Juan García Ponce (1932-2003): días extraños
Hoy ha sido uno de los días más raros de mi historia. Me doy cuenta que nací cuarenta y cinco años y tres días exactos después de Juan García Ponce; la fecha de mi nacimiento también coincide con la del fallecimiento de Ítalo Calvino. Datos curiosos.
Le llamé por teléfono a Noël Unk, al DF, para contarle una frivolidad cualquiera. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando éste hizo caso omiso de mi historia y me dio la fría noticia de la triste muerte de Juan García Ponce, ocurrida el día de ayer. No tengo TV, ni radio y rara vez consulto los medios si no es vía Internet. Sólo hasta hoy pude enterarme.
Hace unos días, con un repentino deseo que fue azuzado en mí, tomé La casa en la playa del librero de mi tía (mi eterna fuente de abastecimiento literario): se trata de una primera edición de Joaquín Mortiz con una enorme fotografía de García Ponce en la cuarta de forros (tan parecido a su hermano Fernando, el pintor), de rostro que aparenta más juventud de la que en realidad tenía y una entera fuerza vital que se echaría de menos en él cuando fue postrado a la silla de ruedas por la esclerosis múltiple (esa misma enfermedad que truncó la carrera del guitarrista virtuoso Jason Becker a los 23 años).
Descubrí a Heimito von Doderer por cortesía de García Ponce. Igualmente comparto su fascinación por Viena. Mi novela, en la que trabajo ahora, tiene un hilo narrativo que se desarrolla en la Viena entre guerras, ésa que narra Canetti en Auto-da-fé. El embrión de mi novela fue sembrado tras leer la referencia de García Ponce sobre los enfrentamientos entre los bandos radicales de la derecha cristiana y la izquierda social-demócrata en 1927 y el período conocido como la "Viena Roja", que vieron su climax en la matanza del 15 de julio y el incendio del Palacio de Justicia.
Está por llegar de imprenta el nuevo número de Finisterre, mi revista, con un ensayo que Eve Gil nos envió hace meses sobre García Ponce. Qué raro... Todas las coincidencias, sin importar su naturaleza, suelen aterrarme.
Aún ignoro qué fue lo que me llevó a tomar esa novela de García Ponce hace unos días. Tal vez, cosa que nunca hago, fue solamente su rostro afable y lleno de vida en la contratapa. Tal vez las primeras páginas y su prosa endemoniada y fina como sólo la he visto en Bioy Casares. No sé... Pero la verdad es que no he dejado de sentirme triste y enormemente endeudado en lo que va del día con ese gran maestro.
No sé si lamentar más la pérdida de un mentor como García Ponce o la de Mara, el 24 de diciembre, una mujer extraordinaria que compartía su vida conmigo y que ahora está en Inglaterra, haciendo su propio camino. Strange days are coming...
Hace años no helaba en mi ciudad con tanta rabia como en este invierno. El frío duele como un rastrojo de navajas. De la misma forma tampoco sé qué me llevo a salir a caminar, apenas hace un rato, sopesando mi renovada soledad, durante esta noche en que el frío duele como nunca antes, entrar a un puesto de revistas viejas, comprar una al azar para leer luego, mientras tomaba una taza de illy, a una muchacha que cuenta la historia tristísima del El-Hombre-Que-Le-Robó-El-Corazón, reencontrado en San Sebastián, y una foto de ella misma en blanco y negro que me puso un sonrisa en el rostro: muy distinta ella a como yo creía recordarla cuando la vi hace un año, por primera vez, en la FIL de Guadalajara.
Bah, en estos días uno no puede sino echarse a llorar sin parar. Maldito sentimentaloide que es uno... Bon courage!
Hoy ha sido uno de los días más raros de mi historia. Me doy cuenta que nací cuarenta y cinco años y tres días exactos después de Juan García Ponce; la fecha de mi nacimiento también coincide con la del fallecimiento de Ítalo Calvino. Datos curiosos.
Le llamé por teléfono a Noël Unk, al DF, para contarle una frivolidad cualquiera. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando éste hizo caso omiso de mi historia y me dio la fría noticia de la triste muerte de Juan García Ponce, ocurrida el día de ayer. No tengo TV, ni radio y rara vez consulto los medios si no es vía Internet. Sólo hasta hoy pude enterarme.
Hace unos días, con un repentino deseo que fue azuzado en mí, tomé La casa en la playa del librero de mi tía (mi eterna fuente de abastecimiento literario): se trata de una primera edición de Joaquín Mortiz con una enorme fotografía de García Ponce en la cuarta de forros (tan parecido a su hermano Fernando, el pintor), de rostro que aparenta más juventud de la que en realidad tenía y una entera fuerza vital que se echaría de menos en él cuando fue postrado a la silla de ruedas por la esclerosis múltiple (esa misma enfermedad que truncó la carrera del guitarrista virtuoso Jason Becker a los 23 años).
Descubrí a Heimito von Doderer por cortesía de García Ponce. Igualmente comparto su fascinación por Viena. Mi novela, en la que trabajo ahora, tiene un hilo narrativo que se desarrolla en la Viena entre guerras, ésa que narra Canetti en Auto-da-fé. El embrión de mi novela fue sembrado tras leer la referencia de García Ponce sobre los enfrentamientos entre los bandos radicales de la derecha cristiana y la izquierda social-demócrata en 1927 y el período conocido como la "Viena Roja", que vieron su climax en la matanza del 15 de julio y el incendio del Palacio de Justicia.
Está por llegar de imprenta el nuevo número de Finisterre, mi revista, con un ensayo que Eve Gil nos envió hace meses sobre García Ponce. Qué raro... Todas las coincidencias, sin importar su naturaleza, suelen aterrarme.
Aún ignoro qué fue lo que me llevó a tomar esa novela de García Ponce hace unos días. Tal vez, cosa que nunca hago, fue solamente su rostro afable y lleno de vida en la contratapa. Tal vez las primeras páginas y su prosa endemoniada y fina como sólo la he visto en Bioy Casares. No sé... Pero la verdad es que no he dejado de sentirme triste y enormemente endeudado en lo que va del día con ese gran maestro.
No sé si lamentar más la pérdida de un mentor como García Ponce o la de Mara, el 24 de diciembre, una mujer extraordinaria que compartía su vida conmigo y que ahora está en Inglaterra, haciendo su propio camino. Strange days are coming...
Hace años no helaba en mi ciudad con tanta rabia como en este invierno. El frío duele como un rastrojo de navajas. De la misma forma tampoco sé qué me llevo a salir a caminar, apenas hace un rato, sopesando mi renovada soledad, durante esta noche en que el frío duele como nunca antes, entrar a un puesto de revistas viejas, comprar una al azar para leer luego, mientras tomaba una taza de illy, a una muchacha que cuenta la historia tristísima del El-Hombre-Que-Le-Robó-El-Corazón, reencontrado en San Sebastián, y una foto de ella misma en blanco y negro que me puso un sonrisa en el rostro: muy distinta ella a como yo creía recordarla cuando la vi hace un año, por primera vez, en la FIL de Guadalajara.
Bah, en estos días uno no puede sino echarse a llorar sin parar. Maldito sentimentaloide que es uno... Bon courage!