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Este viernes muy temprano por la mañana volvimos a Oaxaca. En la calle no circula nadie a las 6.30am. Sólo policías. Han pasado semanas desde que la PFP interviniera para desalojar del zócalo el campamento de la APPO y para supuestamente “reestablecer el orden y la paz”. Ni lo uno ni lo otro se ve por aquí. Al menos ni en mayor ni menor grado que antes de la intervención policial. Lo cierto es que jamás desde que inició el conflicto, habíamos podido sentir un ambiente de tanta tensión y hostilidad en las calles del centro de Oaxaca. La ciudad está sitiada por alrededor de 5000 mil efectivos de la Policía Federal Preventiva y a cualquiera se le ponen los pelos de punta al cruzarse frente a uno de esos tipos entrenados para el choque y el homicidio (pero uniformados como policías) que en otro tiempo el PRI llamó “Los Halcones” y que durante la guerra sucia causaran estragos y sembraran el terror. Los tengo delante de mí, tapándose la cara mientras los fotografío, mirando hacia otro lado. Son los mismos, sólo que ahora uniformados. Lo que antes fuera algarabía y ambiente de kermés con la APPO y los profesores, ahora es un clima de acuartelamiento y recelo por todas partes. Las que parecen haber hecho su agosto son las prostitutas de la calle de Las Casas, que se han mudado ya de plano al centro con sus “novios”. Hay camionetas de color blanco y sin placas que circulan por la ciudad y que detienen a cualquier persona “sospechosa”: puede pasar que, en el mejor de los casos, le pidan a uno identificarse o, en el peor de los casos, llevarlo a dar un paseo durante tiempo indefinido. La PFP impone su ley. Está claro para cualquiera que la gobernabilidad en esta ciudad pende con alfileres muy frágiles: si la PFP se repliega (en algún momento deberá hacerlo por fuerza) esto volverá a encenderse, y con muchos más bríos. El rencor y la rabia están en el aire, acumulándose. Ayer mismo, 20 de noviembre, hubo nuevos enfrentamientos. Nos advirtieron que deberíamos salir antes de que los accesos a la ciudad fueran bloqueados. La gente de la ciudad no tiene tampoco manera de comunicarse, además de estar secuestrada por la PFP lo está por la falta de medios de comunicación: sólo hay dos estaciones de radio, o al menos sólo esas pude escuchar, la de la APPO desde las instalaciones de Radio Universidad, donde con frecuencia se oye la voz ardorosa de la Doctora Escopeta, y otra, probablemente pagada por el gobernador Ulises Ruiz, que se dedica exclusivamente a sacar al aire lisonjas para el gobernador: “Dios quiso que Ulises Ruiz fuera gobernador, y sólo Dios puede quitarlo de su cargo”, y ese tipo de comentarios se escuchan en ese cuadrante. Los comercios han reabierto, pero no saben por cuánto tiempo. Los hoteles que en otro tiempo costaran una fortuna ahora son una ganga. La señora del comedor nos dice que por la madrugada alguien más fue asesinado. Ni Alatorre ni López Dóriga lo dirán por la noche en sus noticiarios. La gente de veras se esfuerza por volver a sus vidas de siempre, pone todo su empeño en validar ese derecho fundamental. Y nosotros con ellos. Pero es imposible fingir que frente a uno hay una barricada incendiada, una tanqueta con una cañón de agua, millares de cascos y escudos formados en todas las calles, hileras de policías hostiles montando guardia o marchando ostentosamente de aquí para allá, etc. ¿Cuánto tiempo más?