la muerte de cobain y

la muerte del grunge

Cobain desertó de la preparatoria a los dieciséis, a unos meses de graduarse. Cuando decidí no volver a pisar un salón de clases en mi vida, yo contaba con dieciséis años y él ya con veintiséis. No podía verlo de otra forma que a un rockstar, a una persona lejanísima, inalcanzable, sin edad, un ídolo, un maestro a emular. Pero ahora me doy cuenta de que sólo era un ser humano. Nada más. Han pasado diez años exactos. La noticia del suicido de Kurt Cobain la recibí el día que me quedé en mi casa para no volver nunca más a la escuela. Hundido en una severa depresión, me encerré en mi cuarto y puse el Nevermind en el walkman, como de costumbre. Pero, por algún extraño motivo, decidí luego sintonizar la radio, buscando alguna buena estación. Kurt Cobain fue encontrado muerto, anunció un locutor, muy alterado. Había decidido arrancarse la vida por mano propia, con una escopeta. El trance que precedió a su muerte había sido difícil: luego de una sobredosis en Roma, durante la gira europea de In utero, Cobain entró en estado comatoso. Al recuperarse, fue internado en una clínica de rehabilitación en Los Angeles, de la que escapó para volver a Seattle, el primero de abril, una semana antes del suicidio.

De eso van diez años. En este momento tengo la misma edad a la que él optó por apoyar una escopeta entre las piernas, calar el frío metal en su boca y volarse la cabeza de un disparo. Me resulta muy complicado ponerme en el lugar de un chavo de mi edad –a fin de cuentas eso era— y vislumbrar siquiera las razones que lo llevaron al suicidio, sobre todo cuando era él el centro del mundo, del universo entero. (¿Fue acaso ésa la razón?)

La carta de suicidio de Cobain, está dirigida a “Boddah”, supuestamente uno de sus amigos imaginarios de la infancia. Conozco de memoria aquél que se ha difundido como el primer poema escrito por Cobain, a temprana edad:I hate mom. I hate dad. Dad hates mom. Mom hates dad. It simply makes you want to be so sad.” Estas líneas me hacen pensar sobre la capacidad humana para ir acumulando sentimientos como el rencor y el odio a través de los años. Nuestras almas no son sino un receptáculo que guarda y devuelve lo que recibe. Y sí, la vida es correosa y dura como un perro viejo; si uno no desarrolla una piel de rinoceronte, ésta pueda resultar un infierno.

Mucho se ha especulado sobre las razones y las circunstancias que arrastraron a Cobain al suicidio en la cumbre del éxito, con una hija pequeña a la que adoraba –Frances, de apenas un año-- y una esposa –Love Michelle Harrison, mejor conocida como Courtney Love-- que él mismo, en su carta, describe como una “diosa” (con todo y que el divorcio era inminente, y pese a cualquier opinión que se pueda tener de ella y su controvertible vida). Una inmensa cantidad de personas vieron una oportunidad magnífica y se han colgado de la imagen de Cobain a su muerte, tratando de lucrar con ella de las más variadas formas: basta señalar los diarios publicados en forma de libro o el documental Kurt and Courtney, donde el hilo conductor de Nick Broomfield se empeña en hacernos ver que Courtney Love indujo a su esposo a quitarse la vida. Lo mismo puede decirse de los álbumes póstumos de Cobain con Nirvana: From the Muddy Banks to the Wishkah (1996), con versiones grabadas en vivo, y el reciente Nirvana (2002), un compilado cuya mayor novedad es la rola inédita “You know you’re right” que se promocionó con todo y videoclip.

Pero, a todo esto, ¿qué pasó con los demás personajes de la película después de que el protagonista decidiera, por voluntad propia, salir de la escena? Para bien y para mal, la persona más afectada a la muerte de Cobain fue sin duda su esposa. Courtney Love tenía una carrera de años –iniciada en 1989 con su grupo Hole-- aun antes de conocer a Kurt. Sin embargo, hasta ahora no deja de relegársele injustamente a la categoría de “oportunista” por haber aprovechado la poderosa inercia de su marido y de Nirvana. La revista Vanity Fair publicó un artículo en el que acusaba a Courtney de haberse inyectado heroína durante la primera etapa de su embarazo, contribuyendo a enturbiar su personalidad de por sí complicada. Esta imagen negativa se generalizó y finalmente poseyó a Courtney, quien decidió que no sería tan mala idea adoptar por completo en papel de chica mala. Talento, a pesar de sus detractores, no es lo que le falta a Miss Love, como lo ha demostrado en sus incursiones en el cine: Sid and Nancy, Straight to hell, The people vs Larry Flynt, Feeling Minnesota, Basquiat, Man in the moon, etc. Luego de seis años desde el último álbum con Hole, Courtney ha vuelto hace poco –ahora como solista-- en America’s sweetheart, en cuyo primer track nos pregunta: “Did you miss me?”. A lo que respondería yo con toda la honestidad del mundo: “No, la verdad es que no”.

Para Dave Grohl, el más joven de la banda, las cosas han marchado de maravilla. Pasaron tres años en silencio antes de que Grohl decidiera volver a la escena con un nuevo grupo y con guitarra en manos: Foo Fighters, que contó en esa primera época con la participación de Pat Smear, guitarrista invitado en Nirvana de los últimos días. Para Grohl, la primer placa con su banda significó un desprendimiento de la pesada sombra de Cobain, en buena parte por la excelente acogida que le dieron los viejos fans y la crítica, sin mencionar el giro radical de su música y sus letras, muy lejanas al pesimismo y el halo oscuro que permeaba a Nirvana. Grohl pasó de ser el personaje callado detrás de la banda hasta pisar al primer plano por cuenta y talentos propios. Tan buena estrella ha tenido Grohl que se dio el lujo de volver a la silla de baterista con Queens of Stone Age con igual éxito. Sobre Foo Fighters y Dave Grohl, por lo tanto, valdría hacer capítulo aparte.

En cambio, del que menos noticias hemos tenido es sobre Krist Novoselic --el eterno compañero de batalla de Cobain desde Stiff Woodies, un dueto integrado por ambos en la adolescencia--, a quien nunca se le dio la importancia que tuvo dentro del grupo como talento creativo y como el que salía a dar la cara a la prensa en todo momento. Se podría argumentar que su salida de los reflectores se debió solamente a su apatía y su indiferencia por la música, contrario a lo que ha hecho David Grohl con su carrera pos-Nirvana. Pero lo cierto es que Krist Novoselic formó en 1995 una banda llamada Sweet 75 con la cantante venezolana Yva Las Vegas, que debutó con un álbum autotitulado, pero que terminó por desintegrarse en el 2000 (su primera tocada en vivo fue sólo dos semanas después de la de Foo Fighters). Los fans atestaron los primeros conciertos de la nueva banda de Novoselic creyendo que se toparían con una secuela de Nirvana, pero cuál sería su sorpresa al encontrar una banda que indistintamente mezclaba el rock con el folk y sonidos latinos. Luego de ese proyecto, Novoselic conformó un interesante trío que lleva hoy en día por nombre Eyes Adrift, al lado del líder de los Meat Puppets, Curt Kirkwood –de vuelta en la tierra después de una muy mala temporada con la heroína-- y Bud Gaugh, ex Sublime. La relación musical de Kirkwood con Novoselic no es ninguna sorpresa, pues éste y su hermano Chris estuvieron siempre muy cerca de Nirvana (sólo hace falta recordar que ambos colaboran en las sesiones del Unplugged, interpretando tres rolas de los Meat Puppets, ellos mismos). Pero la pasión por la política de Novoselic se mantiene viva al paralelo de su trabajo musical. De tal suerte, ha llevado sus intereses a la práctica, fundando y presidiendo hasta la fecha la JAMPAC (Joint Artist & Music Political Action Committee), un organismo dedicado a defender y hacer valer los derechos de los artistas.

A diez años de su muerte, el legado de Nirvana se pone de manifiesto, directa o indirectamente, en muchas de las bandas que dominan el escenario actual. Sin la irrupción de un grupo con tanta fuerza como éste en el panorama musical, la historia del rock hubiera sido muy distinta. Pocos son los personajes que logran dar un viraje tan radical a ese viejo conocido y ya de por sí contestatario que es el rock. Nadie podrá negar que el rock ahora se mide antes y después de Nirvana y de Kurt Cobain.

la música

después de cobain

Krist Novoselic

Dave Grohl

Courtney Love

Nirvana

Sweet 75, Sweet 75, 1997

Foo Fighters, Foo Fighters, 1995

Hole, Live through this, 1994

Nirvana, MTV Unplugged in New York, 1994

The No WTO Combo (con Kim Thayil), Live from the battle in Seattle, 2000

Foo Fighters, The colour and the shape, 1997

Hole, Celebrity skin, 1998

Nirvana, From the Muddy Banks to the Wishkah, 1996

Eyes Adrift, Eyes Adrift, 2002

Foo Fighters, There is nothing left to lose, 1999

Courtney Love, America’s sweetheart, 2004

Nirvana, Nirvana, 2002

Queens of Stone Age, Songs for the deaf, 2002

Hole, Ask for it, 1995


Foo Fighters, One by one, 2002

Hole, My body the han grenade, 1997



Hole, Tank girl, 1995


generación X

La popularización de este nombre tuvo origen en 1991, cuando el joven escrito Douglas Coupland publicó Generation X, su primera novela, donde pone de manifiesto la cosmovisión de los jóvenes de su edad a través de sus tres personajes, que deciden un buen día abandonar las convenciones de la sociedad en que viven. Existe mucha polémica acerca de las edades que debería abarcar esta generación de norteamericanos, cuyos miembros son también conocidos como “thirteeners”, por ser la decimotercera generación de EEUU desde 1620. Lo cierto que es la generación que sigue a la de los baby boomers y que fueron educados con la televisión, el Atari y las PCs. El estereotipo de la Generación X se basa en la carencia de ideales, la incertidumbre por el futuro y la consecuente apatía. Filmes como The breakfast club, Reality bites y Singles (que posee uno de los soundtracks más poderosos de todos los tiempos) son algunos de los filmes más emblemáticos de los gen-x’ers. El estereotipado y apático joven de la Generación X sólo podría tener como música de fondo y estandarte al grunge, una derivación del rock que no es otra cosa que el espejo hirviente de una visión desencantada del mundo.


seattle y el grunge

La ciudad de Seattle (que vio nacer también a Jimi Hendrix), en el estado norteamericano de Washington, fue la cuna de un movimiento musical etiquetado por las disqueras como grunge (“basura”, traducido literalmente). Hablar de grunge es hablar de uno de los movimientos más poderosos y distintivos que hayan tenido lugar dentro del campo del rock. Muchos aún se muestran incrédulos acerca de cómo fue que un puñado de bandas conformadas por gen x’ers de una pequeña ciudad gris y lluviosa, vinieron a poner el ejemplo a sus mayores, a imponer las nuevas reglas de “cómo debía ser hecho el rock” de una vez y para siempre. Nirvana es el emblema del grunge; sin embargo, aquél se trataba de un grupo relativamente joven comparado con los decanos de la escena de Seattle. De tal suerte, los grupos más representativos eran Mudhoney, Melvins, Mother Love Bone, Soundgarden, Alice in Chains o Green River, entre otros. En Mother Love Bone se concentró el núcleo de lo que sería después Pearl Jam, entre cuyo lapso de formación medió el proyecto Temple of the Dog (un homenaje al fallecido vocalista de Mother Love Bone: Andrew Wood) cuya alineación incluía a miembros de Soundgarden y Pearl Jam. Pero no fue sino hasta 1992 cuando el primer álbum de Pearl Jam vio la luz: Ten. Millones de adolescentes quedaron petrificados en todo el planeta al contemplar el suicidio de Jeremy Delles frente a sus compañeros de clase, mientras Vedder (cuando sabía cómo hacer su trabajo) entonaba el coro como un desquiciado. Dos semanas después sucedería lo imposible, tras el lanzamiento de Nevermind, segunda placa de Nirvana: el entonces todavía rey Michael Jackson fue destronado del número uno de las listas de popularidad por un grupo subterráneo, señal de que algo estaba sucediendo. Fue entonces que el mundo comenzó a hablar del grunge, a vestir franelas cuadriculadas y a calzar botas de trabajo, como los muchachos de Seattle.

Cobain fue más que un símbolo para el grunge. A su muerte, poco a poco fueron desvaneciéndose los grupos más sólidos. Soundgarden desapareció, Pearl Jam extravió toda la fuerza (al punto de ser ahora un grupo insípido con un montón de imitadores de su primera etapa) y Alice in Chains perdió trágicamente a su vocalista, Layne Stayley, esclavizado por la heroína. El grunge ha muerto, sí, pero el rock quedó marcado para siempre y no hay vuelta de hoja.

© 2004 Tryno Maldonado

Revista Switch