: la brujería y el poder en méxico .02




En épocas más recientes, vale destacar que fue el sexenio de López Portillo (1976-1982) durante el cual la residencia de Los Pinos se convirtió en una sucursal de Catemaco. Macho mexicano y supersticioso a más no poder, Portillo se dejaba aconsejar sabiamente lo mismo por su hermana Margarita que por sus múltiples amantes en turno. De esta manera, el presidente hacía llamar en cualquier momento y a cualquier hora del día o de la noche, tanto a los brujos y espiritistas que formaban algo así como su “gabinete místico” (y que seguramente sangraron el erario público tanto como los mismos secretarios). Esto siempre que alguna trascendental y peliaguda decisión para el rumbo de país estaba por tener lugar, y tanto el mandatario priísta como gabinete requerían información de primera mano de expertos en las artes ocultas para guiar a buen puerto, desde luego, los destinos de nuestra nación.

En la actualidad los ritos chamánicos, brujeriles y, en general, la influencia de las supersticiones sobre la clase política mexicana subsiste, con todo y que estemos en pleno siglo XXI. Pero, bueno, dice el dicho que “el diablo nunca duerme”. Uno nunca sabe... En nuestros días es moneda de uso corriente atestiguar las ya clásicas “limpias” antes de comenzar una contienda electoral. El propio López Obrador decidió que no sería mala idea deshacerse de los “malos espíritus” en septiembre pasado, visitando a una chamana oaxaqueña en la Plaza de la Danza, ante una multitud acalorada, para luego proclamar su búsqueda por “la restauración de una república juarista” (quizá poseído en ese momento por el fantasma de Juárez, igual que Madero). La recurrencia chamánica, sin duda más populachera que cualquier otra rama de las ciencias ocultas, parece ser de uso común dentro de los perredistas y de la izquierda mexicana.

Los priístas, por su parte, han demostrado ser con creces los seguidores por excelencia de todo lo místico y lo macabro. Existía una tradición tácita entre los recién nombrados presidentes priístas de visitar Catemaco al inicio de su mandato para dejarse hacer diversos “trabajos”. Esta tradición se remonta al sexenio de Miguel Alemán Valdés. Es así que, de entre la clase política mexicana, los lugareños de Catemaco, Veracruz, afirman, por ejemplo, que la familia Salinas de Gortari solía ser una visita frecuente en busca de los servicios consabidos del pueblo. Otros puntuales visitantes de Catemaco lo fueron en su tiempo el mismo López Portillo, Miguel de la Madrid y Ernesto Zedillo. Quienes han tenido en esas tierras un chamán de cabecera que los guía en sus decisiones, han sido, entre otros, los políticos Fidel Herrera, Miguel Alemán, Gustavo Carvajal, Patricio Chirinos, Dante Delgado, Fernando Gutiérrez Barrios, y un largo etcétera. Si uno se pregunta a dónde va a dar parte del erario, piénsese que una “limpia” o una “rameada” en Catemaco cuesta, la más austera, unos 500 pesos; pero su precio se eleva estratosféricamente si los casos son complicados, como sucedió con la familia Salinas de Gortari (de 10 mil a 50 mil pesos por “trabajo”), quienes debieron gastar una fortuna en servicios de brujería, pero que de poco o de nada les funcionó, como ya lo hemos visto. En la región de los Tuxtlas, incluso, a un par de los brujos más sabios y prestigiosos se les conoce con el sobrenombre de “los asesores de los presidentes”, por la invaluable labor que han prestado para la cúpula del poder mexicano desde hace años: Tito Gueixpal y Gilberto Rodríguez, quienes se dicen descendientes de curanderos prehispánicos, presumen orgullosos en su palmarés el haber “protegido” los sexenios de Miguel de la Madrid, de Carlos Salinas y de Ernesto Zedillo. Se rumora en la región que en cuanto en Los Pinos había un trance difícil de resolver, un helicóptero aterrizaba en la plaza para llevar a este equipo especial de asesores al rescate: una especie de SWAT del más allá, si se quiere. Pero el prestigio de estos brujos decayó estrepitosamente tras la derrota del PRI: el “trabajo” de Tito Gueixpal no fue lo suficientemente poderoso para que Francisco Labastida triunfara en los comicios electorales del 2000, con todo y que el hechicero lo había vaticinado en televisión nacional meses antes. Abiertos e incluyentes ante la transición democrática, este par de brujos, nada lentos, invitaron al entonces electo Fox para regalarle un “gran amuleto” y ponerse a sus órdenes en delante, presentar sus cartas, tal como lo habían hecho al comienzo de cada sexenio priísta.

Ah, y ¡cómo olvidar el macabro episodio de “la Paca” y la osamenta sembrada en “El Encanto”! Recordemos que en octubre de 1996, el entonces subprocurador especial Pablo Chapa Bezanilla, recurrió a los poderes videntes de una bruja conocida como “la Paca” para encontrar los restos del diputado Manuel Muñoz Rocha. Al final del cuento resultó que ni la vidente era vidente, claro, y que la osamenta hallada era la del consuegro de la susodicha y que habían sido sembrados en la finca de El Encanto por su novio con órdenes superiores. Todo esto durante el sexenio de Ernesto Zedillo y bajo la gestión de Lozano Gracia, panista, como procurador.

Y es que en la derecha también se cuecen habas. Mucho se ha dicho y se ha escrito en fechas recientes sobre la asesoría brujeril que recibe la familia que ocupa en la actualidad Los Pinos, para no faltar a la consabida tradición priísta en esa casa. Afirma Olga Wormat en Crónicas malditas, que Martha Sahagún, iniciada por su principal asesora, practica la brujería con la misma devoción que profesa su fe guadalupana. Esto, para librar a su esposo de las influencias interesadas y perniciosas de otras personas, deshacerse de sus enemigos y de paso darle un empujón a su propia carrera política. Incluso, como cuenta Wormat en su polémico libro, Sahagún tiene una bruja de cabecera (sueldo con cargo a los contribuyentes, como siempre, claro) con la que renueva puntualmente el embrujo sobre su marido, como si el mandil que aquél carga no fuera suficiente. Y es que no es raro en absoluto ver a los panistas encomendando sus campañas a poderes superiores, supraterrenos y divinos, llámeseles como se les llame: basta recordar a Fox enarbolando el estandarte de la virgen de Guadalupe. Y más recientemente a los precanditados panistas a la presidencia de la república: tanto Francisco Barrio como el ex gobernador de Jalisco Alberto Cárdenas, dijeron abiertamente en sus discursos proselitistas estar, el primero, dirigido en su campaña por el mismísimo “dedo de Dios”, como un auténtico médium celestial, y, el otro, asesorado en su proyecto político ni más ni menos que por el “espíritu de Jesucristo”, como todo un místico medieval.

Al final del día, todos sabemos que por más pragmático, letrado y realista que pretenda ser un político, su lado supersticioso, su Mr. Hyde, su Nagual, su Alushe, saldrá a flote más temprano que tarde para aconsejarle, para prevenirle de las envidias y de los ataques arteros. Si uno no se protege con una buena limpia, que sea al menos con un amuleto efectivo en la bolsa del saco o debajo del asiento de la curul. Nunca está de más. ¿O no?
(c) Complot
-Tryno Maldonado