: grandes hits vol. 1
nueva generación 
de narradores mexicanos



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INTRO

01. Peligroso pop

¿A qué suena la literatura de esta nueva generación de narradores mexicanos? ¿Tiene aún ecos de canción ranchera, de corrido revolucionario, o será que aquella influencia ha sido sustituida por la violencia del hip-hop urbano y por las historias sórdidas de los narco-corridos? ¿Es todavía su majestad el rock and roll la banda sonora de nuestros narradores jóvenes como lo fue en su tiempo para la Onda, o se trata ésta de una generación que prefiere las modulaciones dóciles y tradicionales de un ensamble de cámara sin apostarle gran cosa a la búsqueda de nuevas formas? ¿Son el jazz y la fusión con sus ritmos salvajes y sincopados lo que sale de las páginas de nuestros escritores emergentes, como sucedió con el Boom latinoamericano? ¿Será tal vez una generación similar a la anterior, la de los narradores mexicanos nacidos en los sesentas, cuya obra suena todavía a chill-out y world music? ¿O probablemente sea que la música electrónica, el indie y las dulces tentaciones mercantiles del pop y del rockstar-system han marcado de alguna forma a nuestros nuevos autores?

¿A qué suena la literatura joven de México? Averiguarlo fue el objetivo de este libro. ¿El resultado? La compilación de diecinueve tracks con la banda sonora que tienen ustedes ahora en sus manos.



02. Mecánica de selección MTV

Para reunir a un grupo de narradores jóvenes que poseyeran las propuestas estilísticas y temáticas más interesantes, opté por establecer un marco de edades que iniciara con los nacidos a partir de 1970 y que cerrara con un arbitrario corte de caja en 1979, todos con al menos una obra publicada en castellano (los narradores nacidos en los ochentas merecen un capítulo aparte). Para concentrar a una generación emergente que empieza a cosechar sus primeras obras maduras, como varios han demostrado, recabé la opinión de un grupo diverso e incluyente de escritores de solvencia probada y de críticos reconocidos. Ellos fueron las voces autorizadas que avalaron la primera etapa de este proyecto basado.

La mecánica de selección –decididamente influida por el Top Ten de MTV– fue la siguiente. Los escritores y críticos que aparecen como Consejo Consultivo son aquellos que se animaron con la idea, que decidieron respaldarla y con quienes estoy en deuda por su confianza, interés y accesibilidad. Respeté el hecho de que algunos decidieran recomendar menos de los cinco nombres que les requerí –lo que incidió directamente en la formación de un cuello de botella entre “los más votados”, como sucede muy a menudo en el Top Ten: shit happens...–. Mi Consejo Consultivo estuvo conformado como sigue:

Leonardo Da Jandra, Guillermo Fadanelli, Javier García Galiano, Eve Gil, Margo Glantz, Sergio González Rodríguez, Mario González Suárez, Patricia Laurent Kullick, Mónica Lavín, Rafael Lemus, Mauricio Montiel Figueiras, Eduardo Antonio Parra, Sergio Pitol, Cristina Rivera-Garza, Daniel Sada, J. M. Servín, Rogelio Villarreal y Juan Villoro.

La lista preliminar de recomendaciones que arrojó la votación de este Consejo estuvo integrada por más de cuarenta narradores jóvenes dedicados a la escritura de manera profesional, cada uno con al menos una recomendación. De esta primera etapa, estuve obligado a eliminar automáticamente 1) a aquellos que por edad no cumplían el requisito, y más tarde 2) a quienes habían recibido un único voto, quedándome así con una lista más cernida en cuanto a número y calidad para explorar en su obra. El siguiente paso fue leerlos a todos.

Es claro que no necesariamente los escritores más visibles son por consecuencia los más talentosos y que incluso los charts más respetados suelen estar llenos de one-hit-wonders. La mecánica de votación fue sólo una guía, un filtro objetivo y plural para tamizar el campo de mi selección. Por ello, tanto yo como el resto del Consejo Editorial de Almadía, tuvimos también oportunidad de ejercer nuestra propia votación para apuntalar a algunas autoras o autores de evidente talento, aunque quizá no tan visibles por razones varias (como el hecho de haber publicado en editoriales independientes o institucionales, por haber contado con la mala fortuna de una distribución azarosa, por vivir fuera del país, etcétera). Ésas fueron mis apuestas.

La lista definitiva, luego de muchos meses de lecturas y de un largo proceso, quedó formada por veinte narradores y narradoras. Sólo uno de ellos no pudo llegar a la fecha límite para la entrega de textos por razones que se salían de su control y del nuestro. Decidí respetar su lugar, no regalar a nadie más ese sitio que justamente fue ganado, dejarlo desierto. Así fue como al final del día me quedé con la lista de los diecinueve narradores que atienden a este libro. Los textos que entregaron son en su mayoría inéditos, varios de éstos parte de una obra en progreso o escritos exprofeso para este libro. Es con ellos, los diecinueve autores, con quien más agradecido estoy por el privilegio y el placer que significó trabajar conjuntamente en esta labor de selección y edición de su obra.

Hay que dejar claro que la intención de este ejercicio nunca fue alcanzar un enlistado jerárquico, ni vertical, ni con pretensiones canónicas ni de establishment. Por el contrario, se trata de poner sobre la mesa del continente narrativo mexicano una apuesta horizontal y diversa por un grupo de narradores y narradoras jóvenes con talento probado, tener la oportunidad de ir inquiriendo como lectores sobre los temas y las formas que estarán apareciendo en la agenda de la literatura mexicana durante los próximos años.







03. Una generación huérfana y desencantada

En su mayoría puede decirse que a la que pertenecen los autores de esta antología es una generación huérfana y dispersa. Salvo los casos de los autores con más tiempo en activo (cuando Octavio Paz recibía el Nobel los más viejos estaban cumpliendo veinte años y los más jóvenes cursaban apenas la primaria), se puede hablar de que ésta es la primera generación que comenzó a escribir y publicar sin la sombra de una figura patriarcal y hegemónica. Cuando se carece de padre, suele recurrirse al abuelo o al tío: otras tradiciones, otras geografías, pues las nuestras no ofrecen nada en particular que le quite el sueño a los nuevos autores. Para esta generación ya no es cool cometer parricidio simplemente porque no hay contra quién hacerlo. El poder patriarcal está disperso y no tiene rostro. La tradición nacional tampoco es algo que les entusiasme ni les quite el sueño.

Ésta ha sido la primera generación que recibió buena parte de su educación sentimental del plástico de una computadora, que fue arrullada con la televisión y entretenida con el joystick de un Atari o de un Nintendo. Aunque es claro que Internet ha ayudado a abrir canales de información más dinámicos y a crear la sensación de una dispersión de poder del centro (la tercera parte de los autores reunidos aquí nacieron en el DF y, cosa digna de notar, no hay presencia del sur), también es evidente que las formas y ritmos de escritura electrónica en los blogs, por ejemplo, no han permeado los discursos, que continúan siendo casi siempre formalmente dóciles y tradicionales.

A la que pertenecen los autores de esta antología es una generación llena de desencanto, que se pertrecha en el cinismo y en la indiferencia para evitar volver a ser defraudada, que ya no cree en nada porque toda su vida ha transcurrido en el engaño. Una generación a quien su país ha criado a base de grandes dosis de promesas incumplidas, una mayor que la otra, como una broma que no tiene fin. Se les prometió un orden social justo luego de una revolución que paradójicamente terminó por dar a luz al partido político que gobernó durante más de siete décadas. Se les prometieron las virtudes lenitivas y purificadoras del neoliberalismo, del primer mundo y de un orden global, que los harían verse un poco más fashion, más bonitos y menos sucios. Pero de eso nada. Se les prometió más recientemente al fin una democracia y una sucesión en el poder. Pero sobre eso, tampoco han visto muy claro aún.

De esta forma, un buen día decidieron mirarse los unos a los otros con desconfianza, hundir la cabeza entre los hombros y reírse de todo, no hacer nada, abrazar el desencanto, la poca vitalidad, el ascetismo y el tedio, reírse sobre todo de ellos mismos antes de que alguien más viniera a hacerlo en sus caras. Pero la verdad es que por dentro se mueren de angustia.

Ésta es, además, una generación que nació cuando ya todo parecía estar hecho y cuando aparentemente ya nada nuevo se podía hacer. Las formas y los temas, desde luego, estaban agotados. Todos los prefijos “post” como formas de resistencia o de novedad (post-humanismo, post-rock, post-punk, post-hardcore, etcétera), comenzaron a sonarles sospechosos. Por eso es que tal vez creyeron que su misión en el mundo y dentro de la tradición era simple: pasársela bien, no tomarse nada en serio –mucho menos a ellos mismos– y tratar de ser cada día un poco más cool. Manifestarse en contra de su propio tiempo está mal visto, mostrar empatía por causas políticas o ideológicas ya tampoco es trendy. Cuando abrieron los ojos, se dieron cuenta de que se había vendido muy bien la idea de un mercado global, un mercado que astutamente había aprendido a adoptar y a vender incluso las posturas estéticas en apariencia más radicales y contestatarias. Por eso en el presente la rebeldía y la radicalidad son lo más chic, y ellos, los nuevos escritores, han optado por resguardarse en las formas tradicionales para, bien que mal, resistir a este embate. Lo reaccionario, lo conservador, las formas probadas, la literatura de géneros (novela negra, novela histórica, ciencia ficción, fantasía, terror, etcétera) están siendo sus trincheras de resistencia. ¿Habrá una muestra más clara de lo contradictorio que resulta el espíritu de esta generación? Sólo algunos de estos narradores se han aventurado a un poco más: llevar a cabo ejercicios posmodernos de hibridación, parodiar las formas tradicionales e intentar sabotear los grandes relatos, pero ésos son los menos y sus resultados de variada suerte. Los registros narrativos son también ascéticos, algunos pretendidamente neutrales, nadie quiere ensuciarse las botas. Estamos, en su mayoría, frente a lo que promete ser una generación conservadora.

Por si fuera poco, cuando estos nuevos autores comenzaban a publicar, a alguien se le ocurrió decretar absurdamente el fin de las fronteras y de las nacionalidades en la literatura. Algunos lo celebraron, otros más se rieron con ganas, pero lo cierto es que haciendo el recuento, es un hecho que México no aparece más como tema, ni con mayúsculas, ni como factor de debate ni de tensión en los discursos de estos nuevos autores, como sí lo fue para generaciones anteriores. ¿La “gran novela mexicana”? ¿En qué canal pasan eso?

Como era de esperarse, esta generación pretende mirar a México y a la tradición desde afuera, desde un limbo –si tal cosa es posible–, o simplemente con recelo. México aparece en sus obras, pero sólo por omisión. En el mejor de los casos, los tópicos nacionales son parodiados y boicoteados desde su propio interior. Quizá haya sido para bien. Lo que ha resultado de todo esto es una literatura despojada de ideologías y patriotismos impostados, pero que no pretende en absoluto hacerse pasar por cosmopolita, ni mucho menos por “universal” o producto ready-made listo para ser traducido a veinte lenguas y ser llevado a la pantalla grande en cualquier idioma. No. En los nuevos discursos de los narradores mexicanos el individuo queda desnudo y vindicado a pesar de (o gracias a) lo conservador de sus formas, con las que no se distraen más. Lo que estos narradores exponen, sea cual sea el escenario, real o ficticio (es lo de menos, que no los distraiga el topos), son las nuevas dinámicas que ha encontrado el ser humano para entablar nexos con la comunidad en este nuevo orden global, las maneras en que se reagrupa y en que se reconoce en sociedades propias o de exterrados en otros países. De esta forma, la identidad de lo mexicano ya no es buscada con anteojeras en su propio ombligo ni en la propia literatura, como sucedía desde la novela de la revolución hasta la novela de Fuentes, sino que ahora es indagada mediante dispositivos mucho más sutiles: por efecto de un barrido de resonancia sobre el exterior que espera que le sean retornadas señas de identidad, en la silueta que proyecta sobre los otros y en las maneras en que intenta crear vínculos afectivos y de identidad con aquéllos. Un grupo extranjero afincado en Puebla con sus propios usos y costumbres (Montagner), un grupo de cazadores masai en París que adoptan a un mexicano mediante un ritual (Rodríguez), oaxaqueños emigrados a Marte (Fernández), viajeros sin tregua que viven en aeropuertos y que no tienen hogar fijo (Sánchez Echenique), individuos interconectados por una world wide web que en vez de información transmite divinidad y redención (Harmodio), un grupo de niños que se agrupan al inicio del año lectivo para entablar un pacto que los une y los distingue frente a los otros (Nettel), mundos virtuales donde se eligen y se reconforman identidades nacionales sobre pedido (Yépez), individuos que indagan sus ligas genealógicas a través de siglos y de continentes (Lomelí), un chica que sufre un desaguisado en un encuentro multilingüe en un antro de Londres (Maldonado), etcétera.


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En los tracks de esta compilación, Bernardo Fernández, Martín Solares, Jorge Harmodio y Heriberto Yépez se alejan de México conjurando universos prospectivos o mirando al país con desconfianza. Yépez crea un hipotético mundo del futuro donde se es libre de elegir nacionalidad y reconfigurarla a la carta, y donde, por cierto, la preferencia por la identidad mexicana está visiblemente a la baja; la democracia, el espectáculo y las dinámicas del mercado son uno y el mismo orden que rige un mundo postglobalizado y ascético donde nadie se muestra inconforme, ni opone resistencia, ni se rebela porque ya no es cool hacerlo y, en todo caso, simplemente no hay ya contra qué ni contra quién: el poder está disgregado, tal como sucede para esta generación en una época de corporativos sin cabeza y de gobernantes mediáticos. En el universo creado por Bernardo Fernández, los migrantes mexicanos ya no sólo deben cruzar la frontera norte como ilegales para hallar un nivel de vida más decoroso, sino jugarse la suerte en un viaje espacial a Marte, una colonia multicultural de la que no hay retorno. Mientras que en el texto de Solares, México aparece como un basurero gigante e indescifrable ante los ojos de los gringos que, instigados por el miedo y la ignorancia frente a lo prójimo, sólo pueden explicarlo y explicarnos a los mexicanos por medio de teorías conspiratorias o, en el mejor de los casos, como una elucubración inefable de los extraterrestres.

Para Pablo Raphael, Bernardo Esquinca y Alain-Paul Mallard, la salida de México se realiza al momento en que miran a otras tradiciones para elegir a sus padres literarios –en dos de ellos, como en varios otros, esta salida no sólo es literaria sino física–: el primero utiliza como personajes a Silvia Plath y Ted Hughes, y el segundo a un alter ego de J. G. Ballard vuelto detective para elaborar sendos ejercicios metaliterarios; mientras que Mallard, por su parte, vuelve tema del relato la ceguera de Borges y de Joyce al rememorar la de su propio abuelo. Tanto Mallard como Guadalupe Nettel –también afincada en el extranjero– visitan la infancia con voces sensibles, bien afinadas y lúcidas que se toman su tiempo para regodearse en las cosas más sutiles del mundo: en Mallard el peligro inminente de una ceguera que va opacando al mundo, se cierne en forma de una amenaza que trastoca la realidad tal como antes era conocida; mientras que en Nettel la propia amenaza la encarnan sus mismos personajes, un grupo de niños que se colude año con año para marcar a sus víctimas y diferenciarse del resto. La angustia es vuelta rencor, hostilidad y desconfianza hacia el exterior.

Por otro lado, encontramos a Alejandra Maldonado, Juan José Rodríguez, Ximena Sánchez Echenique y Eduardo Montagner: aunque diametralmente opuestos en la manera en que conciben la literatura y la forma en que respiran sus prosas, los cuatro también deciden narrar desde el extranjero o con óptica de extranjería. En ellos tres la angustia, la amenaza de lo extraño y la necesidad de reconocerse en los otros, son puestas de manifiesto mediante sus narradores, forasteros en países que encierran diversos subconjuntos de migrantes venidos de otras latitudes. Los personajes de Montagner –caso particular– se encuentran localizados en esos subconjuntos dentro de su propio país, México. En Rodríguez, una tribu de guerreros masais cazadores urbanos de leones montados en motocicletas, ha traspasado y ha adaptado hasta el centro mismo de París cada elemento de su cultura desde la sabana de África; su narrador, mexicano, se vuelve un intruso, un elemento extraño, cuando se ve inmiscuido fortuitamente en un rito tribal que terminará por decirle muchas cosas sobre él mismo. En tanto que en Maldonado, la protagonista rebasa toda corrección política al momento de librar un conflicto babélico en Londres detonado por unos papeles de cocaína. Los personajes de Sánchez Echenique parecen los más radicales en este sentido: viajeros perennes o seres auto-expatriados sin una órbita determinada buscando validar su identidad nacional en cada nuevo puerto.

En el texto de Antonio Ortuño, el elemento discordante y extraño –y por lo mismo doblemente atrayente– que altera el orden de un universo interno preestablecido, lo pone una mujer en apariencia cándida y fría a la que le son indiferentes los deseos de la carne y la labia de un director de películas porno. Algo similar sucede en el texto de Alberto Chimal, donde la amenaza viene de afuera para una pareja que ha arreglado un pacto de esclavitud y dominación, cuyas reglas internas no guardan relación directa con la manera en que está normada la sociedad ni con sus parámetros morales, y que por lo tanto implican un peligro para la manera peculiar en que ellos ocupan el mundo.

En los textos de Julieta García González, Luis Felipe Lomelí, Antonio Ramos, Pablo Raphael y Bernardo Esquinca, la amenaza externa que trastoca lo cotidiano y provoca la angustia tiene nombres y formas específicas de animales: un perro hostil que desde la calle termina obsesionando al protagonista e invadiendo su ámbito, una leona que devora poco a poco y con aparente dulzura la mano de su domador, una serpiente que inyecta su veneno para inducirle al personaje central unos instantes de muerte, una tortuga laúd cuya intrusión representa el elemento detonante de discordia en una pareja y, finalmente, un tiburón blanco como símbolo, filmado en el momento del cortejo luego de haber devorado a una ballena. Lomelí es quien lleva a sus últimas consecuencias la salida de México hacia otras esferas en busca de identidad: su texto desarrolla eslabones, rizomas que se extienden para engarzar historias, continentes y generaciones a través de los siglos en un texto de estructura ambiciosa.

En las atmósferas creadas por Mayra Luna la amenaza proviene de algo intangible, de un alter ego malévolo, desdoblado a partir de la extrañeza de su propia corporeidad (la búsqueda de lo que parecía provenir de afuera siempre estuvo adentro). En David Miklos, en cambio, su protagonista debe articular un mecanismo de defensa ante la tristeza y la angustia que lo hacen afanarse en hallar símbolos allá afuera, en un mundo que simplemente no los posee. Despojado el mundo de símbolos, nos queda el desamparo, la soledad y la abulia, pareciera querer decir su narrador. De manera similar, Eduardo Montagner nos permite asomarnos a una antigua comunidad véneta en el centro de México, al momento en que el patriarca muere y en que de pronto el mundo, antes pasivo, rutinario y trivial, comienza a proyectar un torrente de símbolos al que cada miembro de la familia habrá de sujetarse, igual que en Miklos, para encontrarle sentido a la gramática de un mundo externo e interno que se les ha desmoronado sin más.

Quizá sea esta frase hallada en el relato de Ximena Sánchez Echenique la que dé la clave sobre la manera en que esta generación se ha relacionado con respecto la tradición y a México en general: “En efecto, cuando al fin tuve en las manos El principio del placer la ciudad de México ya se había derrumbado”.

En fin, ésta es la apuesta y éstos son los diecinueve invitados. Que valga como una polaroid grupal de aquellos autores y autoras mexicanos nacidos en la década de los setentas que están produciendo en este momento la narrativa más interesante de nuestro país. Habrá quienes hayan quedado fuera de cuadro, pero tendremos lista la cámara para una nueva toma.

Tryno Maldonado

Oaxaca de Juárez, febrero 2008