: reprise 
(o sobre el amor y la literatura 
profilácticos en nuestra generación)




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Se vuelve un tanto complicado postear cuando no hay dinero ni conexión a Internet y las preocupaciones de uno no pueden ser ya leer a Hemingway ni a Conrad, sino pagar las rentas atrasadas del departamento y la luz. En fin. Aquí va un rapidito para no perder la costumbre. 

Pasé por el DF de vuelta de una presentación de libro en León y otra en Pachuca. Me gusta ir al cine Lumiére de Reforma porque nunca hay gente, las salas son para muy pocas personas y porque (cosa de agradecerse) no te tratan de robar endilgándote un refresco y unas palomitas de 80 pesos. Soy un analfabeta funcional cuando se trata de cine, pero en esos cines en particular creo haber pasado buenos ratos y visto buenas películas. Tal fue el caso de Reprise, un filme noruego del director danés Joachim Trier (Copenhague, 1974) estrenado este mes en nuestro país. Reprise habla sobre dos novelistas wannabe de veintitantos años. Sobre eso y sobre lo otro, lo verdaderamente importante: el sexo. Lo demás, todo eso que no sucede entre las sábanas y que no implica el intercambio de fluidos entre dos o más personas, puede ser reducido meramente a “política” (incluida la literatura).








El concepto de amor de pareja es maleable, se adapta al espíritu de una época según lo requiera en turno el sistema hegemónico. Una de las grandes confusiones de nuestro tiempo ha sido la de entender al amor como el suceso pedestre de una persona que se une a otra para paliar la apabullante soledad de nuestro siglo, que de otra forma sería intolerable. La idea conyugal de espíritu en equipo y de tolerancia mutua, como dos empleados trabajando eficiente y mansamente para una empresa, es relativamente nueva y la engendró el capitalismo para justificar y promover un boom mercantil, los principios de competencia y de acumulación a partir de ese núcleo. De la misma forma que en el período de entre guerras que alentó un baby-boom, se tenía la ilusión de que la clave para un buen matrimonio estribaba en las apropiadas técnicas sexuales y la consiguiente satisfacción de ambas partes, idea que alimentó la óptica de un pujante nuevo mundo, técnico e industrializado. Al concluir la Primera Guerra Mundial, el espíritu del capitalismo viró y con él, por supuesto, el del amor: del énfasis en ahorrar al énfasis en gastar, de la autofrustración como puente para el éxito económico al consumo como principal satisfactor para el individuo angustiado. En lo sexual como en lo material (Freud trabajando para el capital y el patriarcado) la clave era no postergar la satisfacción de ningún deseo: coger, consumir. No es de extrañarse que en la actualidad los siconalistas tengan saturados sus consultorios con pacientes que se sienten culpables por no gozar (consumir) lo suficiente. 

Erik y Phillip son dos jóvenes de 23 años que intentan iniciar una carrera en las letras. A diferencia de la de sus padres, la revolución sexual de esta generación no tuvo como armas las ideas de Marcuse ni la pastilla anticonceptiva, sino algo mucho más soso y patético: una sicosis profiláctica mundializada encapuchada en un condón, y el Internet. Una generación acostumbrada a no ensuciar sus cuerpos, una generación vuelta cyborg. Phillip, limpio, fashion y guapo, se nos hace ver, tiene mucho talento. Erik, no. Phillip, se nos hace ver, es azotado, es un Rimbaud en potencia, se auto-lacera (siguiendo a Zizek, sólo el compromiso con la auto-destrucción demuestra la pasión por lo real, la pasión por el sujeto inherentemente político, por vivir auténtica y completamente en un mundo que tiende a igualarlo y a edulcorarlo todo) como buen “emo” (si el existencialismo de la Europa continental devino postmodernismo, el punk devino por fuerza emo: por eso el odio de los primeros a los segundos, porque se reconocen en ellos). Erik, no. Pero, más allá de los pretextos meta-literarios, ambos sostienen sus respectivas relaciones heterosexuales, monogámicas, de clase media-alta, tormentosas (el patriarcado y el sistema neoliberal "bendijeron" a esta generación con la liberación de los mercados, pero a cambio nos cerraron las puertas del libre intercambio sexual de nuestros cuerpos con el pretexto de una campaña profiláctica y moralina: de pronto la monogamia es de nuevo cool). Erik y Phillip son niños bien de familias liberales y cultas que sueñan con dedicarse a escribir novelas y vivir de ello. Ambos leen a autores rarísimos en su propia tradición (tradición de por sí rarísima: como a un tal Sten Egil Dahl, trasunto cinematográfico del real Tor Ulven, escritor noruego huraño y convertido en su propia leyenda, como J.D. Salinger). Y ambos, Erik y Phillip, escuchan mucho punk y, sobre todo, a Joy Division porque ahora lo chic es ser anti-chic. "No nos gusta The Clash porque en el fondo está sobrevaluado".

Al tiempo que apuestan todo en sus ciernes como escritores, Erik y Phillip se esfuerzan por mantener a flote sus respectivas relaciones amorosas, no sin dificultades; y quizá sea en esa noción capitalista de trabajo en equipo o de fusión empresarial monogámica, de tolerancia, de ceder mutuamente, donde el amor de pareja ha encontrado su estrepitoso derrumbe y su volatilidad para mucha gente de nuestra generación, parece insinuar apenas Joachim Trier. El neoliberalismo, con su crisis, no sólo jodió la economía del mundo entero, sino que desde las economías más débiles (como la nuestra) hasta las más pujantes (como la noruega), se llevó la concepción tradicional de amor al carajo. Y quizá de paso a la literatura. El amor de pareja como lo conocíamos está muerto. ¿La literatura? No sé. Phillip, el más talentoso, salvaje y rebelde de los dos amigos, con un futuro brillante en las letras, no volvió a escribir un libro en toda su vida. Erik, sí.