: paro nacional de transportistas,
o la autopista del sur




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Paro nacional de transportistas, 23 de marzo de 2009.




Ir de Zacatecas a Oaxaca es un viaje que hago varias veces al año. Dados los precios prohibitivos de las aerolíneas que tienen monopolizada la oferta en mi pueblo, generalmente me veo obligado a realizar por tierra un recorrido que dura más o menos 16 horas, sin contar una o dos de espera, o el cambio de terminales en el DF. Es decir, tres o cuatro horas más que si viajara a Europa sólo para estar en mi casa. El pasado día 23, sin embargo, me tocó vivir un episodio muy similar a “La autopista del sur” de Cortázar que hizo que este viaje de por sí farragoso se multiplicara en tiempo y en tedio.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), entró en vigor el 1 de enero de 1994. De entrada, se estimaba originalmente que al año siguiente se abrieran las fronteras al transporte de carga mexicano. Sin embargo, como casi todo en este Tratado que ha abierto unilateralmente la frontera para EEUU --en una época en que las fronteras han abierto sus puertas para las mercancías pero que las han cerrado a las personas--, Bill Clinton, demócrata y entonces presidente, decidió que siempre no, que los transportistas mexicanos, a pesar de lo estipulado en el TLC, no entrarían a su país de ninguna manera. El gobierno federal mexicano, faltaba más, no insistió mucho en el punto hasta la fecha, lo que junto a otros factores como los precios del diesel ha sumido en una situación muy desventajosa y ahora crítica a los transportistas mexicanos. Mientras tanto, los transportes estadunidenses han invadido México en miríadas desde entonces. Y no sólo eso, sino que la mayoría de los servicios de mensajería que recorren el territorio nacional, por ejemplo, son operados por compañías transnacionales. Aunado a esto, los precios del combustible, de las casetas en autopistas y el mal estado de los vehículos, harán que, según las estimaciones del presidente de la CANACAR en entrevista a Proceso esta semana, el gremio de los transportistas en México desaparezca sin remedio en cosa de un año.

Éstas son algunas razones que detonaron el paro nacional de transportistas de ayer, 23 de marzo, en gran parte del país. Para quienes nos tocó estar en medio de la manifestación, el fenómeno fue algo pocas veces visto: el día y la noche fueron secuestrados en las autopistas del país por kilómetros y kilómetros de trailers con las luces encendidas, formados en un mismo carril en lo que desde el aire debió verse como una arteria encendida o un extenso río de lava. Nuestro autobús fue obligado a prácticamente acampar en uno de los carriles libres ya entrada la noche, mientras que los choferes, la policía federal y algunos conductores impacientados, iban y venían a pie. Cortázar ya había prefigurado la escena que vivimos ayer. Gente fastidiada matando el tiempo, algunos más arremetiendo contra el vecino, contra el chofer, culpándolo por haber perdido una conexión, o por llegar tarde a su destino, otros tantos aprovechando para chismear con el chofer de a un lado, para hablar mal del presidente Calderas y echarle en cara las tres horas perdidas en mitad de ninguna parte. La mayoría usaban los celulares para “mensajear” y matar el tiempo, para avisar de su retraso. No faltaba el heraldo improvisado que caminaba entre el embotellamiento para traernos noticias de lo que ocurría uno o dos kilómetros más allá. No pasó mucho para que fuéramos abordados por el tedio y el fastidio, allí, enlatados a la mitad de la nada, entre la bastedad apabullante del bajío mexicano, la luz de la torretas y el olor pertinaz del diesel quemándose sin llegar a ninguna parte. “Este país se está yendo a la mierda”, dijo alguien entre la noche, “Y nosotros también”. Yo no lo contradije. Entonces se abrió la puerta del autobús y salimos todos a caminar la noche entre trailers y automóviles paralizados.