manifiesto.02

Nadie puede negarlo. Es claro que prosistas hay muchos y muchas en la actualidad. Quizá demasiados. Pero jamás tantos como para que falten premios nacionales, becas o fondos estatales. La narrativa –como el narco y la política- es un mal endémico de nuestra tierra. Todos somos Rulfo. No estamos obligados a escribir una obra maestra porque él ya lo hizo por nosotros. Todos hemos escrito ya nuestra mágnum opus. El trabajo está hecho. Recostémonos a convalecer el resto del día. Muchos somos los que padecemos este mal. Todos conocemos su patología. Su cuadro secundario de síntomas incluye la abulia y la mediocridad. Por eso escribimos. Porque estamos apestados. No porque sea una alternativa viable en un país iletrado donde ni siquiera un derecho esencial como lo es la educación de calidad puede ser garantizado. Estamos apestados y encima practicamos una endogamia salvaje. De esta endogamia siempre nacerá un producto. Todos cargamos el pecado sin nombre de justificar diariamente una literatura que nace muerta entre las sábanas de nuestro amasiato. Callamos y nos miramos en connivencia. Sonreímos. Desde luego una madre amorosa jamás aceptará que lo que acaba de parir y lavar con leche y laurel no sea otra cosa que un feto asfixiado en su vientre. Finjamos que es un bebé lozano y despierto este cadáver descompuesto al que comienzan a rondar las moscas pero que cuidamos con diligencia maternal. Qué más da. Siempre lo hemos hecho. No faltará el vecino que, lleno de sorna, pase por nuestra casa y blanda una falsa sonrisa. Entonces se henchirá nuestro orgullo una vez más, engañados por su farsa. ¡Pero cuidado con atrevernos a evidenciar la calidad de adefesio que es nuestro hijo! El que lo haga será marcado con el hierro de la ignominia. ¡Saludemos con pleitesía una vez más a nuestras vacas sagradas!