: la iglesia, pri y pan,
criminalizan a las mujeres



Uno no puede sino quedar horrorizado con la otra guerra que se ha estado gestando entre las sombras y las sotanas de lo curas y la derecha concurrida por el PRI y el PAN. Como parte de una campaña sigilosa que se esparció con la velocidad de un reguero de pólvora bajo la mesa mientras la atención mediática cubría a los políticos que se repartían el botín del presupuesto, la opinión pública y hasta los twiteros se centraba en otros temas, el día de hoy Veracruz (estado netamente priísta) se convierte en la entidad federativa número 18 en penalizar el aborto en nuestro país. Es decir: en más de la mitad del territorio nacional a las mujeres, que representan más del 50% de la población, no sólo el Estado no les garantizará los medios idóneos y seguros para llevar a cabo un aborto si así lo desean en vez de optar por la clandestinidad consecuente de esta intervención; sino que ahora son susceptibles de ser criminalizadas y perseguidas por el Estado si deciden interrumpir el desarrollo de un óvulo fecundado parte de su propio cuerpo, incluso si este producto es la resulta de un crimen aborrecible: una violación. Uno de los tantos casos recientes, quizá el más sonado: el de Yasuri Zac-Nicté, mujer indígena de 22 años sentenciada originalmente a prisión entre 12 y 30 años por haberse auto-inducido a escondidas un aborto casero que casi le cuesta la vida.

Esta razia retrógada y misógina emprendida por la iglesia católica y auspiciada por el Partido Acción Nacional, ha tenido como promotor al flamante bastión de la derecha: el PRI, que aun y con todo presume de socialdemócrata. Por si esto fuera poco, el gobernador priísta de Veracruz, Fidel Herrera, ha anunciado una iniciativa de reforma a la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos en los artículos 1 y 4 que lleva la abierta intención de borrar de un plumazo décadas y décadas de la lucha de las mujeres en nuestro país al momento en que la proponga al Consejo de la Unión: penalizar el aborto en todo México.

Son éstas las batallas silenciosas impulsadas en gran medida por una noción obtusa, fanática, reaccionaria y patriarcal; batallas donde los valores clericales nos pretenden ser impuestos como universales por un grupo religioso y político aun por encima de la laicidad constitucional. Esas otras guerras que están teniendo lugar en estos momentos son las que también deberían indignarnos y ocuparnos, a riesgo de, caso contrario, resignarnos a dar un salto abismal al pasado. No sólo las otras guerras, emprendidas y promovidas por este mismo régimen de tintes fascistas que va señalando y criminalizando a la mitad femenina de la población mexicana, aquélla que la iglesia católica y la derecha (y buena parte de la izquierda nacional, cómo no) dan por sentado que deben someter bajo el yugo del sistema pratriacal hegemónico para conservar intactos sus privilegios.

Para que se den una idea de la velocidad y la coordinación con que han estado ocurriendo estas cosas, ayer mismo Jesús Silva-Herzog Márquez posteó en su blog un artículo donde hablaba acerca de los 17 estados que han elevado a constitucional la prohibición del aborto. Eso fue ayer. En ese lapso ocurrió lo de Veracruz como el estado número 18. Aquí les dejo el texto de Herzog-Márquez.






Con velocidad inaudita, prácticamente en silencio se han reformado un buen número de constituciones de los estados. Una curiosa sintonía ha puesto de acuerdo a las más diversas legislaturas. El matrimonio del PRI y del PAN ha acelerado los cambios. No se trata de reformas constitucionales para que los estados hagan frente a la crisis económica; no son transformaciones institucionales para rendir cuentas a la ciudadanía; no son cambios para agilizar los procesos penales, para transparentar el uso de recursos públicos o para profesionalizar los órganos representativos. Son cambios que dan forma de ley al dogma religioso. PAN y PRI aliados en la demolición del Estado laico. 17 constituciones locales han seguido el dictado de la Iglesia católica para incorporar a su texto la consigna eclesiástica de que la vida humana empieza desde el instante mismo de la concepción y considerar al cigoto—antes inclusive de su implantación en el endometrio—como un ser humano con plenos derechos.

Las apresuradas reformas tratan evidentemente de cerrarle al paso a la despenalización del aborto como se hizo en el Distrito Federal. Se trata de impedir que una simple mayoría pudiera eliminar el castigo a quien termina voluntariamente un embarazo. Resguardar la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte tiene también por efecto cancelar la posibilidad de legislar en materia de eutanasia, asunto igualmente herético para los clérigos. Sacralizar la vida desde la fecundación hasta la muerte natural para arrancarle a los hombres el derecho de disponer de su cuerpo. No cuestiono que una agrupación religiosa considere que la vida no nos pertenece. Los hombres de fe pueden creer que nuestra vida es un préstamo de Dios y que no somos nadie para abreviar nuestro paso por el mundo. Pero un estado laico no puede asumir esa interpretación del mundo para imponer a las mujeres el deber de aceptar los hijos que le caigan o para impedir que se auxilie a los sufrientes a bien morir.

El efecto de estas reformas en materia de aborto es gravísimo. No se trata solamente de impedir la despenalización sino de contrarreformas de consecuencias insospechadas. En los estados que han aprobado estos cambios, una mujer violada que resulte embarazada por la violenta invasión de su cuerpo no tendrá la opción de elegir si continúa o termina con el embarazo. Una mujer tampoco podrá decidir si sigue adelante con un embarazo que ponga en peligro su propia vida. El piadoso Estado le impone la obligación de parir. La irreflexión con la que se legisló es tal que México puede haberse convertido en el país donde existe las penas más cruenta contra quienes practican el aborto. Diego Valadés ha detectado el absurdo jurídico que se desprende de la conversión automática de una prédica religiosa en regla de derecho. Identificar la unión de dos células con la vida humana plena y equiparar el régimen de sus derechos es un absurdo monumental. Una mujer que por descuido ingiriera alimentos que provoquen la muerte del embrión deberá ser considerada homicida imprudencial. Si se provocara voluntariamente el aborto estaría cometiendo un homicidio con todos los agravantes imaginables y podría pasar 50 años en la cárcel. Pensemos, como sugiere Valadés, en los médicos que participan en procesos de fecundación in vitro. En el caso de que el manejo del material fecundado condujera a la muerte del cigoto, estaríamos igualmente en presencia de un asesinato, posiblemente de un asesinato múltiple. Se trata pues, de monstruosas reformas apresuradas e irreflexivas que tienen como propósito congraciar a la clase política con la jerarquía católica.

Es entendible que las entidades de la república regulen de manera distinta el aborto. Esa es una de las bondades del régimen federal: legislaciones a tono con el clima de la opinión local. No sería por eso extraño que un país tan diverso existieran regulaciones distintas en esta materia tan polémica y tan compleja. Ese es precisamente el espacio que la Suprema Corte de Justicia abrió en esta materia: sean los estados quienes normen asunto tan delicado. Pero lo que hemos visto en semanas recientes no es el despliegue de la legítima autonomía local sino la imposición del dogma religioso sobre una clase política conservadora y oportunista. El conservadurismo religioso del PAN no es ninguna sorpresa. Lo es tal vez su incapacidad de vestir su fe con trajes seculares para redactar normas que no sean sólo compatibles con sus creencias sino propias de un Estado secular que no impone a todos el prejuicio de unos. Lo que resulta más aberrante es el oportunismo del PRI que difícilmente puede seguirse presentando como defensor del Estado laico después de esta abdicación. Con esta cascada de reformas, el PRI se ha convertido en la bisagra de la ultraderecha mexicana.