de la vieja Deerhoof y Matsuzaki en su tiempo, como Sonic Youth y los Yeah Yeah Yeahs, e incluso bien podría avecindárseles con la vieja guardia de Jesus and Mary Chain. A la fecha, Deerhoof ha alternado en giras con TV on the Radio, The Flaming Lips o Radiohead. Honor a quien honor merece.