: john cage el anarquista








John Cage fue un anarquista en más de un sentido. No sólo por rehusarse a verse sometido a lo convenido hasta su época como lo “musical” e instaurar, en cambio, una nueva poética del vértigo; sino al momento de abrazar también mucho del ideario libertario en su vida cotidiana. Las conversaciones contenidas en el libro Para los pájaros dan constancia de ello.

Para los pájaros nació originalmente como la trascripción de una conferencia pública entre John Cage y el músico y filósofo Daniel Charles en el Museo de Arte Moderno de París en 1970. Sin embargo, la edición definitiva incorpora varias conversaciones más que vuelven, amplían y profundizan sobre muchos de los temas de la primera. Aunque el libro respeta la oralidad de las entrevistas originales, John Cage mismo revisó y corrigió posteriormente sus respuestas antes de que el manuscrito se fuera imprenta, por lo que podría decirse que el libro tiene más el carácter de un ensayo antes que de mera charla. La editorial Alias revivió hace algunos años en nuestro país este libro fundamental para entender no sólo la estética y el pensamiento de John Cage, sino para dilucidar su influencia en el arte de la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestro días.

Los diálogos sostenidos en Para los pájaros con John Cage (Los Ángeles, 1912-1992) ayudan a dimensionar y darle perspectiva a un personaje bastante más complejo y decisivamente influyente no sólo en el campo de la música, sino en varias otras disciplinas, como la pintura, la danza y el teatro, por ejemplo.

La filosofía zen y su aprendizaje con el maestro Suzuki es uno de los temas recurrentes en los diálogos de Para los pájaros. Dentro de la concepción tradicional en la música de Occidente el silencio resulta ser un elemento secundario, un recurso para resaltar los sonidos, un descanso; en cambio, en el pensamiento zen como lo concibe Cage y otras doctrinas orientales del génesis del sonido, la noción del silencio es diametralmente distinta: incorpora los accidentes sonoros que ocurren durante esos silencios como parte irrepetible de la ejecución de cada pieza. Esta noción sería capital para Cage en el desarrollo de una nueva poética. El silencio no es ya una pantalla para el sonido, según el concepto de no-obstrucción de la filosofía zen. El silencio es la totalidad de los silencios no queridos. La obra de Cage adopta la idea de movimiento, de que cada objeto no es el mismo y que cada ejecución de una pieza es irrepetible (por eso se oponía al registro sonoro de sus piezas y decía no tener ningún disco en su casa), de lo no estático y de que todo acto resulta nuevo o “virgen” a pesar de su repetición.

En Para los pájaros, Cage abunda sobre la temprana influencia que ejerció en él su maestro Arnold Schönberg. John Cage fue uno de los alumnos más cercanos del fundador de la Segunda Escuela de Viena durante su exilio en los Estados Unidos, quien llegó a calificar a Cage de ser no un compositor convencional, sino “un inventor y un genio”. A pesar de la cercanía con Schönberg, Cage jamás se instaló del todo en el sistema dodecafónico de su maestro, salvo en un primer período de su obra. Esta renuencia a encasillarse en una escuela o un sistema determinado característica en la vida y obra de Cage, tuvo que ver con la empatía que desde temprano sintió por otra influencia mucho más marcada en su pensamiento y en sus acciones: Henry David Thoreau. (De hecho, el dodecafonismo de Schönberg, a pesar de ser un lenguaje totalmente nuevo, representó muy temprano para Cage una cárcel tan limitante como la música tradicional de la que el propio dodecafonismo intentaba de escapar.)

Thoreau fue el escritor y ensayista norteamericano creador del concepto de desobediencia civil y uno de los precursores del pensamiento anarquista. John Cage suele citarlo constantemente en Para los pájaros cuando su interlocutor intenta etiquetarlo, en vano, en alguna corriente o escuela determinada. Cage alude a Thoreau para hablar de la libertad en cuestiones de estructura, método y lenguajes sonoros hegemónicos en la música occidental del siglo XX, con los que no se siente en absoluto identificado. Lo que Cage llama música “experimental” en sus piezas atonales, carentes de estructuras convencionales y llenas de ruidos, accidentes y azar, Daniel Charles, su interlocutor, lo tacha despectivamente de “anarquía”: “¡Ciertamente!”, responde Cage enfático. “Thoreau lo describió cuando dijo que el mejor gobierno es el que no gobierna nada”.

En este sentido, no deja de ser irónico que el título del libro sea un juego de palabras voluntario: Cage (jaula) para los pájaros; cuando la mejor palabra para describir el trabajo y el pensamiento enteros de Cage es la opuesta: libertad; la esencia también del pensamiento anarquista de Thoreau. No es raro, pues, que Cage llegara a referirse a la armonía tradicional y a las estructuras del siglo XIX como aquello que aniquila la libertad, una “cerradura”. Donde el canon occidental valdría lo mismo que la figura tutelar del Estado, una invención del pensamiento ilustrado. De ahí la férrea oposición de Cage a utilizar el concepto autoritario y totalizador de “música” para definir su obra, y proponer como respuesta el concepto más libre y abierto de “organización del sonido”, que no es vertical ni hegemónico, sino que incorpora al azar, los accidentes y los ruidos de los objetos que antes estaban subordinados o marginados dentro del lenguaje tradicional de la música.