: paranoid park




Odio a muerte los trailers hechizos que circularon en YouTube de la nueva entrega de Gus van Sant casi tanto como el trailer oficial que igualmente trata de vendernos la película como un thriller hollywoodense como hay tantos. Tarea para mañana: debo repetir cien veces en mi cuaderno: “Paranoid park no es un thriller. Paranoid park no es un thriller. Paranoid park no es un thriller…”. La película es otra cosa. Muy superior. 

Tal vez sea que a los gringos les aterre pensar que no hay acciones sin motivos, que no hay consecuencias vitales sin causas previas. Que el mundo no tiene orden ni un sistema de símbolos más que el que neciamente le otorgamos para hacerlo medianamente novelable. Para volverlo medianamente soportable. Paul Auster, se me ocurre, sería un maestro a la altura de Beckett si no fuera por dos cosas: 1) sesgarse de pronto hacia los clichés efectistas de la novela negra y 2) hacer que las decisiones de sus personajes estén regidas por causas determinadas (la muerte de la esposa y de los hijos en un avionazo, la desaparición de un amigo, la bancarrota de una familia, etc.). A los gringos les aterra que el mundo y las relaciones que ellos mismos entablan con el mundo y con el prójimo no obedezcan a motores causales bien definidos. Por consecuencia, evadirán como la peste cualquier guiño existencialista en su literatura, en su cine. Eugenides y Cunningham serían tan buenos como su coetáneo Houellebecq si no se afanara uno en rastrear y demostrar la historicidad de sus personajes ni el otro en esforzarse por justificar sus suicidios con enfermedades terminales. 

De esta suerte, Gus van Sant (Kentucky, 1952) estaría a la altura del Truffaut de Los 400 golpes sólo si Alex, el jovencísimo protagonista de Paranoid park, no hubiera tenido un motivo tan chabacano para iniciarse en la escritura de un diario confesional como el haber atestiguado y participado en la muerte de un hombre: de ser éste un motor suficiente y válido en sí mismo para escribir, Irak, Ruanda, Culiacán o Tijuana, serían ahora los más prolíficos semilleros de la literatura mundial.

Pero la lección de Paranoid park (si es que hay tal), lo que de veras araña las entrañas de la vida en la cinta, está muy lejos de eso. Desde el primer Hemingway de The sun also rises hasta el Carver todo, del Chabon de Wonder boys hasta la Nicole Krauss o el Junot Díaz de ayer, he encontrado casi sin falta una palabra clave que atraviesa transversalmente el proceso de creación en la tradición gringa y que seguramente deben repetirle a los iniciados en los talleres o en los MFAs de creative writing como un mantra: HO-NES-TI-DAD. El consejo que Alex recibe de su amiga en Paranoid park es básicamente ése: Ya sabemos que el mundo es una mierda. Cuenta tu historia. En nada vas a cambiarlo. Quizá ni siquiera lograrás aliviar lo que te está jodiendo por dentro. Puede que ni siquiera tengas una técnica decente ni nada de eso. Pero al menos te queda la dignidad de se haber sido honesto. De ser congruente hasta las últimas consecuencias. De tener los huevos para contarlo como si me lo estuvieras diciendo a mí. Así. De frente. Eso es… Mirándome todo el tiempo a los ojos. Eso es... Ya está.