Bebe:
Bebe y yo mantenemos un amor pasional y tormentoso. Conocí a Bebe (así, sin acento en la segunda “e”) apenas el año pasado, en Barcelona. Yo caminaba por la Rambla cuando la escuché por primera vez. Debo decir que fue “amor a primera oída”, antes que “amor a primera vista”. Bebe es una mujer valiente, consecuente con sus ideas hasta el final, de ésas que no se callan lo que piensan, capaz de denunciar con toda su rabia las injusticias y la brutalidad de este mundo falocéntrico y su machismo jactancioso. ¡Faltaba más! De buenas a primeras le puede escupir a uno en la cara un bien merecido “¡Cada vez que me dices puta se hace tu cerebro más pequeño!”. Bebe no se anda con rodeos, y su mejor arma es su inteligencia. Por eso me gusta. Me gusta a pesar de que su amor me abate con un puñado de palabras llanas. “Tu carita de niño guapo se ha ido comiendo el tiempo por tus venas, y tu inseguridad machista se refleja cada día en mis lagrimitas”. Bien merecido lo tengo, como merecido se lo tienen muchos más... Sus letras son directas y no dan concesiones, casadas con el espíritu de su época hasta la última estrofa. Su pop, igual: avecindado con el rock indie, pero bien afincado en el folclor español, con las típicas progresiones de la guitarra flamenca en modos oscuros como el frigio, con ese twang de cantaora y esa voz que se quiebra en dos por el dolor y por la furia. “¡Tonto eres, no te pienses mejor que las mujeres!”, me dice Bebe en este momento. Y yo me callo, porque ella siempre tiene la razón.