: xenofobia y racismo
institucionalizados en españa
01. En Barcelona, entre muchas otras de esta clase, vi esta escena. Es de madrugada y estamos en el metro. Un chavo de veintitantos años amenaza con encono a otro porque supuestamente estaba mirando a su novia. Adivinen de qué nacionalidad es cada uno. Se los dejo a su criterio. El chavo de la novia está fuera de sí, parece que ha inhalado demasiado esa noche. Empieza a soltar improperios. El vagón del metro está lleno y no parece importarle. Cuando la tensión está en su punto más alto parece que terminarán por arreglarlo todo a golpes. La puerta del vagón se cierra a tiempo y el tipo encolerizado de la novia sólo alcanza a soltar un escupitajo gordo en el cristal que salpica a todos y a dar manotazos como enloquecido.
02. En Barcelona los noticiarios transmitían hace poco esta otra escena tan parecida a la que acababa de presenciar en el metro. Un muchacho en los veintes y fuera de sí desquita todo su coraje contra una menor de edad ecuatoriana a base de agresiones verbales y de golpes llenos de encono. Es lo que se ven en Barcelona todos los días. Rodríguez Zapatero declara a los medios que la agresión a la chava ecuatoriana es “deleznable”, pero él mismo cede ante la presión xenófoba de la Unión Europea y aprueba leyes a todas luces xenofóbicas y racista como ésta, publicada en el Boletín Oficial del Estado Español el 11 de mayo del 2007: http://www.boe.es/boe/dias/2007/05/11/pdfs/A20391-20394.pdf
03. En Barcelona nadie me dijo que de acuerdo a lo publicado en el Boletín Oficial del Estado Español del 12 de mayo de 2007, los extranjeros no pertenecientes a la Unión Europea que pretendan ingresar a España a partir del sábado 12 de mayo del 2007, deberán acreditar que cuentan con un mínimo disponible de 513 euros para mantenerse en ese país por un período de hasta 9 días, según orden ministerial conjunta de los Ministerios de Asuntos Exteriores y Cooperación, Interior y Trabajo y Asuntos Sociales. Además del mínimo indispensable, independiente del periodo de estancia en España, el Gobierno establece que, para su sostenimiento, el extranjero deberá acreditar 57.6 euros diarios, por cada día adicional que permanezca en dicho país. Esta cantidad deberá acreditarse mediante efectivo, cheques de viajero o tarjetas de crédito acompañadas del estado de cuenta. Al extranjero que no cumpla con estos requisitos, no le será permitida la entrada. Además del mínimo indispensable, el extranjero deberá acreditar 57.60 euros diarios si el tiempo de estancia supera el mínimo antes citado. Esta cantidad deberá acreditarse mediante efectivo, cheques certificados, cheques de viajero, cartas de pago o tarjetas de crédito acompañadas del extracto bancario o una libreta al día. Al extranjero que no cumpla con estos requisitos, no le será permitida la entrada. De acuerdo a la información publicada en el Boletín Oficial del Estado Español el pasado 14 de mayo de 2007, las personas que desean ingresar como turistas a España deberán contar con reservación de hotel o una carta invitación, expedida por un nacional español o residente en ese país, la cual deberá estar previamente aprobada por la Comisaría de Policía del lugar de residencia del invitante (¡sic!, ¡no mames...!).
04. En Barcelona hace unas semanas viví yo mismo esta otra escena. Me han invitado a un encuentro de escritores mexicanos. Viajo con varios amigos y colegas que coinciden en el mismo vuelo. Luego de más de quince horas de viaje (Iberia vende un vuelo directo que en la realidad no es tan directo, un filtro de latinoamericanos en Madrid) llegamos por fin a Barcelona. La fila de nuestro vuelo en las puertas de migración es enorme. El fastidio, el cansancio y el jet-lag hacen estrago en nosotros. Hay dos filas. Una para miembros de la Comunidad Europea y otra para nosotros, “los otros”. La de nosotros, obviamente es la más larga. Creía que el truco del policía malo sólo existía en las películas. Pero no. Ahí está. El policía mala onda nos echa el ojo. Dice un amigo que mi error fue viajar con “camisa negra”. Mala señal. Mexicano, camisa negra, que dice ser escritor. ¡Quién le va a creer! Solamente a C, a A y a mí nos pide nuestros pasaportes de manera mamona. Se porta ofensivo incluso. Conforme ver que C y A comienzan a ponerse nerviosos el poli mala onda va tomando las riendas y a volverse todavía más mamón. Me pide que me aleje, que sólo quiere interrogarlos a ellos dos, pero se queda con mi pasaporte. Les pregunta cuánto dinero traen en efectivo. Todos cargamos al menos 600 euros, cada uno. Les exige que le muestren sus tarjetas de débito y de crédito. Todo. ¿A qué vienen? Repite una y otra y otra vez. ¿Cuánto tiempo? ¿Una editorial? ¿Escritores mexicanos? ¡Joder! ¿¿A qué vienen?? ¿Dónde están sus reservaciones selladas por la Policía? Nos arrebata los pasaportes. Apenas me deja hablar. Su tono es insultante y mamonsísimo a esas alturas. Nos ordena alejarnos de la final y sentarnos por ahí, junto a un grupito de gente. Ante nuestros ojos vemos desfilar a todos los pasajeros de nuestro vuelo. Luego otro. Y otro. Al fin nos llaman. La policía llega. Las cosas empiezan a oler muy mal. Nos ven sospechosamente. Nos exigen que los sigamos. Nos llevan hasta una patrulla. Sólo eso: nos exigen que nos metamos a la patrulla sin motivos. Nos meten a los tres junto al grupo de migrantes. C es metido en la reja de atrás, como un delincuente. Eso somos para ellos. Delincuentes. Así nos tratan. Bienvenidos a España, jilipollas, pensamos. Pido explicaciones, exijo nuestros pasaportes. Nadie me dice nada. Nadie nos devuelve nada. Todo nuestro equipaje se habrá perdido a esas alturas. Soy demasiado poca cosa par que un policía catalán me dirija siquiera la palabra. Soy mexicano. “Sudaca”, para ellos. Nos pasean por todo el aeropuerto en patrulla. Al fin nos depositan en una especie de separos. ¡Ni siquiera en México había estado en algo parecido a la cárcel! ¿Ya iba siendo hora? A y C comienzan a ponerse muy nerviosos. Y no es para menos. Nos reúnen junto a dos mexicanos más y una señora paraguaya. Le saco plática y me cuenta que su hijo, un niño, ha logrado pasar, pero a ella la detuvieron. Está muerta de la angustia. Su hijo allá adentro, en el país prometido que no conoce, y ella a punto de ser deportada. Me pide mi teléfono, pero es inútil, no tengo crédito. Alguien detrás de un cristal polarizado, del otro lado de los separos, nos escribe notitas en papel que logra pasar por una hendidura. No podemos ver quién es. “Chikos, tenga kuidado. Ke la policía no vea que tienen teléfono”. A se muere de los nervios, de cansancio y de estrés. No sabemos dónde estamos metidos. Nadie nos explica nada. Pero es obvio que nos van a dar una patada y a regresar nuestros sucios culos por donde llegaron. Así pasan más de tres horas. Sin respuesta. Sin que ni un solo policía se digne a dirigirnos la palabra. La incertidumbre y el cansancio nos están moliendo. Vemos pasar docenas de vuelos provenientes de todos los países justo delante de nosotros. Nos exhiben. Eso es. Cada vuelo internacional que pasa por ahí nos ve. Centenares de turistas blanquísimos como la nieve y güeros como la paja miran en dirección nuestra. “Latinos, brownies...”. Me rio delante de ellos, me dan ganas de pintarles un pito o ya de plano de mandarlos a chingar a su puta madre. Algunos africanos llegan a hacernos compañía, algún hooligan violento también. Pero ellos llegan esposados. Podríamos estar peor, pienso y escucho sollozar a la señora paraguaya junto a mí, tan cerca que puedo sentirla respirar. ¡Europa nos recibe con los brazos abiertos! Creo que alguien en los separos dice en ese momento: “¿Así es como nos agradecen los más de 60,000 refugiados que recibimos en México durante el franquismo? ¡Qué poca madre!”