: urbe probeta





Hace unos días conocí a Carla Faesler. Con Carla, Margo, Mario y Florence, entre otras muchas cosas y sobre todo de política, hablamos largamente de un proyecto que lleva a cabo hace tiempo con vari@s poetas más (y que ya está pensando hacer ahora con narradores). Se trata del colectivo Motín Poeta y una estimulante combinación de literatura y música de la cual han resultado a la fecha dos CDs: Urbe probeta (2003) y Personae (2006). Desde esa noche he estado fascinado como niño con juguete nuevo con estos discachos que tuvo a bien regalarme generosamente la Faesler. Así es que aquí les va una leve reseñita del primero, y si los ven por ahí, en alguna disquera o librería, no duden en hincarles el diente de inmediato. Valen mucho la pena. Producto 100% mecsicanou y de jóvenes. Gracias, Carla.




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Urbe probeta
(Konfort, 2003)

Con el título tomado de una frase del poema “Fauna Ciudad de México” de Carla Faesler, el registro de Urbe probeta gravita sobre bases de electrónica pop, ambient, deconstrucción, minimalismo y poemas de jaez delimitado muy bien por imaginarios y temas urbanos y contemporáneos. La premisa de la que parte el proyecto es la siguiente: poner a trabajar en equipo a algun@s de l@s más notables poetas mexican@s jóvenes codo a codo con productores y músicos de la escena electrónica-pop nacional. Los resultados, sobrepasando cualquier expectativa más bien escéptica que pudiera sembrarse sobre dicha premisa creativa en la cabeza de cualquier lector/escucha, son notables.

La encargada de abrir la placa es Enzia Verduchi con su poema “Señora lexotán”, una loa urbana a la evasión del caos citadino inducida por el ansiolítico en cuestión (“Qué son seis miligramos / tres veces al día si con ello / se pueden anestesiar los sentimientos...”, dice el timbre de voz súper cachondo de Enzia, aunque siempre plano en inflexiones, lástima), musicalizado por atmósferas chillout expansivas, beats downtempo de Plug. Con un beat más ácido y más marcado, entramos al segundo track musicalizado por Guillermo Guevara, con letra (poema) de Hernán Bravo Varela. Las imágenes de Hernán en “Veinticuatro”, su uso imaginativo, siempre lúcido y bien calibrado del lenguaje, son muy efectivas y sugerentes; quizá la música sólo en este caso no le haga justicia al fino poeta que acompaña.

Para la tercera rola el registro da un giro de varios grados: se trata de una pieza de modos armónicos oscuros a medias, que va del ambient al llano pop, incluido el coro cantado por una vocalista (la música es de Flux & Vega), y no recitado del todo por su autora, Rocío Cerón, que se detiene sin pudor a revisitar el cuerpo, sus vericuetos y sus emanaciones, en medio del trasiego de la vida contemporánea. El siguiente corte está a cargo de Ricardo Pohlenz, cuya voz aséptica y fría aparece procesada por medios electrónicos para crear la atmósfera robótica y plástica. Complementado por la música de Plug que acompaña al poema “Vynil”, Pholenz reconoce a los materiales sintéticos de nuestro tiempo como nuestros úteros reconfortantes, como los verdaderos responsables de la educación sentimental de toda una generación. Y yo, con Pohlenz, repito “El afecto que no nos / dieron nuestros mayores / nos lo dio el vynil”. Mónica Nepote opta, en cambio, por ser una de los dos poetas en no “recitar” su texto (¿por qué, Mónica?). Nepote habla de la ciudad como un ente animado, dotado de vida, que crece y se repliega sobre sí misma, que oculta sus cánceres, sus secretos; a cambio, una vocalista (Gabriela Vega otra vez) es quien le pone melodía a los versos, reconformándola según la estructura típica de una canción pop con instrumentos acústicos incluidos y modos easy-going.

Aquí debo hacer una pausa obligada. El sexto track del disco merece, según mi percepción, capítulo aparte. “Fiesta”. Cada vez que escucho la voz que se arrastra entre cálida, honesta y cínica del fallecido Luis Ignacio Helguera (1962-2003), musicalizado por Vate con un sampleo híbrido de electrónica y música tropical delirante, la piel se me eriza y los ojos, por alguna sospechosa razón, se me ponen vidriosos. Helguera estaba llamado sin duda a ser una de las voces más brillantes de nuestras letras. Niño prodigio, dotado de una mente genial, erudito en la tradición filosófica alemana tanto como en el ajedrez o en los clásicos griegos, melómano, Helguera nos sujeta en este poema de las manos para hundirnos con él en el más oscuro de los abismos. Fiesta. El vértigo de la caída, la abulia de la mediocridad, después de haber probado las beldades más dulces la noche anterior, la velocidad, el frenesí y la taquicardia, “pisotazos lodosos de mambo o de rock / sobre la alfombra que te regaló mamá”. El ojo avisor y sensible como una maldición, de quien lo contempla todo desde el suelo huacareado, cegado por el mareo y la jaqueca en una mañana de resaca alcohólica y moral, un perdedor cuya mujer lo ha traicionado durante la fiesta en su propia casa para irse a coger con el “marrano ése de los peores osos”, un tipo patético que se resigna entre su propio vómito, “arrinconado frente a las obras completas de Séneca / que hoy te valen verga”.

En seguida el buen Ernesto Lumbreras crea imágenes llenas de fuerza, callejeras y siempre inquietantes, sobre un beat parejo de cuatro por cuatro y capas sobrepuestas de material sonoro industrial y minimalista de Monoploid. Lumbreras rescata en este texto voces extraviadas una noche en alguna ciudad: “Sabe a lumbre / arroyo / más noche / puro corazón / grifo sin gracia / puta enamorada / vinagre”. Quizá haya sido la propia Carla Faesler quien entendió mejor la intención del proyecto. Faesler, con una voz acogedora y que sabe modularse cuando es necesario, se toma sus tiempos, alarga las vocales, hace inflexiones, acelera cuando el beat de Nasty se lo pide. La dupla entre música/literatura casa a la perfección en este track: “Fauna Ciudad de México”, imágenes sobresaturadas, espacios asfixiantes, sonidos que aturden y luces que encandilan, metales, concreto y acero que cobran vida en las metáforas y en la música, en las calles de la ciudad para reclamar sus dominios. El caso de la lentitud como herramienta discursiva y como componente temático, por otro lado, toca el súmum en la entrega de Luigi Amara, que “vive el gozo de un bostezo muy largo” con la voz gorda y pastosa (manipulada unos tonos más debajo de su registro natural para volverla chiclosa y soporífera a propósito) que contagia y que arrulla. La capacidad de Luigi para detenerse eternidades a contemplar elementos de la cotidianeidad y del instante es bien conocida, y en este caso no falta a sus propios tópicos. “El parásito”, eso es, quien nos habla es eso: un huevonazo que ve pasar la cola del tiempo con el cachete escurriéndose por el cristal caliente de la ventana: “Nada como el deleite de contemplar la acción / y no mover un dedo”. La música es una colaboración entre Bishop y Nail.

Dicen que nunca falta un negrito en el arroz. La grabación de Margarita Martínez Duarte, antecedida e interludiada con algo así como un corrido de la Revolución, parecería más bien un largo anuncio de micrófono con estática en un supermercado con toques a lo Nortec que van y vienen. Se trata de un poema narrativo que describe una escena de corrupción y mediocridad, el tedio, la negligencia y la peste de un despacho de juez mediano en un país carcomido por su propia burocracia (¡oh, novedad!). Martínez Duarte pretende dotar a su texto de humor, sin duda, pero se resbala de pronto con el cliché y el efectismo. En cambio, Armando González Torres opta sabiamente por cederle la voz en su track a una chava de timbre ronco, medio mamón y fresa que de entrada se gana al escucha (o por lo menos a mí sí, pues). La música es ni más ni menos que de Wakal, uno de mis grupos de electrónica nacionales favoritos. El poema de González, sobre la vida nocturna y sus excesos, podría haber pasado desapercibido de no ser porque crece enormidades gracias a los finos arreglos de trompeta jazzera de Elías Herrera, un sabroso skat e improvisaciones vocales de (oh, sorpresa) Isabelle Malchioni, la misma chava que comienza recitando el poema (¡uhhh... babe...!) y que ha colaborado en proyectos como en Sr. Mandril. La siguiente intervención es de Adriana Arrieta y su poema “Reflexiones sobre un perro triste”, que luce por todo menos por la agudeza de sus reflexiones o por la tristeza del pobre perro en cuestión. Un track conservador por donde se le vea. A nivel musical Monoploid echa mano de un cuarteto de cuerdas paseándose por parajes tonales y domesticados, con toques de material electrónico aquí y allá pero que nunca terminan por levantar, aunque que sin embargo redondean de manera efectiva la intención original del texto.

Y para cerrar con broche de oro con el penúltimo y último track, respectivamente, la combativa María Rivera, por un lado, se avienta su “Segundo poema soft-porno que rememora una visita al supermercado, a las 10:00 de la mañana”. El lenguaje de María es siempre puntual, fino y educado, muy sutil, y comulga bien con las atmósferas aletargadas y etéreas que le imprime a las capas hipnóticas y downtempo de Odavreser. María se adentra con un largo aliento en una relación de pareja desgastada y se aventura más tarde por una odisea del desencanto y el despecho por el departamento de frutas y verduras: una mujer y su carrito de súper contra el mundo. Mientras tanto, la pista número catorce corre a cargo de “Xpollo”, mejor conocido acá en el bajo mundo como el buen Sergio Valero. El soundtrack de Manrico Montero carece de beat y se limita a crear islas sonoras que sostienen el largo y lento texto de “Sites”, que a su vez corre a caballo entre la contemplación lúbrica de una niña de nueve años e imágenes estrujantes llenas de violencia y dolor.

Sólo debo decir una cosa que me parece justa acotar. Cada vez que cierro la cajita del CD, no puedo evitar desear con todas mis fuerzas lo siguiente: un bonus track de Julián Herbert con una rolita de Fussible o Bostich. ¿A poco no estaría perrón?