Episodio del hombre del caballo
Hoy por la tarde salí a pasear. Fue en un jardín. Estaba sentado en una banca. Un hombre corto de estatura, de unos treinta y tantos años, de tez curtida por el sol y acento sureño se acercó tímidamente a mi banca. Preguntó cómo llegar a la central de autobuses. Luego, me contó con la voz timorata y quebrándosele que era de algún pueblo de Veracruz. Era corredor de caballos, de cuarto de milla. Había venido a Zacatecas a correr, contratado por el dueño del caballo, desde Veracruz. Su hijo había venido con él. Parece ser que el hijo corrió en una carrera de cuarto de milla. Cayó del caballo y quedó gravemente lesionado (“no conocía bien al animal”, me decía una y otra vez, como buscando en su memoria las razones del accidente). Tuvieron que internarlo aquí en Zac. El hombre vendió todo cuanto traía consigo (“vendí mi equipo”). Estaba solo. No tenía un centavo encima y su casa a kilómetros y kilómetros de distancia. La hospitalización del hijo en el IMSS se saldría en veinte mil pesos. Una auténtica fortuna para él. No sabía qué hacer, a dónde ir; ni siquiera conocía la ciudad. Estaba deshecho y parece que no había descansado ni comido en todo el día por el trasiego del accidente de su hijo. Sin esperarlo, se le quebró la voz por completo y se echó a llorar en mi propia banca. Se desmoronó en un segundo. El hombre estaba solo.
La escena me desarmó. No pude evitar preguntarme un millón de cosas en ese instante: por qué suceden estas cosas en este país. Por qué estas inequidades sociales. Por qué estos contrastes tan espantosos entre los que aglutinan las riquezas del país y los que nada tienen. Me resulta indignante vivir en un país tan nefasto como éste, cuyos gobernantes viven infectados de poder y de avaricia y a quienes lo que menos les interesa es garantizar en absoluto la justicia y la equidad social.
Después del episodio de hoy, todo lo que he escrito a la fecha y todo lo pueda escribir en el futuro sólo me parecen una sarta de frivolidades. Nada más. Quizá sería mejor no escribir un sólo párrafo cuando lo que se dice no contribuye, directa o indirectamente, a modificar para bien el entorno social. De lo contrario la literatura y el arte parecerían algo tan fatuo. Quizá me equivoque y ésta sea sólo una discusión bizantina. No lo sé.
Hoy por la tarde salí a pasear. Fue en un jardín. Estaba sentado en una banca. Un hombre corto de estatura, de unos treinta y tantos años, de tez curtida por el sol y acento sureño se acercó tímidamente a mi banca. Preguntó cómo llegar a la central de autobuses. Luego, me contó con la voz timorata y quebrándosele que era de algún pueblo de Veracruz. Era corredor de caballos, de cuarto de milla. Había venido a Zacatecas a correr, contratado por el dueño del caballo, desde Veracruz. Su hijo había venido con él. Parece ser que el hijo corrió en una carrera de cuarto de milla. Cayó del caballo y quedó gravemente lesionado (“no conocía bien al animal”, me decía una y otra vez, como buscando en su memoria las razones del accidente). Tuvieron que internarlo aquí en Zac. El hombre vendió todo cuanto traía consigo (“vendí mi equipo”). Estaba solo. No tenía un centavo encima y su casa a kilómetros y kilómetros de distancia. La hospitalización del hijo en el IMSS se saldría en veinte mil pesos. Una auténtica fortuna para él. No sabía qué hacer, a dónde ir; ni siquiera conocía la ciudad. Estaba deshecho y parece que no había descansado ni comido en todo el día por el trasiego del accidente de su hijo. Sin esperarlo, se le quebró la voz por completo y se echó a llorar en mi propia banca. Se desmoronó en un segundo. El hombre estaba solo.
La escena me desarmó. No pude evitar preguntarme un millón de cosas en ese instante: por qué suceden estas cosas en este país. Por qué estas inequidades sociales. Por qué estos contrastes tan espantosos entre los que aglutinan las riquezas del país y los que nada tienen. Me resulta indignante vivir en un país tan nefasto como éste, cuyos gobernantes viven infectados de poder y de avaricia y a quienes lo que menos les interesa es garantizar en absoluto la justicia y la equidad social.
Después del episodio de hoy, todo lo que he escrito a la fecha y todo lo pueda escribir en el futuro sólo me parecen una sarta de frivolidades. Nada más. Quizá sería mejor no escribir un sólo párrafo cuando lo que se dice no contribuye, directa o indirectamente, a modificar para bien el entorno social. De lo contrario la literatura y el arte parecerían algo tan fatuo. Quizá me equivoque y ésta sea sólo una discusión bizantina. No lo sé.