: roma para principiantes

para Silvia de Sanctis, ciccia

“Roma, sabedora de todos los recursos y añagazas

necesarios para atrapar a los incautos”.

Juegos florales, Sergio Pitol

: 01

Odia el terrible lugar común. Pero ahora lo sabe. Lo sabe porque Roma le ha dado una de las experiencias más intensas de su vida. Roma lo recibió con una belleza sobrecogedora, lo arropó entre sus brazos como una madre diligente y, lo mismo, se encargó de patearle el culo todos los días. Si es verdad ese manido símil de que las ciudades son como mujeres, entonces Roma no es otra cosa que una mujer entrada en años e histérica, de una belleza decadente, una mujer que nos hace besar el piso para tener sus favores. ¿Cómo negarse? Parece mentira que hace dos semanas él haya salido de su país con mochila al hombro. La mochila ahora pesa cerca de diecisiete kilos y despide un olor insoportable. Ha caminado sin parar y ha comido muy poco. Los pantalones ahora le vienen grandes. En cambio, la libreta de apuntes comienza a engordar. El viaje en tren ha sido como todos

: en un vagón atestado de japoneses que apenas chapurrean el inglés. Milán-Florencia-Roma. Odia el terrible lugar común, sí. Pero ahora lo sabe. “Todos los caminos conducen a Roma”.

Baja del tren y se sorprende ante la magnitud de la estación Termini; ni remotamente tan bella como la de Milán, pero mucho más imponente

: el punto nodal de casi todos los sistemas de transporte de la ciudad. En Roma todos los caminos conducen a Termini. En su país jamás ha viajado en tren; aquí se han vuelto parte de su imaginario, su guarida y centro de operaciones antes de pisar una nueva ciudad. En la caseta de información le dan direcciones de varios hostales. Le han dicho que el de HI es particularmente malo aquí. Paga tres euros y medio por guardar su equipaje en Termini. Aborda el metro. En Roma sólo hay dos líneas, sumamente deterioradas. Cuando llega al primer hostal se da cuenta que pertenece a una iglesia católica. No se lo piensa y sale huyendo. Se adentra en el metro de nuevo. Ahora hacia Piramide. Camina más de un kilómetro sólo para descubrir que ese otro hostal de jesuitas para jóvenes católicos. El asunto de la religión comienza a frustrarle. ¿Es que todo es para católicos en esta ciudad? Vuelve al metro y pronto se da cuenta que por su fenotipo puede pasar como italiano. Finge estar abonado y se pasa el troquel sin pagar frente a las narices de los inspectores (cada euro es valiosísimo en esos momentos). En la calle le hablan en italiano y hasta le piden direcciones. La confusión comienza a divertirle.

Ha gastado todo el primer día en buscar hospedaje. Se rinde. Va hacia el norte, cerca del Estadio Olímpico, más allá de la estación de San Pietro, para hospedarse en el Ostello della Giuventú, por muy malo que pueda ser. Sólo logra encontrarlo gracias a unos turcos hospedados allí. El lugar fue construido para las olimpiadas en Roma. De eso hace décadas. Para no variar, sus compañeros de cuarto son japoneses. Cosa de mención: un japonés más alto que él, de casi dos metros.

Esa misma noche vuelve a Termini por su equipaje. El ajetreo del día ha sido tal que perdió el ticket. El encargado despotrica en romano, ni siquiera en italiano. Mueve demasiado las manos y esputa decenas de maldiciones intraducibles. Sin el ticket es im-po-si-ble devolverle sus pertenencias. Él se sienta en el suelo de Termini tan exhausto que poco le importa. Quizá el viaje finalice allí. ¿Cómo recuperar todas sus pertenencias? Afuera de Termini habrá un festival de rock durante toda la semana. Eso lo anima un poco. Bebe una cerveza, come un panino y se cuela entre la gente y la música. Mañana será otro día. Además está en Roma, quizá la ciudad más bella del mundo.

: 02

Luego de unas horas de sueño se despierta con un brazo deformado por las picaduras de mosquitos. Repelente para insectos

: ocho euros y medio. Por la mañana vuelve a Termini. Lo mandan de un lado a otro

: de atención al cliente a información turística y de allí a la policía. Nadie habla inglés decentemente. Tiene que ingeniárselas. Debe poner una denuncia por la pérdida de su equipaje. Todo mundo le grita. El caos de esta ciudad vuelve un tanto histérico a todos. No duda que él mismo termine esputándole a alguien en la cara (de hecho lo hará). Al final en la estación de policía arreglan su problema. Los carabinieri son una cosa de mención: impecablemente vestidos, con el cutis perfecto, maquillados y las cejas depiladas. Vuelve por su equipaje al depósito

: casi diez euros por recargos. A ese paso se quedará sin un céntimo. Roma está esperando allá afuera.

Lo primero que desea ver es el Pantheon. Pero decide tomar la Via del Corso desde la Piazza del Popolo, para luego desviarse a comprar una camiseta de Totti y llegar a la Piazza di Spagna. Se sienta en las escalinatas que ascienden hasta Trinità dei Monti, a la sombra de la casa donde murió John Keats a los veinticinco años. Se pregunta si esta misma vista es la que habrá tenido el poeta, si esto que ahora ve, esto que ahora escucha y siente es lo mismo que percibió Keats al morir con sólo un año menos que él. A su lado va y viene una plaga de turistas. ¿Acaso él no es uno de ellos? Las japonesas con sus bolsas de las tiendas de marca viniendo del Corso. En la Fontana di Trevi (que resulta ser mucho más impresionante de lo que él podría haber apostado) encontrará más japoneses tomándose fotos mientras arrojan monedas de espaldas. Los gelati que todos comen se ven deliciosos: él no puede darse ese lujo, aunque el calor no cede. Por fortuna en Roma toda el agua de los grifos públicos se puede beber. Se adentra por callejones estrechos con olor a orines de gato. De pronto está en la Piazza della Rotonda. Alza la vista y allí lo tiene, frente a sus ojos. Entra en el Pantheon con respecto casi votivo. El diámetro de la construcción es poco más de cuarenta y tres metros, exactamente lo mismo que de altura, como una esfera perfecta. En lo alto de la cúpula se abre un orificio por el que entra un haz de luz. Él se sienta entre la muchedumbre a contemplar cómo el haz avanza al paso de las horas. Podría estar allí sentado toda la vida. El lugar lo reconforta. Recuerda el momento en que Onno Quist reencuentra a su hijo en ese mismo sitio, en la novela del holandés Mulisch. Si Onno quería perderse de su pasado eligió la mejor ciudad. ¿Habrá de reencontrarse él también con alguien querido si permanece demasiado tiempo allí? Lo duda.

Continúa la marcha, hacia el sur, y se topa con algo que lo maravilla

: en pleno centro de la ciudad, ante el paso irrefrenable de autobuses, coches y vespas, se halla una zona de ruinas cercada. El lugar despide un olor acre a lo lejos. No es otra cosa que un refugio para gatos callejeros. Es la Area Sacra Argentina. Los gatos retozan a sus anchas y coquetean con los turistas curiosos. A esas alturas no le parece raro que un refugio sea la única oportunidad que tenga un gato de la calle de sobrevivir a esta ciudad demencial. Por la noche aborda la Via Nazionale buscando el lugar del que tanto le han hablado

: Campo dei Fiori. En los alrededores sobran los bares y los restaurantes. La plaza está llena de jóvenes. Hay música por todos lados. Se siente a sus anchas. No falta quien le ofrezca un cigarro de hachís. Se compra una cerveza y un panino en una tienda cercana. La empleada habla perfecto español

: ha estado en Oaxaca y hacen buenas migas. En las noches venideras ése será su destino obligado. Cada vez que él le pide una cerveza mexicana ella le pregunta con gracia

: ¿Homesickness? No, es sólo que la cerveza italiana es una porquería, quisiera responderle. Camina un poco más y se topa con una curiosidad: las oficinas del antiguo Partido Comunista Italiano. Con toda probabilidad Italo Calvino y Umberto Eco se habrán dado cita en este lugar infinidad de veces. Entra a una librería acogedora. No puede evitarlo. Se compra algunas ediciones de Gli Adelphi de las obras de Fleur Jaeggy, la suiza que ha decidido escribir en italiano. Vuelve a la plaza. En el lugar hay una ONG recolectando firmas

: “No God”. Le simpatizan de inmediato. Luchan para frenar una iniciativa de ley de la derecha italiana que prohibiría la inseminación artificial. En realidad en Campo de Fiori se siente mucho mejor que en su casa. Quisiera quedarse allí toda la vida. El lugar, le cuentan, se ha puesto de moda entre los juniors con la pose de “radical chicks”. Las rentas están por los cielos. Un descarado anuncio espectacular de una famosa marca de ropa en pleno centro de la plaza lo demuestra.

La semana que pasa en Roma le parece insuficiente. Se pregunta cuánto tiempo será necesario para conocer esa ciudad caprichosa. Toda la vida, seguramente. Cumple, entre otras, la visita obligada al Vaticano. La opulencia de la Basílica de San Pietro le resulta ofensiva, repudiable. Una institución que presume de humildad regodeándose en un fastuo que él jamás había atestiguado, mientras millones de personas en todo el mundo viven en condiciones infrahumanas. Del museo del Vaticano ni hablar. Las náuseas lo obligan a abandonar ese pequeño nicho de poder. El colmo es cuando llega el mensaje del papa a través de unas gigantescas bocinas. Eso es más de lo que puede soportar. El Foro Romano y el Fori Imperiali, centro de la actividad cívica del antiguo imperio, por otra parte, le resultan imponentes. Lo que alcanza a vislumbrar es apenas una centésima parte del poderío que llegó a tener el Imperio Romano. Lo sorprenden de la misma manera el Coliseo, el Circo Massimo (usado ahora por los tifosi para celebrar las victorias del A.S. Roma), el monumento Vittoriano (dedicado a Vittorio Emanuele III y llamado “la máquina de escribir” por los romanos), la Piazza Venecia (repudiada aún por ser el lugar donde Musolini presenciaba sus gigantescos mítines) y la Piazza Navona (sitio monumental construido originalmente para ser llenado de agua y llevar a cabo batallas navales, en plena ciudad, ante treinta mil espectadores).

El domingo no puede dejar pasar la oportunidad. Él aprendió a patear una pelota con una técnica perfecta antes que a escribir una sola palabra. La Roma jugará contra la Fiorentina. No duda un momento en comprar el boleto, aunque eso le reditué a la larga en recortar sus gastos. En el Estadio Olímpico las herraduras están atestadas por los tifosi. La Raza Romana y otras barras se han instalado con sus pancartas desde muy temprano. No le queda más que comprar un boleto junto al resto de los turistas japoneses. Ellos vienen a ver a Nakata, que milita en la Fiore. El partido resulta flojo. Ninguno de los dos equipos está en su mejor momento, a pesar de que la Roma tiene a Montella y a Totti en la delantera. El verdadero espectáculo está en las gradas. Puede jurar por momentos que el estadio se vendrá abajo con los rugidos, los aplausos, los cohetes y los cánticos de las barras. Más allá inicia una gresca contra los aficionados de la Fiore. Debe intervenir la policía. Se lanzan bengalas y botellas. Abajo un jugador de la Roma es expulsado y el estadio se convierte en un infierno. Él ya se siente para entonces parte de la hinchada. Se sorprende gritando maldiciones en contra del árbitro o tratando de imitar la tonada de algún cántico. Y de pronto se cimbra el estadio. Montella anota el gol que le dará la victoria a su equipo ese día. La multitud arde en júbilo y él mismo es parte de la experiencia. Pocas cosas tan intensas ha vivido como estar en un partido de calcio de la Serie A. No se arrepiente para nada por los cuarenta y cinco euros del boleto. Afuera todos le hacen comentarios del partido en italiano. Mejor no puede estar. Alguien le cuenta un chiste sobre Totti y el incendio de su biblioteca. Ya en el hostal, el encargado lo insulta por llevar la camiseta de la Roma

: aquél es hincha de la Lazzio. La rivalidad es a muerte.

: 03

Los “centros sociales” comenzaron a surgir en los años setentas. Se trata de edificios abandonados generalmente ocupados por indigentes o artistas. Los fines de semana se celebran fiestas donde lo que sobra es el hachís y el alcohol. Ahí se dan cita multitudes a presenciar conciertos de grupos que en otros escenarios serían censurados por sus ideas; lo mismo para pintores, escritores e instaladores de ideas radicales. Uno de los centros sociales más famosos es el Villaggio Globale, ubicado en Lungoterve Testaccio, en lo que fuera el antiguo rastro municipal. Él conoce a una inglesa en el partido de la Roma. Quedan de verse al día siguiente en el Villaggio Globale. Ella resulta ser violinista y tiene un marcado acento de Manchester. Todo va bien. Salen de la fiesta y caminan bordeando todo el Tíber. A la altura del puente del Castel Sant’Angelo ella lo toma de la mano y lo lleva hasta la ribera del río, escaleras abajo. Le pide que se descalce y caminan por el pasto, en plena noche. Estoy en Roma, piensa él, no hay nada que perder. Ambos se tumban en la hierba, abrazados. Ella es hermosa. Su cuerpo es firme y esbelto. Sus cabellos son del color de la paja y sus ojos de un gris que se tornasola con la luz de la luna. Hacen el amor al cobijo del puente sin que nadie los vea. En la madrugada corren de la mano como chiquillos por toda Roma. Están exultantes. La ciudad les inyecta energía. Él regresa a su hostal demasiado tarde. El encargado vuelve a vociferar en contra suya por enésima vez con una quinética de locos y lo echa a la calle. Poco le importa. Pone su mochila como almohada y descansa en una acera helada. Amanecerá con una tos ronca y espantosa.

Luego sucede lo imprevisto. Aborda, como acostumbra, la línea B del metro a horas pico. En la estación Barberini los vagones ya están atestados. Una mujer diminuta intenta entrar a pesar de todo. Comienza a empujarlo con necedad, sólo a él, para abrirse paso. Él da un giro de noventa grados y accidentalmente golpea con el codo a la mujer entre la confusión. Es entonces cuando la ve a los ojos. Ella está aterrada. Jamás había visto a nadie con esa mirada. Le pide una disculpa en italiano. Pero la mujer se escurre entre la compuerta del vagón al momento de cerrarse. Luego, sale corriendo. Él sabe bien lo que acaba de ocurrir. Mira su bolsillo y la cartera ya no está. Ha sido un imbécil. Dejarse robar así por una gitana minúscula... Se lo habían advertido. El viaje terminará antes de lo planeado.

Un día después llama a la muchacha inglesa para verla de nuevo. Ella está por partir. Si quiere despedirse deberá correr hasta Termini. Pero sucede que ese día los trabajadores del metro han emplazado a huelga. ¡Es el colmo! Los autobuses tardan horas. Cuando consigue llegar a Termini llama a su amiga. Entre la agitación, el ruido de la terminal y el acento de la inglesa les resulta difícil darse a entender dónde está cada uno dentro de esa inmensa mole. Él emprende la carrera rumbo a los andenes que van hacia el aeropuerto. Corre con toda su alma hasta sentir que las piernas le reventarán por el esfuerzo. En el fondo sabe que no la encontrará, que no volverá a verla jamás. Quizá todo haya sido un sueño, un hermoso sueño. Quizá también Roma haya sido eso

: un sueño. En los andenes lo sorprende una lluvia constante, dulce y purificadora que lo lavará todo. La primera lluvia desde que está ahí. Sólo le queda musitar un adiós para sus adentros. Su tren está por partir.

© 2005 Tryno Maldonado

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