: ¿pena de muerte en méxico?








¿Qué tan conveniente es poner sobre la mesa de debate el tema de la pena de muerte en nuestro país? Es decir: en un país donde, por ejemplo, hace unos días salió a la luz pública la existencia de un lugarteniente a servicio del narco que haría palidecer a cualquier asesino serial con sus 300 víctimas disueltas en ácido. ¿Es pertinente y válido discutir sobre la vigencia y el poder disuasivo de la pena capital para hacer escampar esta oleada de asesinatos, extorsiones y secuestros? A mí me parece que no, que la pena de muerte, por su propio barbarismo, ni siquiera debería discutirse. Pero a nuestro sistema partidista, en cambio, claro que le conviene discutirlo: se acercan tiempos electorales y pronunciarse sobre la pena capital (a favor o en contra) es un estupendo pretexto para llamar la atención de los votantes y de los medios. Por eso la insistencia del gobernador de Coahuila, y por eso la insistencia del PVEM, con todo y sus contradicciones sobre el asunto, para llevar el tema a la Cámara de Diputados.

Oportunista, demagógico, estridente, inconstitucional, retrógrada, contradictorio a la Declaración Internacional de Derechos Humanos y a los acuerdos internacionales firmados por México en esta materia (como éste y éste otro), eso es lo que políticos como los del PVEM quieren poner en discusión. Está comprobado (véanse las estadísticas de estados como Texas, California y Florida, el "pabellón de la muerte", o en otros países donde opera) que la pena capital no es criminalmente disuasiva en la práctica, que tiende a ser racista, sexista y clasista, y que no ayuda a reducir los índices delictivos, al contrario. Mucho menos lo sería en nuestro sistema corrupto y lleno de impunidad que hace agua por todas partes. Lo que es bastante seguro es que las sillas eléctricas y cámaras de gases serían llenadas con pobres y con personas indígenas, tal como están llenas las cárceles del país, pues sucede que el Estado mexicano sólo provee 14 abogados de oficio que hablan lenguas originarias para todo los ciudadanos indígenas de México.

Me parece que los congresistas deberían centrar su debate en otra dirección, hacia otro tipo de muertes: hoy en día en México, el Estado ni siquiera es capaz de garantizarle la vida a sus ciudadanos. No hablemos ya de garantizarles una vida digna. Simplemente el Estado no puede garantizar ya la seguridad de los mexicanos. Y con ello está faltando al principio más básico del pacto social y a su principal razón de existir. Así de simple. Tan frustrante es la situación, que ya se han reportado casos de grupos civiles armados, también conocidos como "vigilantes", que pretenden hacer justicia por cuenta propia ante la incapacidad y corrupción del Estado. Leía en un artículo de Katia D’Artigues que durante los últimos tres años, 48 millones de mexicanos han sido víctimas del crimen. Es decir: casi la mitad de los mexicanos hemos sido víctimas del crimen. Esos 48 millones fueron sólo los que se conocen por haber interpuesto una denuncia, no hablemos de los crímenes cotidianos que se quedan sin ser denunciados por temor o por desconfianza a las propias autoridades. El Estado mexicano también es incapaz de proteger a sus periodistas, pues México es el país donde mayor número de periodistas son asesinados, sólo después de Irak. ¿Y aún así a nuestros políticos se les ocurre la puntada de ponerse a discutir sobre la pena de muerte? Como si no fuera ya suficiente con los casi 6,000 mil asesinatos producto del crimen organizado del año pasado, y los más de 300 de este año que comienza. Ahora encima algunos pretenden instaurar una primitiva Ley del Taleón con puros fines electoreros.

Cualquier país en estas condiciones de ingobernabilidad (¿o díganme qué nombre tiene todo esto si no?) no se sentaría a ver cómo los partidos políticos que comen, beben, visten e inhalan del erario público, se ponen a hacer como que debaten si es más “humanitaria” la silla eléctrica, la inyección letal o la soga: cualquier otro país con estos niveles de ingobernabilidad ya se hubiera levantado contra sus gobernantes. Ah, pero es cierto… se me olvidaba: somos mexicanos. ¡Chin! No, entonces no… aquí no pasa nada.