: el o-day








La ceremonia imperial y fastuosa de toma de posesión de Barack Obama del día de ayer, el Inauguration Day, no escatimó en derroches: 2 millones de personas presentes a un costo de 150 millones de dólares durante la peor recesión económica de EEUU en décadas. Es decir: el mismo precio que cuesta realizar una película hollywoodense. Un producto de entertainment. Una golosina para los medios masivos de todo el mundo que reventaron los ratings de televisión. Un despliegue de poder con un mensaje claro para todo el planeta reforzado por las palabras de Omaba. Mírenos, seguimos siendo El Imperio.

Pues a ver. Me van a decir que soy un pesimista o un mamón por disentir de lo que la mayoría de la gente cree y por no estar tan entusiasmado con esa euforia generalizada de estos días. Pero respecto a este tema soy escéptico. Por lo general, desconfío de cualquier persona que use la palabra “Dios” o “divino” o “sagrado” tres veces o más en una misma oración. Tal como Barack Obama hizo en toda su campaña o como hizo su discurso de toma de protesta el día de ayer. Oír a Obama --más allá de sus formidables dotes oratorias y su facilidad para el llanto “espontáneo” y su fotogenia-- es como oír a un cura en el púlpito. “Que Dios esto, que Dios lo otro, que esta nación de Dios”, bla bla bla... El discurso de Obama, como a muchos de los demócratas más apegados a la izquierda (que se echan mucho de menos en su flamante gabinete), no me parece de izquierda, ni tiene por qué serlo, aunque muy probablemente ha tenido que ablandarse y edulcorarse para haber ganado con la apabullante mayoría con la que llegó a la presidencia. Lo que pude escuchar en el discurso de Obama de ayer, y en general a lo largo de su campaña, fue la voz de un político de centro, muy astuto, eso sí, pero no de izquierda. Y el día de ayer, ya investido como presidente, el discurso fue todavía mucho más cauteloso, más tirado al centro y muy moderado. No hubo grandes aseveraciones, ni sorpresas; tampoco las metáforas sentenciosas que acostumbran soltar los presidentes gringos en el Inauguration Day para quedarse en el imaginario colectivo norteamericano. El Obama de ayer me pareció un político puritano que hacía mucho hincapié en los valores tradicionales, en los viejos valores fundacionales del imperio norteamericano y todas esas cosas que a los gringos deben fascinarles. No podía ser de otra forma, pues ahora Obama deberá responderle y consensuar con los grupos de poder que lo apoyaron y llevaron a la presidencia, lo que seguramente limitará sus posibilidades de maniobra y rebajará ostensiblemente sus promesas de campaña. Quizá por eso ahora sus esfuerzos por bajar el listón sobre las expectativas generadas por él mismo en campaña, aunque valientemente exhortando a los ciudadanos a tomar la responsabilidad en este momento histórico. Es curioso notar que el tema económico fue el punto menos conservador durante la intervención de Obama, y que aún así --o precisamente por eso-- los mercados le respondieron con una caída estrepitosa por todo el mundo.

Obama habló hasta el hartazgo de la segregación étnica y explotó el tema como su carta más fuerte; sin embargo, muy al contrario de lo que uno esperaría de un político de izquierda, Obama prácticamente pasó de soslayo en su agenda otro tipo de segregación mucho más antigua y mucho más violenta y represora que la racial: la de género. Ese tipo de discriminación tan violenta pero tan “invisible” o “naturalizada” que sufrieron tanto Sarah Palin como Hillary Clinton durante sus campañas, para no ir más lejos (los medios y sus rivales políticos se solazaron usando la palabra “bitch” hasta el cansancio, pero cualquier mención de “nigger”, en cambio, desataba una tempestad política). Cualquier otro tipo de discriminación, comparada históricamente con aquélla que Obama omite, no deja de ser repudiable, pero honestamente me parece que al final del día termina siguiendo las mismas reglas de un mainstream universal y represor de siempre: el del patriarcado dominante y colonialista, al que evidentemente, representa Obama y al que comenzará a servir desde el centro mismo del poder en cuya representación ayer fue investido. Un demócrata debería tener, entre muchos otros, el tema de género como una prioridad, cosa que Obama jamás tuvo presente por llevar siempre delante la carta étnica como su as infalible. Me encantaría estar equivocado. Seguro lo estoy y las cosas no serán así y me tragaré mis palabras y Guantánamo será un lugar con tres estrellas en la Guía Michelin a donde todos iremos a vacacionar y yo dejaré de ser un escéptico.