Hip-hop en Ayotzinapa



Desde la noche del 26 de septiembre de 2014, en la casa duermo con las puertas abiertas pensando que mi hijo va a regresar en cualquier momento.
Mi nombre es María de Jesús Tlatempa Bello. Madre de José Eduardo Bartolo Tlatempa, lamentablemente uno de los desaparecidos de los cuarenta y tres. Soy originaria de Tixtla de Guerrero.
Cuando mi hijo terminó la escuela de bachilleres, no pude estar en su graduación. Ese día recibí mi primera quimioterapia. Viajaba sola a Acapulco cada ocho días y me quedaba en un albergue. Sola. No me querían recibir.
No tenemos recurso, no contamos con dinero. “¿Pero qué vas a estudiar?”, le dije a mi niño. Me angustié.
Antes de quedarse en la normal, mi niño bailaba break dance. Dice que bailando se olvidan los problemas.
Ya no pude respaldar a mi niño para darle una mejor educación. En el 2014 me lo desaparecieron. Meses después de que detectaron el cáncer. Fue en febrero. Me hicieron muchos estudios. Me sentía muy cansada. Aminoré mi trabajo. Ya no trabajaba igual. Decía yo: “A lo mejor estoy muy cansada de tanto trabajar desde niña”. Mis raíces son campesinas y trabajaba en la agricultura.
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Mi nombre de batalla es MC Cetro. Tengo catorce años. Soy de Atliaca. Mi papá es albañil. Me dedico a rapear desde los doce años. Quiero estudiar musicología. Mi sueño más grande es estar en un concierto. Rap conciencia y hardcore. Mi primo, estudiante de Ayotzinapa, está desaparecido. Israel Caballero Sánchez. Estamos esperándolo. Dos meses antes de su desaparición falleció su papá. Mi primo estuvo solo. Yo lo acompañé, levantándole los ánimos. Dejó una hija recién nacida de seis meses.
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Era un sábado. Mi hijo trabajó todo el día. Llegó a las siete de la tarde. Me preguntó: “Mamá, ¿no vino nadie a verme?” Nunca me imaginé que estaba esperando a quien le hiciera el examen socioeconómico para ingresar a Ayotzinapa. Terminó de comer y se fue a encerrar al cuartito que tenemos ahí. Estuvo llorando porque no lo fueron a ver. Faltaban cinco minutos para las nueve de la noche cuando tocaron. Mi niño volvió a salir muy contento. Tenía unas chanclas rotas y estaba todo sucio, así como había llegado del trabajo.
Esa misma noche le enseñé mi carnet para mis estudios. Le dije que tenía cáncer. Cáncer de colon. Etapa dos. Un tumor de cinco por ocho centímetros. El doctor dijo que estaba entre la vida y la muerte.
Trabajaba todo el día. Pensé que era el trabajo. Siempre he salido a vender a las calles elotes asados, gelatinas, empanadas de leche que yo misma preparaba. Prácticamente todo lo que vendía se lo robaban. Lo que invertí, mi trabajo y mis cosas se los llevaban. Iba un día a la mitad de mi venta de elote cuando de repente se llevan mi bolsa. Antes de que llegara la policía yo no había perdido nada. Así varias veces. Siempre los policías. Antes respetaba a los policías. Creí que estaban para ayudarnos. Nunca me imaginé que la policía estaba involucrada con el narco. Con el tiempo ya toda la gente sabe que el gobierno está coludido. A raíz de que nuestros hijos fueron desaparecidos fue que nos dimos cuenta.
Era el día 26 de septiembre por la noche. Todavía en mi cabeza tengo grabado el video que vi en un Whatsapp: “¡Tiren sus armas!”, les decía la policía. Y nuestros hijos: “No tenemos armas, somos estudiantes”. ¡Sabían que eran estudiantes! ¿Por qué se llevaron a nuestros hijos? ¿Por qué los trataron peor que a unos criminales? Nunca nos imaginamos que la policía municipal fuera a desaparecerlos. Que fuera a matar a tres de los estudiantes. Y Aldo Gutiérrez en coma por un tiro en la cabeza. “¡Dios mío, ayúdanos!”, pensaba. “¿Qué es lo que realmente les está pasando a nuestros hijos? ¿Por qué los está tratando así el gobierno? ¿Por qué las fuerzas policiacas?”
Fue un secuestro de Estado. El gobierno se ha justificado diciendo que fue un enfrentamiento con el cártel de Guerreros Unidos. Pero nosotros sabemos que mintió desde el inicio.
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Mi nombre de batalla es Haus. Soy estudiante de la normal de Ayotzinapa. Soy b-boy. Tengo aproximadamente veintidós años. Sueño con mis compas desaparecidos. Desearía que sólo fuera una pesadilla. Al compa José Eduardo Bartolo Tlatempa le apasionaba el break dance, igual que a mí. También era b-boy. Le decimos Boby. Es mi primo lejano. Él tenía su grupo de hip-hop. Practicaban y bailaban mucho en el kiosco del Santuario. Boby estaba desarrollando buen estilo en el baile. Su fuerte se podría decir que era el top-rock, el baile arriba. Competíamos. Lo mío es más el footwork y los power moves. Airflares si tengo un rival muy pesado. Aunque gana más el top-rock en batallas de crews contra crews. Te califican la limpieza del baile, que saques pasos chidos y que sean auténticos. Un b-boy debe de tener todo eso. Y lo más importante, lo más esencial de un b-boy: sentir la música, expresarla en el piso, en el cartón, en la duela o en la calle. Me ha tocado hasta semaforear para comer. Terminaba quemado por lo calientísimo del asfalto.
Cuando hice la semana de prueba en la normal me topaba al Boby. Estaba en la Sección I. Nos topábamos en los lavaderos o allá en el río cuando nos tocaba bañarnos o chaponar las tierras. Boby bailaba con su propio estilo. Cada uno se cataloga por su estilo y él estaba desarrollando uno bueno. Tenía más top-rock y más footwork. Los power moves no mucho, porque estaba alto, pues. Boby llevaba tres años practicando. El nombre de batalla del Boby era Freezy.
Mi sueño es estudiar break dance en una escuela de Ámsterdam. Pero si me dijeran: “Ven, lánzate ahorita”, lo pensaría. No dejaría a mis compas desaparecidos. Lo que pasamos juntos no lo cambio por nada del mundo. Es feo cuando te truncan los sueños. Te puedo decir que me los han truncado, pero no como a los cuarenta y tres compas. No doy crédito todavía.

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Nunca imaginé que nuestros hijos, a casi tres años, no los liberen todavía. Las madres nunca nos imaginamos que íbamos a estar aquí reunidas, caminando juntas, exigiendo su aparición con vida.
La última vez que lo vi comió en la casa. Me levanté muy mal. Estaba muy enferma del cáncer. No tenía energía. Ya estaba recibiendo quimioterapia y radioterapia.
Ese día él y más estudiantes terminaron de echar el piso rústico del estacionamiento de la entrada principal de la normal. Allí están las firmas grabadas de todos los desaparecidos. Eso fue el 18 o el 19 de septiembre de 2014. Llegó a la casa y nomás cenó, se puso a escuchar música. Yo le dije: “Mijo, vete porque no sea que te vayan a sancionar. Trata las cosas con responsabilidad y seriedad. Ya eres un futuro maestro. Bendito Dios.”
Sé muy bien que mi hijo fue detenido porque nunca me contestó. Le estuve marcando y entraban las llamadas a su número de celular. El viernes 26 de septiembre por la noche, después de las nueve, escuché el anuncio en el carro de sonido de Tixtla. Decían que los padres y las madres se presentaran urgentemente a la escuela normal de Ayotzinapa. Yo estaba tirada en cama. Me levanté como pude. Agarré mi dinerito que guardo para cualquier emergencia. Y me salí rápido. Me sentía muy mal. Mi corazón presentía algo. Como apretado… No podía respirar. Sentía que algo muy fuerte me iba a pasar. Una, de mamá, presiente cuando algo nos va a pasar.
Cuando llegué a la cancha de Ayotzinapa ya había gente llorando. Gente rezando. Querían saber qué pasaba. ¿Dónde estaba mi hijo? Empecé a buscar entre los muchachos y no lo encontraba. Mi hermano y mi esposo iban conmigo. Les dije sonriendo: “No se preocupen; pronto va a regresar”. Yo sabía por dentro que mi hijo no iba a regresar. Lo sentía. Pero sonreía para darles ánimos. Les dije: “A lo mejor ha de estar en la casa”. Y nos fuimos. “A lo mejor llega en cualquier ratito”.
            Fingí que me fui a acostar. Las puertas de la casa estaban abiertas. Desde ese día duermo con las puertas de la casa abiertas, atenta a cualquier ruido, por si llega mi hijo.


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Me dicen Chessman. Soy relex, relaciones exteriores de la normal de Ayotzinapa. Estaba en la Sección M. Bailo de tigre en la danza de los tlacololeros y estoy en el club de danza. Miguel Ángel Hernández, el Botitas, uno de los desaparecidos, bailaba conmigo. Me duele. Hicimos el examen de ingreso juntos.
Lo mío es el break dance. José Eduardo Bartolo Tlatempa, el Boby, fue mi compañero en bachilleres. Bailábamos juntos. Aprendimos juntos viendo batallas BC One de Red Bull en YouTube. Bajábamos estilos, pasos, coreografías. Ensayábamos en el kiosco del Santuario. Cuando paso por ese kiosco me lleno de lágrimas, de recuerdos. Éramos tres. Hijos de campesinos. Siempre nos ha gustado trabajar. Vimos como un augurio de camaradas haber quedado en Ayotzinapa. Era lo bonito, que aparte del break dance tendríamos un porvenir, superación para todos. Cuando bailaba, al Boby le gustaba mucho robotizar, los windmill, los parados de manos, los flyers… Le gustaban mucho los flyers. Nadie nos enseñó. Salíamos a participar como grupo a Chilpancingo, a Chilapa, a Iguala. Nos llamábamos B-boys Extreme. ¡Siempre perdíamos! Pero de esa experiencia aprendíamos. En bachilleres tuve que empezar a trabajar y dejé el break dance. Pero Boby siguió y se puso el apodo de Frames. Lo tengo aquí, mucho en mis pensamientos.

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No todas las personas desarrollan el cáncer igual. Primero recibí radioterapia y quimioterapia antes de la operación. Muchas de las personas que recibían el tratamiento conmigo recayeron. Muchas no volvieron a asistir. No tenían dinero. Se fueron a sus comunidades a morir.
El poco dinero que teníamos para la construcción de una casa se fue en el tratamiento y en los pasajes a la clínica. Siempre he sido muy sociable. La gente empezaba a visitarme y me daba dinero para el pasaje y para la comida. Al principio no quería aceptar. Eran personas humildes. Pero empecé a apuntar cada préstamo en una libreta. Pensaba: “Ya que me cure y empiece a trabajar, les voy a ir pagando”. Nunca me imaginé lo de la desaparición de mi hijo.
¿Por qué me dio el cáncer? Si no me hubiera dado hubiera podido meter a mi hijo a una escuela de calidad. ¿Por qué yo? Nunca me he portado mal.
Estoy en la lucha. Me hago la fuerte. Pero no estoy bien, estoy enferma. Me hago la valiente. Me he sentido mal. Pero me gusta sonreír. Trato de estar al cien. Es la única forma de seguir adelante después de tres años. Este gobierno no puede dejar el caso de Ayotzinapa en la impunidad. Es una burla lo que nos hace a nosotros.
En mi cabeza los tengo a todos. El día 16 de septiembre del 2014 los vi desfilar. Estaba muy enferma en la cama, pero me levanté y me arreglé. Me puse maquillaje, me pinté los labios para verme mejor. No quería que mi hijo viera que estaba enferma. Se me cayó el pelo y usaba esta gorra. Por eso la sigo usando. Hay días que amanezco mal, deprimida, y nomás me la pongo y salgo a la lucha. Ese día se me alegraron los ojos cuando vi a los muchachos. Me lleno de energía al recordarlos. Así como se los llevaron, así los quiero a los cuarenta y tres estudiantes.
He soñado que busco. Busco entre vasos desechables. Busco platos de plástico para comer. Busco entre la basura con mis compañeros mientras veo que los gobiernos comen en platos de plata. En el sueño no les tengo ninguna envidia. Les grito: “Queremos a nuestros hijos. Ustedes saben dónde los tienen”.
A veces sueño cosas que todavía no pasan. Desde niña. Tengo un abuelito que era curandero. Él me enseñó a curar. Me enfoco en Dios. Le pido a él que me ayude. Soñé una vez a un grupo de jóvenes sentados en filas, en un cuartito. Y en la segunda fila estaba mi hijo. Tenía las manos atrás. “¿Dónde estás?”, le pregunté. No me dijo nada, ni me habló. Estaba intimidado por alguien. Sonreí y lo vi sonreír. Y desapareció.
Usted está aquí ahorita porque yo lo soñé. Yo lo andaba buscando. Soñé que usted iba a acompañarnos. Me enfoqué en Dios para hacer la conexión. Soñé que iba a buscarme para que le contara mi historia. No a toda la gente le tengo confianza. Puedo visualizar si una persona es buena o es mala.
Esto que le cuento me sale del corazón. Lo estaba esperando desde hace mucho.

En la casa duermo con las puertas abiertas pensando que mi hijo va a regresar en cualquier momento.