: fogwill en zacatecas
[primera parte]
Sos grande, Fogwill
Cuando recibí la llamada de la editorial proponiéndome presentar en mi ciudad el último libro de Fogwill, la verdad es que no di crédito. Y dar crédito es un decir, porque es lo que menos tengo para dar. Vamos, quiero decir que no podía creerlo, si me entienden un poco a lo que me refiero, que no podía creer que Fogwill estuviera medianamente interesado en pisar este culo del mundo que es mi ciudad que, para ser honestos, antes que a una ciudad, se acerca mucho más un pueblecito refundido en el semi-desierto en donde sus libros ni siquiera se distribuyen y donde ni por accidente, en caso de distribuirse, claro, se leerían antes de servir como alimento para la polilla o para las cabras. Ni libros suyos ni los de nadie. Y eso incluye las ideas que contienen los libros, por supuesto. ¿Me siguen un poco? Ustedes me entienden. Esa mañana, porque para todo narrador que se digne de ser un cliché viviente como yo, todas las buenas noticias han de llegar por la mañana y las malas por la noche o en medio de una tormenta con rayos y centellas o justo unos segundos antes de tener el primer orgasmo autoinducido de la noche o porque sucede a fin de cuentas que como narrador que se me hincha que fuera de mañana, recibí la llamada de la editorial proponiéndome presentar en mi ciudad el último libro de Fogwill, es decir, no el último, pues espero que publique muchos más, sino el de “más reciente aparición en el mercado”. Trataré de resumir la conversación con la encargada de relaciones públicas que se colocó al teléfono, aunque mi memoria, he de decirlo de una vez antes de que lo olvide, se ha vuelto defectuosa luego de veintinueve años de pertenecer a la primera generación planetaria alimentada a base de chatarra, transgénicos y de aspartame-como-edulcorante.
-Aló
-¿Bueno?
-Aló
-¿Sí?
-¿Con quién tengo el gusto?
-Tryno.
-¿Señor Trino Maldonado?
-No. Tryno Maldonado. Con i griega.
-Señor Trino Maldonado con I Griega, buenos días.
-Buenos días.
-Mire, lo llamo de la editorial M para saber si le interesaría participar en la difusión de nuestra colección de literatura hispanoamericana en el interior de la República y estar en la mesa de presentación de la novela C de nuestro autor argentino Fógüil en su ciudad.
-Perdón... ¿Qué dice?
-Que lo llamo de la editorial M para...
-No, lo otro, lo de Fogwill.
-Ah, Fógüil.
-No, lo de Fogwill, usted dijo...
-Sí, Fógüil, nuestro autor argentino, ése mismo. ¿Le interesa?
-¡Pero claro que me interesa! ¿A quién hay qué matar?
-No, no, no... No es necesario matarlo, sólo presentarlo, ni siquiera hay qué ser severo con la crítica, vamos, debe hablar bien de nuestro producto para que sus opiniones incidan de manera cuantitativa en nuestras ventas del producto en el sector específico del mercado entre el público lector al que está dirigido como meta final. ¿Comprende un poco lo que trato de decirle?
-Sí. Pero...
-¿Ha estado usted en alguna otra presentación de libro antes?
-Bueno, yo...
-Entonces ya está. La presentación es dentro de un mes como parte de la gira de difusión de nuestras colecciones al interior de la República. Hoy mismo le enviamos el libro C de nuestro autor argentino Fógüil publicado dentro de nuestra colección de literaturas hispano...
-Ok. Gracias. Muy amable.
-Sí, hasta luego. Que tenga buen día.
Nunca antes había visto una fotografía de Rodolfo Enrique Fogwill. Uno esperaría que Fogwill fuera un tipo que sin más recordara a Cortázar, con cierto aire dandy a lo Bioy por la influencia irreversible de lo que supongo habrán sido sus viajes a Londres, además con la dignidad y la templanza de ánimos de un Macedonio quitándose el bombín para sacudirse a discreción la caspa de la hombrera, o incluso de un Borges ya ciego tirándose un pedo en una recepción importante cuando cree que nadie lo mira, pero no, más bien alguien que recordara a Cortázar por haberse sabido enlodar a tiempo las botas punks en los setentas con la música punk de The Stooges y haberse revolcado en las camas punks y hediondas de algunas falsas chicas punks londinenses herederas de la más rancia aristocracia británica pero también de lo más refinado y selecto del hash y de la dulce heroína de Marruecos que circulaba por entonces en Londres, la ciudad punk por antonomasia, sí, alguien que por eso mismo recordara a Cortázar, aunque por la injerencia del elemento punk y de su graciosa y desaseada majestad el rocknrol como catalizador de peso en cualquier educación sentimental latinoamericana, me atrevería invocar a Amis, pero no, no, no vale distraerse con fuegos de artificio, pues sería más bien alguien con gafas a lo Piglia y una locuacidad puntual, amena y siempre oportuna a lo Fresán, nada qué ver con la facha minuciosamente despreocupada y cansina a lo rockstar de Pauls, que a su vez parecería ser una facha a lo Miguel Mateos, no, no, ni mucho menos con la cara de niño mimado bañado en leche y laurel de Garcés o de Neuman el guachito, taaaaaaan sacudidas de los resabios de la argentinidad de siglo pasado que consideran incluso que en el coso ése, ése de las Malvinas o de las Falklands Wars dependiendo de si a uno como habitante de un país neutro y abúlico como México, desconectado del continente tan fenomenalmente como del mundo prefiere a Barnes sobre Aira o visceversa, en fin, el coso ése contre los british gentelmen, pudo haberse ganado si ese día hubiera saltado a la cancha Maradona con buena puntería en la zurda o con la ayuda de Dios y su mano, en caso, claro, que de el buen dios al que le rezan los argentinos tenga manitos como uno, aunque no, eso mucho menos, eso ni pensarlo, eso sería lo menos punk del mundo, no, sino que Fogwill recordaría más bien a alguien que pudiera sin reparos mandar a garchar a la choncha de su progenitora al primer hijoeputa, al primer valiente hijo de mala perra en semana santa que se le interpusiera en el camino, alguien que fuera tan puramente argentino y a la vez tan acendradamente cosmopolita que por fuerza recordara a Cortázar a una milla a la redonda mientras encendía con todo el descaro del mundo un Gauloise en el café Q de Saint Germain con esa manera tan argentina pero a un tiempo tan cosmopolita y tan descarada de encender un Gauloise en el café Q, R, S o T de Saint Germain que tenía Cortázar, siempre y cuando, claro, que Cortázar conservara aún ese núcleo invicto e indisoluble de la argentinidad más orgullosa y combativa debajo de esos chapurreos y traspiés franchutes, sí, sí, pero con gafas a lo Piglia, sí, eso, gafas a lo Piglia, grandes y rendodas, aparatosas, si es que Piglia usa todavía esas gafas horrendas, grandes y redondas, aparatosas, ochenteras, tan new wave y por lógica taaaaaan poco punks, que son tan distintivas de la argentinidad más ardorosa y combativa a lo Cortázar, sí, eso es, a lo Cortázar, alguien que recordara a Cortázar, ése y no otro, ¡achalay!, sería Fogwill. Así es que cuando al fin tuve a Fogwill delante de mí en el aeropuerto de mi ciudad supe al instante que era el hombre que venía a presentar el libro C de la editorial M. Vamos, eso era la cosa más sencilla del mundo, ¿no? Lo demás son pavadas.
Necesito decir que en sí el riesgo de no poder reconocer en persona a Fogwill cuando fuera a recibirlo al aeropuerto no me inquietaba tanto como el hecho de que nunca lo había leído en mi vida. Pero también necesito decir que si de por sí el riesgo de no poder reconocer en persona a Fogwill cuando fuera a recibirlo al aeropuerto añadido al hecho de que nunca lo había leído en mi vida era ya lo suficientemente aterrador si consideramos que debería presentarlo en la misma mesa esa misma tarde sin conocerlo y sin aún haberlo leído. El libro de Fogwill jamás llegó a mis manos, contrario a lo que prometió la encargada de relaciones públicas de la editorial.
Cuando al fin entramos en confianza, ya instalados en la mesa de la presentación un par de minutos antes de que iniciara el evento, le expliqué casi entre gimoteos todo esto a Fogwill, aunque en el fondo me sentía un niño que le exponía a su profesor de primaría la inverosímil manera en que su perro se había comido la tarea de ese día, usando el que uno cree infalible comienzo de "No me lo va a creer pero...". Dicho lo cuál, en su rostro fue creciendo una sonrisa descarada y en determinado momento creí que sus ojos saltones saldrían disparados en cualquier dirección fuera de sus órbitas. Entonces se me acercó al oído para evitar el barullo del lugar y me dijo:
"Mirá, che Trino con i Griega, así como me ves vos ahora, alguna vez tuve tu edad, y en diciembre de 1978 hice el amor con una muchacha punk. Decir 'hice el amor' es un decir, porque el amor ya estaba hecho antes de mi llegada a Londres y aquello que ella y yo hicimos, ese montón de cosas que 'hicimos' ella y yo, no eran el amor y ni siquiera –me atrevería hoy a demostrarlo–, eran un amor: eran eso y sólo eso eran."