: conversación en la catedral




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Dice García Márquez en su prólogo a la antología personal de Hemingway que, estando en París, un buen día se topó con Hem en persona. García Márquez, joven y escritor imberbe haciendo Europa, desde la otra banqueta sólo alcanzó a gritar: “¡Maestrooooo!”; a lo que Hemingway respondió: “¡Hola, amigou!”, saludándolo con la mano en el aire. De forma semejante, el otro día sostuve una profunda y sesudísima conversación con Mario Vargas Llosa en el centro de Madrid. Todo pasó en una farmacia cercana a Sol, mientras D. y yo intentábamos comprar un anti-gripal y hablábamos de la gripe del cerdo que paralizó a México en esos días, mientras Mario Vargas Llosa hacía lo propio un lugar delante de nosotros en la formación de la caja. La conversación fue más o menos así:

TM: ¡¡Maestro Vargas Llosa!!
MVL: Caballero (me da la mano).
TM: ¡Mucho gusto!
MVL: … (me suelta la mano –quizá temiendo que el mexicano le pegue el catarro del chancho– y se va).