Los orígenes del violín
Contó Leopold Mozart al ser interrogado por Zacharias Teve, en entrevista transcrita en Il musico testore en 1756 (mismo año del nacimiento de Wolfgang Amadeus, su hijo): "Orfeo creó el violín. Fue en principio un instrumento cuyas cuerdas debían ser pulsadas; la poetisa Safo agregaría más tarde el arco". Por supuesto que Mozart echó mano de la fantasía -quizá, siendo él mismo violinista, tratando de otorgarle al instrumento un no tan ordinario origen que resultase digno de la elevada naturaleza del objeto al que había consagrado su vida-. El violín es tan ajeno a la época clásica como lo es la música para la que fue creado. La idea de que los instrumentos de arco existían en la antigua Grecia se desperdigó durante el Renacimiento, cuando gran cantidad de pintores y escultores -poco documentados sobre la historia, claro- representaban personajes mitológicos en el acto de inspiradas ejecuciones de instrumentos netamente renacentistas (entre otros Betoldo, quien plasmó, en su obra Orfeo, al propio bardo tocando una especie de vihuela). Siglos después, Max Möckel (afamado luthier[1] berlinés), en su libro Das konstruktiongeheimnis der alten italienischen Meister (Berlín, 1925-27) aseveró de manera contundente que el instrumento en cuestión fue un invento más de DaVinci, a partir de medidas precisas y exactos cálculos matemáticos...
Lo cierto es que la historia del origen de la familia del violín es oscura, está plagada de leyendas, conjeturas e inferencias que han ayudado a dotarlo de un novelesco halo de misterio, en gradual aumento con el decurso del tiempo. Como ejemplos, la Sonata del trino del Diablo, para violín, compuesta por Tartini tras haber recibido la orden del propio demonio, como alegara el compositor. La leyenda de Paganini -el virtuoso del violín por derecho de antonomasia- en su tan sonado pacto con Satán para consagrarlo como el mejor de todos los tiempos (¡muchos en verdad se tragaron el cuento!; la iglesia prohibió que sus restos fuesen enterrados en camposanto). Algo parecido sucedió con Jacob Stainer (pieza clave de la escuela alemana de laudería a principios del XVII), acusado de haber vendido su alma y fenecido en condiciones infrahumanas, con salud mental poco estable. También encontramos en la historia la mitificada figura de Giuseppe Guarneri del Gesù ( luthier del XVIII cuyo trabajo es tan apreciado como el de Antonio Stradivari por los ejecutantes, coleccionistas y expertos), cuya ignominiosa fama de homicida se tomaba como cierta hasta el siglo pasado (los hermanos Hill en The violin-makers of the Guarneri family, Londres, 1931, demuestran lo contrario con pruebas contundentes).
Es evidente que una máquina acústica perfecta no pudo haber sido creada de súbito, de un día para otro, en un chispazo de genial inspiración de algún lúcido artesano. La estilizada silueta que conocemos ahora, que identificamos al instante como la de un violín, lleva a cuestas el fardo de un prolongado proceso evolutivo que no pocos melómanos e igual cantidad de músicos ignoran. Sin embargo, el principio de una cuerda sometida a fricción para generar sonido es tan básico que el instrumento de arco más primitivo -un hipotético protoviolín - pudo haberse generado prácticamente en cualquier civilización o en varias, de manera independiente. Los numerosos vestigios son elocuentes. Tenemos el caso de los instrumentos orientales (en particular los asiáticos) que, al igual que el violín, carecen de trastes para la fácil interpretación de lo que en Occidente se consideran intervalos "microtonales" (el sistema armónico occidental se conforma sólo de doce notas cromáticas, en cambio el hindú de veintidós), para imitar la forma en que la voz humana articula los sonidos: abundante en glissandos y lentos vibratos. Sonnerat, en su libro Voyages aut Indes et à la Chine, hace referencia a ciertos tipos de instrumentos musicales que cumplían funciones religiosas. Entre éstos el ravanastron, de principios acústicos similares a los del violín, inventado por el rey Ravanen de la isla de Ceilán (Sri Lanka), hace más de cinco mil años. Los instrumentos de arco eran pues, conocidos y tocados por diversas civilizaciones de la India desde tiempos remotos, difundiéndose de forma eventual por el Asia Menor y el Mediterráneo. Las investigaciones de Bachmann hablan de instrumentos de arco en el seno de pequeñas civilizaciones del Asia Central, al sureste del Lago Aral, cerca del río Oxus, donde ya se acostumbraba encordar los arcos con crines de caballo durante la Edad Media. Estos diminutos grupos fueron presa fácil para la conquista de los árabes, quienes adoptaron el uso del arco, difundiéndolo por los dominios Árabe-Islámicos y más tarde, tras conquistar España, por buena parte de Europa, donde surgieron con esta base, en los siglos XIII y XIV, los siguientes instrumentos tocados con arco: crwth (chrotta, crotta), vihuela, rebec, guiga y la tromba marina.
El siglo XV operó cambios drásticos en los instrumentos existentes e introdujo muchos otros, como la viola da gamba. Con el surgimiento de la música polifónica, que precisaba de voces independientes, los instrumentos disponibles pronto resultaron limitados y, la mayoría, se volvieron obsoletos. Así, la viola da gamba (viola de pierna; tocada entre las piernas) se convirtió en viola da bracchio (viola de brazo; tocada en posición similar a la del violín en nuestros días), de diapasón espacioso y curvo como el puente para permitir articular notas independientes, de cuerpo plano en forma de un ocho, variando el encordado entre tres o cuatro cuerdas, afinadas por quintas, que abarcaban el rango de la voz de una alto. La versión soprano del instrumento era conocida con varios nombres: soprano di viola, violetta, viola piccola, rebechino y violino, primitivo ejemplar del violín formal, poco apreciado en su época por el sonido agresivo de sus delgadas cuerdas. Entre más finas fuesen las cuerdas de los instrumentos, más necesario se volvía adoptar una ejecución vigorosa y usar mayores hebras de crin en los arcos. Los constructores optaron por elevar el puente como alternativa para soportar los 28 kilos de tensión que las cuatro cuerdas generan sobre el cuerpo del instrumento. El resultado fue un sonido mucho más brillante, rico en armónicos; pero los instrumentos seguían quebrándose por la enorme tensión de las cuerdas: el anima dentro del instrumento fue añadida como soporte, el cuerpo plano se volvió curvo (dándole gran volumen) y la cabeza plana fue sustituida por una estilizada e inclinada, con voluta -como la usada en la tromba marina - para dispersar la tensión de manera exitosa sobre todo el instrumento. Este proceso evolutivo debió tomar más de cuarenta años. Cada uno de los instrumentos de este período fue catalogado como violino del primo tempo por los expertos italianos. De acuerdo a Vidal y otros, el primer violín formal del que se tiene registro fue una viola da bracchio soprano remodelada por Koliker.
Algunos de los primeros luthiers dedicados a la construcción de violines verdaderos (como nombra Boyden a los violines formales) fueron: Giambatista Rolini de Pesaro, Pietro Dardelli de Mantúa, Zuan Maria della Corna de Brescia, Giovanni Maria del Bussetto de Cremona, Gaspard Tiefenbrucker (considerado por muchos como "el padre del violín") de Bavaria. Con la aparición de Andrea Amati y Gasparo da Salò inicia la época dorada de la escuela de luthiers italianos en Cremona y Brescia, respectivamente, elevando el nivel de sus instrumentos mucho más allá del mérito meramente artesanal. Los luthiers de mayor talento dejaron de estar a la sombra del anonimato (a la que todo artesano estaba condenado en la Edad Media). Pero no fue sino hasta la aparición de Antonio Stradivari (1644-1737) y Giuseppe Guarneri del Gesù (1698-1744) -herederos ambos de la escuela de Cremona-, que cada violín adquirió identidad propia (lo más común es encontrar violines llevando nombres propios o, en su defecto, el de su dueño más famoso: "Il cannone" ex Paganini y "Le violon du Diable" ex St. Léon, ambos instrumentos Guarnerius), transformándose en piezas de arte valuadas a la fecha en verdaderas fortunas (el "Kreutzer" Stradivarius fue subastado en 1998 por Christie's de Londres, en $1,591,800 dólares; aunque es un secreto a voces que algunos coleccionistas llegan a pagar lo doble en subastas clandestinas por joyas similares).
1. Luthier: palabra francesa convenida para los constructores de instrumentos encordados: violines, chelos, violas, contrabajos, guitarras, etc.
Contó Leopold Mozart al ser interrogado por Zacharias Teve, en entrevista transcrita en Il musico testore en 1756 (mismo año del nacimiento de Wolfgang Amadeus, su hijo): "Orfeo creó el violín. Fue en principio un instrumento cuyas cuerdas debían ser pulsadas; la poetisa Safo agregaría más tarde el arco". Por supuesto que Mozart echó mano de la fantasía -quizá, siendo él mismo violinista, tratando de otorgarle al instrumento un no tan ordinario origen que resultase digno de la elevada naturaleza del objeto al que había consagrado su vida-. El violín es tan ajeno a la época clásica como lo es la música para la que fue creado. La idea de que los instrumentos de arco existían en la antigua Grecia se desperdigó durante el Renacimiento, cuando gran cantidad de pintores y escultores -poco documentados sobre la historia, claro- representaban personajes mitológicos en el acto de inspiradas ejecuciones de instrumentos netamente renacentistas (entre otros Betoldo, quien plasmó, en su obra Orfeo, al propio bardo tocando una especie de vihuela). Siglos después, Max Möckel (afamado luthier[1] berlinés), en su libro Das konstruktiongeheimnis der alten italienischen Meister (Berlín, 1925-27) aseveró de manera contundente que el instrumento en cuestión fue un invento más de DaVinci, a partir de medidas precisas y exactos cálculos matemáticos...
Lo cierto es que la historia del origen de la familia del violín es oscura, está plagada de leyendas, conjeturas e inferencias que han ayudado a dotarlo de un novelesco halo de misterio, en gradual aumento con el decurso del tiempo. Como ejemplos, la Sonata del trino del Diablo, para violín, compuesta por Tartini tras haber recibido la orden del propio demonio, como alegara el compositor. La leyenda de Paganini -el virtuoso del violín por derecho de antonomasia- en su tan sonado pacto con Satán para consagrarlo como el mejor de todos los tiempos (¡muchos en verdad se tragaron el cuento!; la iglesia prohibió que sus restos fuesen enterrados en camposanto). Algo parecido sucedió con Jacob Stainer (pieza clave de la escuela alemana de laudería a principios del XVII), acusado de haber vendido su alma y fenecido en condiciones infrahumanas, con salud mental poco estable. También encontramos en la historia la mitificada figura de Giuseppe Guarneri del Gesù ( luthier del XVIII cuyo trabajo es tan apreciado como el de Antonio Stradivari por los ejecutantes, coleccionistas y expertos), cuya ignominiosa fama de homicida se tomaba como cierta hasta el siglo pasado (los hermanos Hill en The violin-makers of the Guarneri family, Londres, 1931, demuestran lo contrario con pruebas contundentes).
Es evidente que una máquina acústica perfecta no pudo haber sido creada de súbito, de un día para otro, en un chispazo de genial inspiración de algún lúcido artesano. La estilizada silueta que conocemos ahora, que identificamos al instante como la de un violín, lleva a cuestas el fardo de un prolongado proceso evolutivo que no pocos melómanos e igual cantidad de músicos ignoran. Sin embargo, el principio de una cuerda sometida a fricción para generar sonido es tan básico que el instrumento de arco más primitivo -un hipotético protoviolín - pudo haberse generado prácticamente en cualquier civilización o en varias, de manera independiente. Los numerosos vestigios son elocuentes. Tenemos el caso de los instrumentos orientales (en particular los asiáticos) que, al igual que el violín, carecen de trastes para la fácil interpretación de lo que en Occidente se consideran intervalos "microtonales" (el sistema armónico occidental se conforma sólo de doce notas cromáticas, en cambio el hindú de veintidós), para imitar la forma en que la voz humana articula los sonidos: abundante en glissandos y lentos vibratos. Sonnerat, en su libro Voyages aut Indes et à la Chine, hace referencia a ciertos tipos de instrumentos musicales que cumplían funciones religiosas. Entre éstos el ravanastron, de principios acústicos similares a los del violín, inventado por el rey Ravanen de la isla de Ceilán (Sri Lanka), hace más de cinco mil años. Los instrumentos de arco eran pues, conocidos y tocados por diversas civilizaciones de la India desde tiempos remotos, difundiéndose de forma eventual por el Asia Menor y el Mediterráneo. Las investigaciones de Bachmann hablan de instrumentos de arco en el seno de pequeñas civilizaciones del Asia Central, al sureste del Lago Aral, cerca del río Oxus, donde ya se acostumbraba encordar los arcos con crines de caballo durante la Edad Media. Estos diminutos grupos fueron presa fácil para la conquista de los árabes, quienes adoptaron el uso del arco, difundiéndolo por los dominios Árabe-Islámicos y más tarde, tras conquistar España, por buena parte de Europa, donde surgieron con esta base, en los siglos XIII y XIV, los siguientes instrumentos tocados con arco: crwth (chrotta, crotta), vihuela, rebec, guiga y la tromba marina.
El siglo XV operó cambios drásticos en los instrumentos existentes e introdujo muchos otros, como la viola da gamba. Con el surgimiento de la música polifónica, que precisaba de voces independientes, los instrumentos disponibles pronto resultaron limitados y, la mayoría, se volvieron obsoletos. Así, la viola da gamba (viola de pierna; tocada entre las piernas) se convirtió en viola da bracchio (viola de brazo; tocada en posición similar a la del violín en nuestros días), de diapasón espacioso y curvo como el puente para permitir articular notas independientes, de cuerpo plano en forma de un ocho, variando el encordado entre tres o cuatro cuerdas, afinadas por quintas, que abarcaban el rango de la voz de una alto. La versión soprano del instrumento era conocida con varios nombres: soprano di viola, violetta, viola piccola, rebechino y violino, primitivo ejemplar del violín formal, poco apreciado en su época por el sonido agresivo de sus delgadas cuerdas. Entre más finas fuesen las cuerdas de los instrumentos, más necesario se volvía adoptar una ejecución vigorosa y usar mayores hebras de crin en los arcos. Los constructores optaron por elevar el puente como alternativa para soportar los 28 kilos de tensión que las cuatro cuerdas generan sobre el cuerpo del instrumento. El resultado fue un sonido mucho más brillante, rico en armónicos; pero los instrumentos seguían quebrándose por la enorme tensión de las cuerdas: el anima dentro del instrumento fue añadida como soporte, el cuerpo plano se volvió curvo (dándole gran volumen) y la cabeza plana fue sustituida por una estilizada e inclinada, con voluta -como la usada en la tromba marina - para dispersar la tensión de manera exitosa sobre todo el instrumento. Este proceso evolutivo debió tomar más de cuarenta años. Cada uno de los instrumentos de este período fue catalogado como violino del primo tempo por los expertos italianos. De acuerdo a Vidal y otros, el primer violín formal del que se tiene registro fue una viola da bracchio soprano remodelada por Koliker.
Algunos de los primeros luthiers dedicados a la construcción de violines verdaderos (como nombra Boyden a los violines formales) fueron: Giambatista Rolini de Pesaro, Pietro Dardelli de Mantúa, Zuan Maria della Corna de Brescia, Giovanni Maria del Bussetto de Cremona, Gaspard Tiefenbrucker (considerado por muchos como "el padre del violín") de Bavaria. Con la aparición de Andrea Amati y Gasparo da Salò inicia la época dorada de la escuela de luthiers italianos en Cremona y Brescia, respectivamente, elevando el nivel de sus instrumentos mucho más allá del mérito meramente artesanal. Los luthiers de mayor talento dejaron de estar a la sombra del anonimato (a la que todo artesano estaba condenado en la Edad Media). Pero no fue sino hasta la aparición de Antonio Stradivari (1644-1737) y Giuseppe Guarneri del Gesù (1698-1744) -herederos ambos de la escuela de Cremona-, que cada violín adquirió identidad propia (lo más común es encontrar violines llevando nombres propios o, en su defecto, el de su dueño más famoso: "Il cannone" ex Paganini y "Le violon du Diable" ex St. Léon, ambos instrumentos Guarnerius), transformándose en piezas de arte valuadas a la fecha en verdaderas fortunas (el "Kreutzer" Stradivarius fue subastado en 1998 por Christie's de Londres, en $1,591,800 dólares; aunque es un secreto a voces que algunos coleccionistas llegan a pagar lo doble en subastas clandestinas por joyas similares).
1. Luthier: palabra francesa convenida para los constructores de instrumentos encordados: violines, chelos, violas, contrabajos, guitarras, etc.