: días oaxaqueños




Desde que llegué a vivir a Oaxaca no pasa un día sin que me suceda un evento que venga a romper la rutina, para bien o para mal. Si tuviera tiempo para postear día por día no acabaría nunca la lista. Antes eran barricadas, gases pimienta y bombas molotov. Ahora las cosas abarcan un rango de excentricidad muy amplio. Por ejemplo. 1. Mi departamento es invadido por una legión hambrienta de cucarachas que termina por expulsarme de ahí (¿alguien dijo Kafka?). 2. Mis cuentos publicados desaparecen de la faz de la tierra y de pronto no puedo encontrarlos en ninguna parte del país ni para mi archivo personal (¿alguien dijo Kafka otra vez?). 3. Luego, una noche, dos tipos se bajan de un coche, me interceptan a la fuerza para robarme un teléfono celular de tres pesos, pero no se llevan mi laptop ni mi iPod ni mi dinero. Sólo el celular, un Nokia viejísimo, el único que había tenido en toda mi vida. ¡Ni siquiera en el DF había sufrido un asalto! 4. Mis nuevos caseros quieren echarme porque a mis vecinos (un escritor gringo y su Lolita top-model-looks-alike-neoyorkina que jamás hablan con nadie, ni entre ellos) les gustó de repente mi departamento. Mi venganza es escribir un cuento sobre ellos. Corrijo: escribir sobre ella. 5. En un encuentro de escritores en Chiapas a un poeta deschavetado amenaza a medio mundo, comenzando por mí, se le bota la canica y destruye a golpes nuestro cuarto durante una madrugada entera (el suceso fue ampliamente comentado en los blogs sureños como el de Rodrigo Solís, que también fue depositario de las amenazas de muerte etílicas, ja). La frase del mes: “Tú eres El-de-las-Cucarachas”. Ya no soy Tryno. 6. Visito con un esfuerzo sobrehumano y semi-urbano la selva huatulqueña donde durante 28 años vivió Leonardo Da Jandra, y me parece una barbaridad poder haber vivido y escrito así, e incluso me siento tentado (sólo por unos segundos productos de la insolación) a aceptar su oferta de quedarme en la casa con C, mientras los Da Jandras no están, sólo a leer y escribir en medio de la selva, sin energía eléctrica, ni agua potable, ni internet, ni carreteras ni vías de comunicación, cazando y pescando mi propio alimento, viviendo entre fieras y alimañas, como un Robinson Crusoe tropicalizado y más bien chairo. La otra opción es San Cristóbal de las Casas porque huele a café. 7. Conozco en una fiesta a una ex asistenta italiana de Fleur Jaeggy, y en toda nuestra plática se encarga de desarmar la imagen que tenía de una de mis escritoras favoritas con cantidad de anécdotas estrafalarias. Tanto, que por la mañana olvido pedirle su contacto (el de Jaeggy, claro). 8. Conozco (soy groupie, mea culpa) a Lila Downs en otra fiesta. Platica de literatura en internet, y jamás me entero de que era ella hasta que se va. Chale. No puedo evitar caer enamorado (platónicamente, o whatever). De toda la lista sea quizá eso último lo que más lamento. 9. Los escritores y los buenos amigos no dejan de venir por estas tierras. Demasiados excesos. Creo. Saludos a todos. 10. Etcétera. Etcétera. Etcétera.