: el blog de morato




Como pretexto de su más reciente entrada y para quienes no hallan tenido todavía la suerte de leerlo, aquí les dejo el texto sobre Valérie Mréjen (uno de los más gratos hallazgos que he tenido últimamente gracias a Julián Rodríguez a través de Periférica) que escribió Antonio Jiménez Morato. Morato es uno de los críticos españoles más agudos de nuestra generación, argen-mex por decisión de sus compas argentinos y mexicanos, y el mejor personificador de Borges y Rulfo por decisión inapelable. Vitriólico e implacable como lector, pero siempre justo y generoso como interlocutor, atributos que se echan de menos en nuestra crítica. Vayan a visitarlo ya, léanlo, no se lo pierdan.





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El agrio
Valérie Mréjen
Periférica, 2009


Uno de los errores más reiterados de toda una generación es considerar que nuestra libertad radica en considerar que nosotros tan sólo somos nuestro cuerpo y nuestra mente. O, lo que es lo mismo, el ombliguismo pertinaz de pensar el mundo desde el yo. Sin embargo hay un yo social, la gente que ha estado en nuestra vida, de los que, nos guste o no, también formamos parte. No somos sólo carme y mente, somos toda una estela social, la derrota que hemos ido marcando en los mares de los demás.

La proliferación de estímulos del entorno en el que nos movemos ha llevado a toda una serie de escritores jóvenes a pensar que su trabajo tiene más que ver con la imagen que con la palabra. Incluyen fotografías en sus libros, esquemas, aluden a películas, a series televisivas, a veces buscan innovar quebrando el formato de la página con la presencia de nuevas realidades como los buscadores de internet que son más icónicos que verbales. Olvidan que la literatura no es la página impresa, que es un mero soporte, sino las palabras con que se ha forjado. Por fortuna, hay otras escritoras, que trabajan de un modo brillante con la imagen y el cine, que saben que un libro está lleno de imágenes hechas de palabras. Seguramente que, aunque no la conozcan, firmarían la frase de Umbral: "Una imagen vale más que mil palabras, sobre todo si la imagen es de Baudelaire".

Imaginar la vida como un montaje de secuencias sólo aparentemente deshilvanadas.
Hilvanar una serie de secuencias para entender la vida. Y los afectos.

Las papilas gustativas que detectan los sabores amargos se encuentran en la zona más interna del centro de la lengua. En los laterales las encargadas de detectar los sabores ácidos. Lo agrio, que vendría a ser una mezcla de amargura y acidez, es un sabor que para ser reconocido requiere llegar hasta lo más profundo de la boca. Es necesario ir hasta lo más profundo de nuestros recuerdos para buscar el significado de ellos en nuestra vida.

Desde sus primeras manifestaciones geniales, pienso en Rabelais, la literatura francesa ha usado los inventarios, las listas con mayor o menor sentido que, acumulativamente, sirven para saber qué cosas, pensamientos, recuerdos, poseemos -si llegamos a poseer algo, claro. El nouveau roman cartografió la existencia con una atención en la que lo microscópico y lo macroscópico se entrelazan. Quizás nuestra identidad sea tan sólo una acumulación de datos, quizá bajo una lupa todos seamos fascinantes, pero eso hay que saber transmitirlo. Sólo algunos son lo suficientemente buenos para introducir una categoría en nuestros recuerdos. Ahora todos sabemos que hemos tenido un agrio en nuestra vida.

Escribimos. Pero, ¿para qué? No podría decir si porque necesitamos contar o porque queremos saber. Son, en todo caso, razones cercanas. Pero también vivimos. Y todos los que han escrito se han preguntado siempre el por qué a través de su escritura.

Qué queda de lo que hemos vivido al cabo de los años. Un catálogo de imágenes, de sensaciones a las que que cada uno podría dar un sentido distinto. Mréjen nos ofrece la exposición pero, por fortuna, no nos la explica. Por eso al pasear por ella se nos clava tan adentro, porque cada uno la lee a su modo. Pero hay que ser muy hábil para montar una exposición que a todo el mundo le deje tocado. Que a todos se les quede clavada.