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: diez narradores contemporáneos

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01: J.M. Coetzee

[Cape Town, 1940]

Conocí a Coetzee por consejo de César Albarrán. Y no me cansaré de decirlo. Ningún escritor ha logrado estremecerme tanto como este maestro sudafricano. Ahora concibo mis lecturas y mi propia escritura en dos períodos básicos: antes y después de JMC. Los libros de Coetzee provocan lo que muy poca literatura actual (aunque debería hacerlo si se jactara de ser tal): trastocar de alguna forma la noción personal de la realidad, violentar el estar en el mundo de sus lectores. Admirador de Bachmann, Beckett y Borges, Coetzee inició su trayectoria con Dusklands (1974), desarrollando un registro narrativo aparentemente frío, de resonancias metálicas, brutal y depurado como muy pocos. Coetzee pone en cada una de sus novelas interrogantes morales como quien deja caer un hierro candente en las manos de otro. La discriminación, la intolerancia, la brutalidad hacia los animales y el appartheid han sido algunos de sus temas fundamentales.

[Lecturas recomendadas en traducción:]

La edad de hierro (1992)

Elizabeth Costello (2003)

Esperando a los bárbaros (1980)

Desgracia (1999)

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02: Philip Roth

[New Jersey, 1933]

No hay duda. Es claro que la mejor narrativa contemporánea se hace en inglés. De ahí en más son contados los casos en otras lenguas. Pero pocos escritores anglófonos blanden su idioma como un arma tan puntual y eficaz tanto para elaborar una sátira, pintar el patetismo o simplemente desarmar al lector en unas cuantas líneas llenas de lucidez. Roth posee una voz de argumentos notablemente precisos y brillantes. Ha desarrollado esa capacidad de manipular el lenguaje a su antojo y darle una vuelta de tuerca al uso de la oralidad. Por si fuera poco, sus personajes se nos vuelven pronto entrañables: saltan del papel, rebosan de energía vital, al igual que los conflictos que sus novelas plantean. Donde nosotros vemos cotidianeidad, simpleza y abulia, Roth ve literatura. Se coloca en el lugar del otro con asombrosa facilidad. ¡Silky Silk a doce rounds! Estocolmo se está tardando en darle ese premio.

[Lecturas recomendadas en traducción:]

El teatro del Sabbath (1995)

Patrimonio (1991)

Pastoral americana (1997)

La mancha humana (2000)

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03: Fleur Jaeggy

[Zurich, 1940]

Descubrí a Jaeggy por consejo de David Miklos. A finales del año pasado, en cierta conversación, un escritor reconocido me contó que Roberto Calasso había cenado en su casa la noche anterior. Cualquier otra persona en mi lugar hubiera lanzado preguntas a quemarropa sobre el escritor italiano, fundador de la casa editorial Gli Adelphi. Pero no. Sólo atiné a preguntar con asombro: “¿Venía su esposa con él?”. Cada una de las novelas de Jaeggy (quien decidió escribir en italiano) son pequeñas joyas, pequeños y elaboradísimos trabajos de orfebrería. El aparente desapego y la frialdad en su voz, maestra de la contención donde las haya, son engañosos: alcanzar una voz poética con tal concentración y tan refinada sólo puede lograrse por medio de una sensibilidad extraordinaria, una percepción atenta de la experiencia vital, amén de una disciplina férrea y una lectura concienzuda de todos los Walsers.

[Lecturas recomendadas en traducción:]

El temor del cielo (1994)

Los hermosos años del castigo (1989)

Proleterka (2001)

El ángel de la guarda (1971)

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04: Haruki Murakami

[Kyoto, 1949]

Cuando alguien me pide que le recomiende un libro, no lo dudo un instante: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. (Donde Tooru Okada vendría siendo algo así como mi alter ego, con todo y su May Kazahara). En una época donde impera el realismo férreo y complaciente, este escritor japonés se regodea haciendo hablar a los gatos, haciendo aparecer y desaparecer a mujeres misteriosas, creando puertas interdimensionales dentro de pozos vacíos... Quizá estemos ante el mayor prodigio de la imaginación de las letras contemporáneas. Aunque tal vez sea también el escritor nipón más occidentalizado (si tal patraña del “Occidente” existe). Las referencias musicales y culturales occidentales pululan en sus novelas, siendo su Norwegian wood (título tomado de una canción de los Beatles) el caso más evidente. Cuenta el propio Murakami que descubrió su vocación de narrador a los veintitantos años: tomaba una cerveza mientras observaba un partido de béisbol; entonces un jugador de su equipo conectó un hit y “todo cobró sentido”. Ése fue el momento de la revelación. Es sabido que quien se sienta a leer una novela de Murakami corre un riesgo enorme: el riesgo de no querer levantar la cabeza de vuelta a este mundo abúlico e insípido.

[Lecturas recomendadas en traducción:]

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1997)

Sputnik, mi amor (2001)

A la caza de carnero salvaje (1989)

Al oeste del sol, al sur de la frontera (2003)

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05: Paul Auster

[New Jersey, 1947]

No creía en el talento. Quizá en la música o en la pintura esa patraña existiera. Pero no en la literatura. Entonces, ¿cómo explicar esa tremenda noción y ese control de las tramas y subtramas que despliega Auster en cada novela? No deja de asombrarme: La noche del oráculo es un claro ejemplo de ello. Quienes escriben sabrán a lo que me refiero. (Yo mismo identifico la manera en que se desarrollan las tramas de mis historias con las de Auster: concebir la estructura mentalmente en su totalidad aún antes de sentarse a redactar una sola línea). En los procesos creativos de Auster hay una enorme parte intuitiva y salvaje con la que, a riesgo de caer en el lugar común, “uno nace pero jamás se hace”. Intentar racionalizar esta habilidad se me antoja ocioso. Podríamos, en tal caso, decir que Auster es de los pocos cracks (como los futbolistas) de la literatura actual. Un Ronaldinho de la novela que, como su personaje Fogg, se forjó en la bravura de las calles de Nueva York y que quizá sólo reconozca la influencia directa de Don DeLillo y en la Amerika de Kafka.

[Lecturas recomendadas en traducción:]

La trilogía de Nueva York (1987)

La noche del oráculo (2004)

El palacio de la luna (1989)

Leviatán (1992)

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06: António Lobo Antunes

[Lisboa, 1942]

Maestro de maestros para quienes hacemos novela por no saber hacer poesía. El planeta Antunes es un planeta que ejerce una gravedad fortísima. Incluso ese tal Saramago, paisano suyo, ha caído en la tentación de plagiarlo con buen disimulo. Quien se acerca a Lobo corre el riesgo quedar atrapado. Un estilista. El puro goce de su prosa excesiva y lírica nos basta. Hundirse en la calma y la melodía de sus aguas soporíferas, de su ritmo constante e hipnótico, eso nos basta. Lobo puede decir en entrevistas lo que le venga en gana, puede contar en sus novelas lo que sea: la vida de sus tías en una casa ruinosa de Lisboa, sus años como médico en la guerra de Angola, su infancia en una hacienda en decadencia durante la dictadura de Salazar, la historia de una vieja loca que creía tener la receta de la coca-cola (café con mucho azúcar)... Le creeremos todo. Le creeremos cada palabra que salga de su pluma mientras escribe el día entero en un hospital siquiátrico, mientras convive con sus enfermos y sólo se detiene para compartir con ellos la comida. Le creeremos cada línea rota, cada párrafo dislocado, porque sabemos de esa necesidad, de ese apremio por escribir, de esa pasión desaforada, de esa fiebre irrefrenable que arremete por las noches como una punzada, que lo obliga despertar, saltar de la cama, tomar un cuadernillo y desbocarse en él como un poseso horas y horas enteras. Le creemos porque compartimos ese mal. Maestro Lobo, larga vida.

[Lecturas recomendadas en traducción:]

En el culo del mundo

El orden natural de las cosas

Tratado de las pasiones del alma

Manual de inquisidores

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07: Michel Houellebecq

[Réunion, 1958]

¡Un cabrón! Eso y nada más es Houellebecq. El misántropo perfecto. Ni siquiera sé porqué hablo de él. No debería hacerlo. No lo merece. Él no lo haría sobre sí mismo. Quizá sólo lo haría por vanidad; no por interés literario. ¿Le interesa mínimamente la literatura a este tipo? Nadie debería hablar de Houellebecq. Nunca. Que se quede para siempre escondido donde está, que se quede en el escondite a donde se largó luego de recibir amenazas de muerte por denostar abiertamente a los árabes en Plataforma. Nadie debería hablar del famoso “asunto Houellebecq”. Nadie debería hablar de su cinismo despiadado. Nadie debería citar su frase: "El valor de un ser humano se mide hoy en día por su eficacia económica y su potencial erótico". Nadie debería hablar de esas odas a la misantropía y a la pornografía que son sus novelas. Nadie debería, sobre todo, hablar de esos personajes suyos que rememoran a Camus. Un Camus con esteroides en la era de la ingeniería en sistemas y del turismo sexual.

¡Todos te odiamos, cabrón Houellebecq! Pero déjanos tus novelas...

[Lecturas recomendadas en traducción:]

Plataforma (2001)

Ampliación del campo de batalla (1994)

Las partículas elementales (1998)

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08: Juan Goytisolo

[Barcelona, 1931]

Tras la muerte de Cabrera Infante, Goyti es ya el único estilista vivo del castellano. Quien opine lo contrario que lance la primera piedra. Confienso que no conocía la obra de Goytisolo hasta hace poco; llegué a él cortesía del buen Jorge Harmodio, quien a su vez lo conoció personalmente en París y más tarde lo visitaría en Marraquech. La prosa de Goyti es noble, precisa como un estilete y expansiva. Este gran maestro del castellano (aunque catalán de nacimiento), me ha devuelto a ese asombro y respeto que siempre le he profesado a nuestra lengua por su riqueza y flexibilidad. Amén de su nivel de compromiso con el oficio de escritor y con sus férreos ideales, que le costaron bastantes penurias (y que de paso me abren los ojos ante lo anodino y destemplado de mi generación y me hacen renegar por momentos de ella en su generalidad). Don Juan Goytisolo se ha granjeado un lector fiel en mí. Después de leer sus memorias (Coto vedado y En los reinos de taifa) sólo quedan ganas de hacer dos cosas: a) largarse a París, b) sentarse a escribir novelas como poseso.

[Lecturas recomendadas:]

Coto vedado (1985)

En los reinos de taifa (1986)

Señas de identidad (1966)

Reivindicación del conde don Julián (1970)

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09: Elfriede Jelinek

[Styria, 1946]

La literatura femenina generalmente no es bien vista por la crítica fundada en patrones convenidos por el colectivo masculino. No seamos hipócritas: si una escritora no masculiniza su prosa (es decir: si no se somete) es víctima de escarnio. Por lo regular (vide Cd. Juárez) en nuestro país las mujeres que no se someten son asesinadas. ¿Pero qué sucede cuando además de hacer literatura femenina alguien decide hacer literatura abiertamente feminista? La de Jelinek es una literatura desencarnada. La de Jelinek es una literatura de la que nadie sale indemne. La de Jelinek, como la de Fleur Jaeggy, es una literatura de mujeres (que no “de hembras”, como decir “de machos”), aunque le duela a dos que tres puristas de La Literatura; y no por ello desmerece un ápice, ni le pide nada a ningún “maestro” (al contrario). Atención: lo Universal no es lo Masculino. El Ser Humano no es El Hombre. El camino que Jelinek ha elegido no es, por lo tanto, el más cómodo. No podría serlo de otra forma. Su camino es la radicalidad, la trasgresión. Para tales efectos ni siquiera hay camino: hay que inventarlo; de ahí lo doblemente arduo de su labor. La obra de Jelinek se distingue por tener el valor (y el talento) para mostrar de manera despiadada la complejidad con que operan las relaciones de poder entre los individuos, especialmente entre varones y mujeres. La particularidad de su narrativa (y quizá su mayor mérito) reside en la forma en que logra evidenciar la construcción de los estereotipos y los roles de género dentro de un universo de convenciones androcéntricas. Cuando leo a Jelinek deseo sobre todo una cosa: cerrar cuanto antes las páginas del libro, arrojarlo lo más lejos posible y renunciar a este mundo de mierda. ¡Pero no puedo! ¡Que vengan más mujeres como Elfriede!

[Lecturas recomendadas en traducción:]

Deseo (1989)

La maestra de piano (1983)

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10: Michael Cunningham

[Cincinati, 1952]

No cabe duda que Las horas (un día en la vida de tres mujeres y una suerte de “variación sobre un tema de la Woolf”), contada por cualquier otro autor se volvería una tomadura de pelo, una novela menor. Pero contada por Cunningham resulta ser el punto clave que atestigua el nacimiento de un Escritor. El nacimiento de una voz y de una visión sensibles como muy pocas. Los hilos traslúcidos con los que se entretejen nuestras vidas son reconocidos y diseccionados con maestría asombrosa por Cunningham. Conflictos y situaciones triviales que lindarían con el lugar común (una mujer que dará una fiesta y sale a comprar flores, un escritor homosexual depresivo y seropositivo, la jornada de una ama de casa fastidiada de su matrimonio, la manoseada vida de Virginia Woolf y su suicidio...), en voz de Cunningham se convierten en auténticas épicas individuales, en epopeyas de lo cotidiano a la manera del Ulysses, pero en una clave muy distinta, desde luego. Releyendo a Cunningham, se me ocurre hacer una pregunta para las y los narradores mexicanos: ¿Por qué no nos dejamos ya de chingaderas y hacemos Literatura de una vez por todas?

[Lecturas recomendadas en traducción:]

Las horas (1998)

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