: de tifosis (y hooligans)



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Dice el uruguayo Eduardo Galeano que el fanático es el hincha en el manicomio, que mira el partido en estado de epilepsia, pero jamás lo observa, que lo suyo está en la tribuna, que ése es su campo de batalla. Yo los había visto perpetrar sus barbaridades por televisión solamente. Más tarde en un partido de la Roma contra la Fiore. Había escuchado y leído sobre ellos muchísimas cosas. Sabía, por ejemplo, que eran capaces de cometer las peores salvajadas y los más viles actos vandálicos, que su pasión por el balompié era acaso un mero pretexto para llevarlas a cabo. Una religión devenida fundamentalismo recalcitrante. Tenía noticia incluso de que sus actos de brutalidad igualaban los de los mal afamados y rabiosos hooligans ingleses: mientras estos ahorcaron inocentemente muñecos de David Beckham por haber sido expulsado contra Argentina del mundial del ‘98, aquellos, los toscos italianos, destrozaron sin miramientos el restaurante de Christian Vieri cuando anunció su traspaso al Milán esta temporada. (De los hinchas de las barras argentinas ni hablar: al lado de aquellos, los pibes parecerían apenas un grupo de párvulos berrinchudos.) Así es, más o menos, como se las gastan. Hablo, en fin, de los tifosi italianos. Y hablo, por supuesto, del fútbol: el detonador de pasiones más gigantesco en todo el mundo después de la política y las religiones.

Alguna vez los tifosi se enfrentaron a muerte contra los hooligans. Ocurrió en 1985, durante la final de la Champions League en Bruselas. Los equipos: Liverpool vs Juventus. Los tifosi y los hooligans, borrachos a más no poder, tomaron las gradas ante el estupor de la policía y los propios jugadores. El resultado: esa trágica noche hubo treinta y nueva muertos y trescientos cincuenta heridos por los enfrentamientos entre ambas fanaticadas. A las autoridades, sin embargo, no les importó continuar con el partido, considerando que eran más importantes los compromisos monetarios con los anunciantes que la vida de decenas de personas. La Juve salió victoriosa gracias a un penalti anotado por Michel Platini que ya a nadie le importó. La oscura anécdota ha pasado a los anales de las más tristes dentro la historia del fútbol mundial.