Elfriede Jelinek:
la lucha por la deconstrucción
de los estereotipos de género


Hace unas semanas se hizo público el dictamen del Premio Nobel de Literatura 2004. Elfriede Jelinek (Styria, Austria, 1946), se convierte de esta forma en la décima mujer en ser distinguida con este galardón. La decisión de Jelinek de no asistir a la ceremonia y su ridículo protocolo (la rigurosa gala, el encendido de los doce candelabros, la champaña, el besamanos...) es tan válida como la que, por ejemplo, tomó el huraño J. M. Coetzee en dos ocasiones al ganar el Booker y no presentarse a la ceremonia de premiación (se rumoró fuertemente que tampoco asistiría a Estocolmo el año pasado a recibir el Nobel y pocos saben qué lo hizo cambiar de postura a última hora: quizá los diez millones de coronas suecas). Dicha decisión, en ambos casos, obedece a móviles personales igualmente respetables, como tantos otros y otras lo han hecho.

A cambio, Jelinek, ha decidido videograbar su discurso de aceptación, titulado Im Abseits. En dicho discurso, Jelinek promete arremeter contra aquellos quienes en buena medida han dado tema para sus novelas y obras de teatro: el Vaticano. En la tradición judeo-cristiana las mujeres son la fuente de todo mal, la fuente del pecado, de la tentación y de la suciedad. La iglesia católica es acaso la institución que más daño le ha hecho a las mujeres a lo largo de la historia, aportando las bases para relegarlas y negarles incluso los derechos humanos más básicos (aún en nuestros días). No será una sorpresa que desde Estocolmo, este 7 de diciembre, Jelinek se atreva a alzar la voz por esta injusticia histórica que para muchos (especialmente para los hombres y para aquellos que satanizan o temen la desvirtuada palabra “fe-mi-nis-mo”: generalmente conservadores contumaces y representantes de la iglesia), ni siquiera se tiene considerada como tal, como una injusticia flagrante y vergonzosa. Aplaudo la decisión de Jelinek.

La de Jelinek es una literatura desencarnada. La de Jelinek es una literatura de la que nadie sale indemne. La de Jelinek, como la de Fleur Jaeggy, es una literatura de mujeres (que no “de hembras”, como decir “de machos”), aunque le duela a dos que tres puristas de La Literatura; y no por ello desmerece un ápice, ni le pide nada a ningún “maestro” (al contrario). Atención: lo Universal no es lo Masculino. El Ser Humano no es El Hombre. El camino que Jelinek ha elegido no es, por lo tanto, el más cómodo. No podría serlo de otra forma. Su camino es la radicalidad, la trasgresión. Para tales efectos ni siquiera hay camino: hay que inventarlo; de ahí lo doblemente arduo de su labor. Y es Jelinek ha decidido y ha sabido evadir ese proceso de “masculinización” de su literatura al que las convenciones y patrones masculinos obligan. (Derrumbemos de una vez esta cultura adoradora del falo que tiene contaminada a la literatura y al arte en general.) La obra de Jelinek se distingue por tener el valor (y el talento) para mostrar de manera desencarnada la complejidad con que operan las relaciones de poder entre los individuos, especialmente entre varones y mujeres. La particularidad de su narrativa (y quizá su mayor mérito) reside en la forma en que logra proponer la deconstrucción de los estereotipos y los roles de género dentro de un universo de convenciones androcéntricas a través de sus personajes y los conflictos que propone. (Ella misma, con su radicalidad, es un ejemplo viviente.) La inercia de las construcciones culturales que gravitan en torno a un patriarcado dominante es puesta en entredicho en cada obra de Jelinek, de la misma forma que es puesta en entredicho la oprobiosa justificación y “normalidad” de todo tipo de discriminación de género, violencia de género (llámese sicológica, física, económica...) y el hecho insultante de que las mujeres continúen siendo un grupo vulnerable hoy en día.

Si Jelinek es feminista, no hay por qué temerle. Jelinek y el feminismo proponen nada más que la tolerancia, el reconocimiento a las diferencias entre los géneros, y, a partir de este reconocimiento y esta tolerancia, propiciar la equidad y la igualdad.

Habrá que creer en la modestia de Jelinek, quien, además de mostrarse reacia a recibir la medalla de manos del rey de Suecia, ha declarado que quien realmente merecía el premio este año era Thomas Pynchon antes que ella, e incluso antes que el propio Philip Roth, también anglófono. Que una mujer reciba un premio tan importante como es el Nobel para nada significa que haya sido producto de un mero hecho condescendiente, una “acción afirmativa”, una “discriminación positiva” por parte del género masculino o un guiño de ojo políticamente correcto hacia las mujeres. No. El logro de Jelinek no es otra cosa que el triunfo de una mujer ejemplar, valiente, radical y comprometida con sus ideales en un mundo netamente falocéntrico contra el que más del cincuenta por ciento de la población mundial debe remar a contracorriente todos los días.

Brindo por Elfriede Jelinek. Que vengan más mujeres así.