: sergio pitol traductor
Este 18 de marzo el escritor mexicano Sergio Pitol
cumplió ocho décadas de vida. Es casi imposible escindir la obra de Sergio
Pitol de su labor como traductor. Cada traducción suya es la resulta del
diálogo, del reconocimiento y apropiaciones mutuas con respecto al otro. La
casi cuarentena de libros que Pitol ha traducido, pertenece a autores que
tuvieron la buena fortuna de encontrarlo a él para que les diera a préstamo su
voz. Ése fue el caso del polaco Witold Gombrowicz, admirado por Pitol
especialmente en su período argentino, el Gombrowicz de los diarios y las
últimas novelas. Corría 1965. Pitol llevaba dos años viviendo en Varsovia y
varios más sobreviviendo en Europa gracias a su oficio como traductor, cuando
recibió una carta procedente del sur de Francia. La firmaba un tal Witold
Gombrowicz. En la creencia de que se trataba de una broma, Pitol se la mostró a
algunos amigos polacos que se quedaron estupefactos. Era, en efecto, una misiva
de Gombrowicz. Dirigida a un joven escritor mexicano residente en Varsovia. En
ella, el polaco le contaba que había leído su traducción al español de Las
puertas del paraíso, de Jerzy
Andrzejewski, y que le había causado tan buena impresión que le preguntaba si
le gustaría traducir su Diario argentino. Y así fue. Tiempo más tarde aparecería en Buenos Aires bajo el
sello de Editorial Sudamericana. Gombrowicz resultó ser para Pitol lo mismo que
ese ciego del cuento de Raymond Carver, Catedral: un mediador que a cuatro manos demoliera primero
una catedral entera para transportarla y reconstruirla luego en otra topografía
distinta, con diligencia y con cariño, piedra por piedra, hasta lograr erguirla
de nuevo.
Hay, por fuerza, en todo ejercicio de traducción,
un acto de creación. Traducir es, necesariamente, deconstruir, analogar,
reinventar, volver a efectuar un acto de creación. Octavio Paz dice que la
traducción literal no es una traducción. Que siempre, en prosa o en verso, la
traducción implica una transformación del original y que esa transformación no
es y no puede ser sino literaria porque utiliza los dos modos de expresión a
que se reducen todos los procedimientos literarios: la metonimia y la metáfora.
Paz hace notar que el poeta, cuando escribe, no sabe cómo será su poema; el
traductor, cuando traduce, sabe que su poema deberá reproducir el poema que
tiene bajo los ojos. “Es una operación paralela, aunque en sentido inverso a la
creación poética. Su resultado es una reproducción original en otro poema que
no es tanto su copia como su transmutación. El ideal de la traducción poética,
según alguna vez la definió Valéry de manera insuperable, consiste en
reproducir con medios diferentes efectos análogos”.
Borges llega a declarar que la traducción le
parece una operación del espíritu más interesante que la escritura inmediata,
porque el traductor sigue un modelo visible y “no un laberinto inapreciable de
proyectos difuntos o la acatada tentación momentánea de una facilidad”. Se
burla de la creencia normal de la inferioridad de las traducciones. Él mismo
parece haber llevado esa burla a la práctica en su grado máximo con su Piérre
Menard. Siguiendo esta lógica, podríamos aventurarnos a decir, incluso, que si
la ópera prima de Piérre Menard fue El Quijote, entonces la primera novela de Sergio Pitol no
fue El tañido de una flauta,
sino El buen soldado.
Asegura Tinianov que, cuando una generación carece
de padres, invariablemente debe dialogar con los tíos, con los abuelos o con
parientes más lejanos. En este sentido --y aquí creo hablar por buena parte de
mi generación--, Sergio Pitol y sus colegas y contemporáneos han significado
bastiones invaluables para las nuevas comunidades lectoras, faros que han
echado luz sobre territorios ricos y caudaloso pero hasta antes de ellos inexplorados.
A la influencia y a la generosidad de la generación de La Casa del Lago, y en
especial a Pitol o García Ponce, por ejemplo, les estamos en deuda infinita por
su vocación traductora. No sólo modificaron con su obra, con su ideario y sus
acciones, el panorama de la literatura nacional para siempre; sino que, además,
trajeron a nuestro continente, como pocas otras generaciones han hecho, una
pléyade de autores hasta entonces inusitados o inconseguibles en nuestra
lengua. La forma en que los más jóvenes leemos, las referencias de las que
hemos echado mano para conformar bien que mal nuestras bibliotecas, han estado
guiadas por los puentes que ellos nos tendieron. Si el valor de un autor con
respecto a su tradición ha de tasarse no únicamente por el valor intrínseco de
su obra, sino por la suma de todos los mecanismos que aporta para enriquecerla,
entonces el valor de Sergio Pitol en el ámbito literario actual es altísimo. Yo
mismo, mi generación, y centenas de futuros lectores y escritores que
aprenderán y se formarán con sus traducciones, le estaremos siempre en deuda.
Borges estaba convencido de que, a diferencia de
los naturales, cada uno es libre de elegir a sus padres literarios. Es decir:
cada escritor es libre de construir su propia tradición. Si esto es verdad,
entonces lo que Sergio Pitol ha forjado en su carrera como traductor, es ya un
continente completo. Una fascinante porción de tierra antes incógnita que
gracias a él, a su minucia, a su pasión y a su infatigable espíritu de
explorador, se ha anexado a nuestras bibliotecas. Nabokov, Lowry, Graves,
Conrad, Henry James, Ford Madox Ford, Jane Austen, Bassani, Gombrowicz… Praga,
Viena, Roma, Georgia, Pekín… Son sólo una parte de los archipiélagos en los que
Pitol ha puesto su bandera para conformar un territorio propio y claramente
demarcado por sus pasiones, apetencias e inquietudes intelectuales tanto como
por las vitales.
Tal como el narrador del cuento Catedral de Raymond Carver, que sostenía la mano al ciego
sobre un papel para traducirle las imágenes portentosas, el galimatías
estremecedor de la belleza arcana de las catedrales europeas, de esa misma
forma centenas de lectores de habla hispana pertenecientes a varias
generaciones --antes ciegos y tanteando apenas entre las tinieblas--, hemos cruzado
de la mano de Sergio Pitol el portal antes intransitable de formidables
catedrales exhumadas por él para nuestra maravilla y contemplación. Ha sido
nuestro Virgilio en muchas ocasiones; hemos caminado con él, y ha tenido la
generosidad de abrirnos los ojos ante territorios y panoramas deslumbrantes.
Por eso es que hoy lo celebramos y le manifestamos nuestra profunda gratitud.
*Texto tomado de mi columna Metales Pesados en la revista Emeequis.