Los sobrevivientes de Ayotzinapa (I)

Entre todos nos cooperamos para comprarles una lápida





Escuela Normal Rural de Ayotzinapa
Junio de 2018

Ponme Coyuco. Nomás. Así es como me conocen. La mayor parte de mi vida la he vivido en Coyuca de Benítez. Tengo 25 años. Soy de la academia de cuarto grado. Grupo B. Éste es mi “cubi”. Mi dormitorio. 
Mi primo, Daniel Solís Gallardo, el Chino, estaba en la Sección D. Lo vi caer aquella noche mientras corríamos para escaparnos. Él estaba varios metros más lejos de la camioneta de donde nos dispararon. Una de las balas dio en la defensa y me dio en la rodilla. No me explico cómo sobreviví y él no.
Cuando regresé de Iguala, el 27 de septiembre de 2014, después de los ataques en los que murió mi primo el Chinoy dos más, y donde desaparecieron a nuestros compañeros, nos subieron a la sala de juntas. Solamente quedábamos unos 15. Otros más eran del comité de Ayotzinapa y una compañera de la normal de Atequiza. Estaban dándonos ánimos, apoyo, para que los sobrevivientes no nos fuéramos. La única consigna que yo tenía en la mente era decirles que estábamos presentes, que eran nuestros camaradas a los que habían desaparecido y que no pensábamos abandonarlos. Aunque con algunos hayamos salido mal, hemos vivido muchas cosas juntos. Si nosotros estuviéramos en su lugar, si nosotros estuviéramos desaparecidos, ellos estarían haciendo lo mismo. Buscándonos. Si en algún lugar estaban encarcelados, nuestra misión era encontrarlos y traerlos de vuelta.
Después de esa noche, la mayoría de los que quedamos nos fuimos a nuestras casas. Fuimos a ver a nuestras familias para decirles que estábamos bien. Mi mamá es intendente en una secundaria. No sabía cómo había estado todo. No le quise decir detalles. Cuando llegué a la casa no hablé con nadie. Solamente pensaba en todo lo que nos había sucedido. Reviviendo cada momento de esa noche. Pensaba en nuestros compañeros desaparecidos. 
No estuvieron de acuerdo con que regresara a Ayotzinapa. Decían que estaba muy peligroso. Que si ya me había escapado de una, no querían que fuera a pasar una segunda. Yo había ingresado sin apoyo de mi familia a la normal. Lo que les respondí fue que entré solo y que solamente yo decidía lo que iba a hacer. 

***

Trabajaba en una huerta de mi abuelo y de ahí me iba manteniendo. Pero se vino la inundación de los huracanes Manuel e Ingrid y ya no tuve cómo subsistir. Como la mayoría de los que estamos aquí, Ayotzinapa fue la única oportunidad de seguir estudiando.
Lo que muchos de las nuevas academias, a diferencia de nosotros, no llegaron a entender, es lo que significa la unidad, la hermandad. Por eso nos atrevemos a decir los que quedamos, somos la última generación que en verdad tuvo la semana de prueba.
La hermandad. Es la primera de las diferencias que nos distinguen de las otras academias, de otras escuelas. Nos sufrieron como nosotros tuvimos que sufrir. 
Lo político. El eje político es la segunda diferencia que tenemos como generación. Otros compañeros de otras academias en la normal ya no tienen la formación como debe de ser. Pero eso fue lo que nos sirvió. Inclusive a nosotros nos faltó formación. Apenas teníamos escasos dos meses en la normal cuando ocurrió lo del 26.

***

Estuve cuatro días en mi casa. No me sentía cómodo. A duras penas salía a la tienda por tortillas. No veía ni tele. No escuchaba música. No hablaba con nadie. Estaba encerrado en mi mundo. Esperando a que me llamara mi otro primo de la normal para que me diera la señal para volver. En algunas ocasiones prendía la televisión. En esa época estaba fuerte el tema. En todos los noticieros estaba apareciendo. Tenía que volver por mis compañeros.
Siento que el miedo, el trauma que sentí en ese entonces, estaba canijo… Estaba pesado. Aún así seguía pensando en los compañeros desaparecidos. Chicharrón, Diablo, Espinoza, Abel García y Christian Tomás, al que le decíamos el Relojporque no nos dejaban usar reloj durante la semana de prueba. Él era el único que tenía un Casio de plástico con lucecita. “Eh, Reloj, ¿qué hora es?” Los conocíamos por apodos solamente. Ocho desaparecidos de mi sección.
Aquí ya nadie da la hora. Mi “cubi” se quedó vacío.

***

Los pocos que quedamos desde ese entonces, como treinta y cinco de la matrícula inicial de ciento cuarenta, somos fieles a la ideología de Ayotzinapa. La mejor respuesta está en las escuelas donde hicimos nuestras prácticas profesionales. Me tocó en la primaria número uno de todo Tixtla. Siempre ha tenido los mejores resultados, los mejores promedios.
Un par de madres de familia estaba a la defensiva porque sabían que yo venía de aquí. Se negaban a dejar ir a sus hijos de excursión porque decían que íbamos a llevarlos en autobuses robados, en autobuses secuestrados. Se negaron a que usáramos el número 43 --como siempre hacemos por respeto a nuestros compañeros-- para que no los fueran a confundir con nosotros y que los golpearan o les quisieran hacer algo. “No queremos que tenga que ver nada con Ayotzinapa”, dijeron y me pidieron que quitara el 43 del autobús. 
Eso fue lo que más me ha dolido. Borré la insignia y me tuve que tragar todo mi coraje. Me sentí de la chingada.
Después de los casi nueve meses de prácticas por fin se quitaron esa idea sobre Ayotzinapa. Con decirte que el último día no podía cargar con tantos regalos que me dieron los niños y los padres de familia.
Algunos han llegado a creer que tenemos las plazas seguras después de todo lo que pasamos. No nos están regalando nada. Como cualquier aspirante de cualquier lugar del país, tenemos que pasar el examen. Estamos entre la espada y la pared. Todos queremos trabajar. Por eso vinimos a esta escuela. Pero, por otra parte, estamos intimidados porque nos tachen de vendidos. 
No tenemos nada seguro. 

***

Nos habían disparado a matar. A ver a qué hora nos toca a nosotros, pensé. Para que nos maten también. Alrededor de la media noche quedamos entre cincuenta o sesenta compañeros. Solamente vi cuanto la policía estaba bajando del autobús a los compañeros desaparecidos. En ese momento me marcó mi mamá para decirme que ya había llegado a la casa. No le dije nada. Empezamos a poner botes, piedras, para señalar los casquillos de las balas que la policía nos había disparado. Había visto que se andaba paseando un carro negro en el periférico. Un Chevy o un Ikon. Después de eso pasó una camioneta con una antena larga de radio. Iban dos adelante y uno atrás. Se estacionó en diagonal sobre el periférico. Yo estaba al frente de todos. Se bajaron los de la camioneta y, así como se bajó el de atrás, así empezó a disparar. Las chispas se veían como a un metro de mis pies. No sé cómo corrí. Corrí agachado. Unos compañeros se fueron hacia los autobuses, otros nos fuimos sobre el periférico a refugiarnos en los carros estacionados. La dirección de las balas hacia nosotros.
Lo que no entiendo es cómo no reaccionaron mis compas. A lo mejor ahí les dispararon directo. Yo estando hasta el frente. Julio César Ramírez, el Fierro, y Daniel Solís Gallardo, el Chino. Los crucé corriendo. ¿Cómo pude llegar yo hasta los carros y ellos no? El compa Chatose tropezó y cayó. Me devolví para levantarlo. Ahí vi que estaban mis compañeros tirados. 
Nunca me imaginé que uno de ellos era mi primo. El Chino.

***



Cuando iniciaron las actividades del movimiento hasta nosotros pensamos: “No manches, quizá sí nos estamos pasando”. Pero si no hacíamos esas actividades así de fuertes tal vez no íbamos a tener ninguna respuesta. Fue poco a poco que logramos ir borrando esa mentira históricade Murillo Karam, todos esos falsos comentarios que decían de nosotros: que íbamos a hacer destrozos a Iguala, que íbamos a hacerle un desmadre a la mujer de Abarca… La mayoría de nosotros ni siquiera sabíamos dónde estaba Iguala. Era la primera vez que íbamos.
Como generación, sabíamos que hacíamos lo correcto. Seguimos haciendo lo correcto. Aunque no toda la gente estuviera de acuerdo con las acciones que realizábamos ni con nuestra forma de pensar.
El sábado pasado vimos el documental de Enrique (García Meza,El paso de la tortuga). Vimos las últimas imágenes de nosotros y nuestros compañeros desaparecidos labrando la tierra… cansados, desvelados, con hambre… Pero aún así estábamos contentos. Me vino a la mente que ya vamos a salir. Y los compañeros todavía no aparecen. Los compas con los que echábamos desmadre, compartíamos la comida… Nos ayudábamos. Nos prestábamos ropa. ¿Dónde están, pues? ¿Cómo, cuándo van a aparecer? También me puse a pensar cómo se vería la normal si no hubiera pasado lo del 26. Mucho más animada. Y cómo será todo después de salir. ¿Cómo será el movimiento? ¿Cómo será el sentir de los padres? Algunos se sienten desesperados, tristes por la próxima clausura del 13 de julio. Son muchos sentires. Ellos saben que no tuvimos culpa alguna: eso que les pasó a sus hijos bien nos pudo haber pasado a nosotros.
No le reprocho nada a los compañeros que entraron de relleno debido a los tiempos para completar la matrícula después de que muchos se fueron. Se lanzaron convocatorias abiertas en diciembre de 2014. Mucha gente piensa que están ocupando el lugar de los 43. No es cierto. Están ocupando el lugar de los que desertaron. El lugar de nuestros compañeros sigue ahí.
No hace falta que lo platiquemos, ni que lleguemos a un acuerdo como academia. Los compañeros que estuvimos presentes la noche del 26 de septiembre en Iguala tenemos ese compromiso. Tenemos esa obligación de que, aunque estemos lejos, empezaremos a armar una trinchera, empezaremos a abrirle los ojos a la gente. Es algo que, como generación, sentimos que debemos hacer. Dejamos todo en el movimiento, en la búsqueda de los compañeros desaparecidos. 

***

Han pasado casi cuatro años. Hasta hace poco mi primo el Chinono tenía lápida en el panteón de Zihuatanejo donde lo enterraron. La mayoría somos pobres. Entre toda la generación nos cooperamos para comprarles una lápida. A él y a los otros caídos. No son solamente los compañeros desaparecidos. Son también los caídos. Son también los compañeros heridos. Y aparte de eso… estamos nosotros. Somos una comunidad entera que salió afectada. Se tiene que ver por todos. Como generación estamos tratando de unir todo eso.
Sentimos frustración. Pudiéramos haber hecho más. No pudimos llegar a dar con el verdadero paradero de los compañeros. Si hubiéramos buscado más… No pudimos evitar que todo esto se alargara. 
“Te invito a vengas a la normal. Te invito a que estés conmigo, a mi lado, para que veas realmente por qué y cómo se hacen las cosas aquí.” Es lo que le diría a toda esa gente que nos acusa de ser vándalos. “Si tú quieres seguir agachado, explotado, oprimido…, es muy tu problema. Yo estoy peleando porque mis compañeros aparezcan”. 
Eso les diría.