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lecciones para usar una cámara fotográfica de plástico (y
apuntes en torno a los muñecos del malecón)
Texto tomado de mi columna Metales Pesados en la revista Emeequis.
La serie de
fotografías que verán a continuación, fue realizada por mí para esta columna
siguiendo al pie de la letra los 23 preceptos instaurados para realizar
fotografías con una cámara Diana de plástico descritos por Mario Bellatin en El
libro uruguayo de los muertos (Sexto Piso,
2012). Dichas fotos, además de vindicar en la práctica el manual bellatiniano
para tomar fotografías, pretenden ilustrar de manera más certera aquello que,
por las limitantes inherentes a las palabras escritas, el texto que leerán a
continuación simplemente no conseguirá ilustrar ni dilucidar. Vale señalar que
para futuras reproducciones, publicaciones o exposiciones de estos materiales
–tal como recomienda Mario Bellatin en su libro–, texto y fotografías serán
indisolubles e inseparables las unas del otro.
- No tomar con esta cámara fotos por gusto.
- Buscar que la luz ilumine francamente los objetos.
- Procurar que siempre haya rojos y azules intensos en el cuadro.
Estamos en La
Habana. Mario Bellatin y yo sentados en el piso en torno a una mesita de
centro. En ella, un altero de hojas de fotocopias con una de las fotografías
que Mario ha tomado con una cámara de plástico mucho antes que los emuladores
de cámaras de plástico para iPhone se pusieran de moda. Mario toma una hoja a
la vez y, de una plantilla con estrellitas brillantes como las que se
acostumbran poner en el kínder o en la primaria, pega una en cada hoja. Mi labor
en la cadena fordiana de Mario es sencilla. Una vez pegada la estrellita
dorada, tomo la hoja, remojo un sello en el cojinete con tinta y plasmo el
sello con el nombre del autor. Mario Bellatin. Así durante al menos dos horas
en las que artista y ayudante entramos en una especie de trace. A veces nos
turnamos. Es Mario quien entinta y sella y soy yo quien ensaliva y pega.
Entinta y sella. Ensaliva y pega. Sergio Pitol, sabiendo que todo aquello será
utilizado para hablar de él y de su obra durante la Semana de Autor en la Casa
de las Américas de La Habana, nos observa divertido. Nos observa espantado.
Aquellas fotocopias y el proceso de creación de las fotocopias son los mismos
descritos en El libro uruguayo de los muertos. La foto de esas fotocopias, de hecho, es la que ilustra la portada.
- Tratar de entender los engargolamientos de la luz.
- Sólo se deben sacar paisajes abstractos cuando se fotografía el cielo.
- Buscar en los paisajes cercanos principalmente la presencia de marcados puntos de referencia.
Visitamos en La
Habana a un grupo de intelectuales que se reúne en un minarete del Vedado. Me
explica Mario que aquellos sabios se reúnen de manera periódica en su minarete
para tratar asuntos filosóficos de la mayor trascendencia. Uno de ellos, además
de sabio, es peluquero. Igual que Jean-Paul Sartre lo registra en las crónicas
de su viaje a La Habana en 1960, el peluquero de los sabios del minarete es
capaz de clasificar la taxonomía de las barbas y los cortes de cabello
revolucionarios con sólo verlos. Y es este peluquero el encargado de mantener
las barbas, las melenas y las uñas de los intelectuales del minarete según el
tamaño y la forma de sus ideas. Es él quien le ha contado con anterioridad a
Mario la historia de los muñecos del malecón que aparece en El libro
uruguayo de los muertos. Sin embargo, esta
vez, nos pone al día con la historia.
- No forzar las instrucciones que vienen en la cámara.
- Saber que un poco nublado –o la no presencia obvia y plena del sol— es ya nublado.
- Nunca improvisar una foto. Recordar siempre que la sorpresa debe ocurrir no en la realidad sino frente a la copia revelada.
La historia que
nos contó el peluquero de los sabios del minarete fue más o menos como sigue.
Se había corrido la voz del relato de los muñecos del malecón que Mario
Bellatin había hecho constar en su crónica. Y para esa época ya eran varios los
estudiosos interesados en visitar la isla con fines de realizar investigación
de campo. Hubo entre estos estudiosos, según el peluquero de los sabios del
minarete, un grupo de mexicanos que, como nosotros, había viajado a La Habana
en esa época. La misión de aquel grupo de estudiosos era sencilla. Desmitificar
la leyenda de los muñecos del malecón. Y, en caso contrario, en caso de que
tales muñecos en verdad existieran, elaborar un profuso tratado sobre sus
características. Incluso, con suerte, lograr capturar alguno de esos ejemplares
para llevarlo consigo a México como objeto de estudio y, tal vez, para su
exhibición. Después de la llegada de los estudiosos, su misión fue detectar
dónde estaban ubicados realmente los muñecos. Lograron hallar desde el
principio, según el peluquero de los sabios del minarete, a los que se
encontraban apostados a lo largo del malecón. Sin embargo, sabían que aquellos
ejemplares eran los más peligrosos, que se conocían casos de muertes por las
fuertes descargas que otros estudiosos de otros países habían recibido al
entrar en contacto con su mecanismo, según se hace constar en El libro
uruguayo de los muertos. Así que
continuaron buscando.
- Crear cuanto antes líneas de trabajo temático. Aunque sea dos.
- La primera de estas líneas puede tener como referente aquellas imágenes en las que aparece Perezvón dentro de los paisajes desvaídos más allá del tiempo; y la segunda con algo que tenga que ver con retratos.
Durante la
Semana de Autor dedicada a Sergio Pitol en La Habana, voy advertido de que uno
nunca sabe con qué puede toparse durante una lectura de Mario Bellatin. Perros
sentados a la mesa de presentación mientras se reproduce una cinta de audio.
Clones de Margo Glantz con los que uno puede entablar un sesudo debate sobre
Sor Juana. Una doble de Frida Kahlo para presentar un tratado sobre Frida Kahlo
que habla de todo menos de Frida Kahlo. Etcétera. Sin embargo, esta vez Mario
ha sido más moderado. Quizá adaptándose a las circunstancias particulares de la
isla, pienso. Medio centenar de estudiantes chinas de español aguardan sentadas
en el auditorio donde leerá Mario Bellatin, expectantes. Las estudiantes chinas
aplauden cuando Mario entra al auditorio como aplaudirían al ver llegar a un
rockstar. Toman fotos. Las estudiantes chinas callan con un silencio casi
votivo cuando Mario habla. Las estudiantes chinas llevan puestas idénticas
playeras rojas tipo polo. ¿De dónde sacó Mario el presupuesto para todo esto?,
pienso mientras veo a las muchachas ocupando la gran mayoría de las sillas como
si fueran, en efecto, un ejército de clones. ¿En qué momento las organizó a
todas si estuvimos pegando estrellitas y poniendo sellos la mayor parte del
tiempo? Cada una de las estudiantes chinas recibe de parte del autor una pieza
con la foto de un muñeco en el malecón de La Habana tomada con su cámara Diana
de plástico. Cada hoja tiene la estrellita dorada y el sello estampado con el
nombre de Mario Bellatin. Minutos después, cuando la lectura de un extracto
inédito de El libro uruguayo de los muertos
ha comenzado, el ejército de clones chinas desaparece como por acto de magia.
Y, luego, nada. Los asistentes no orientales del espectáculo en la sala, que
somos minoría, contemplamos absortos y nos observamos unos a otros. Lo dicho.
En una lectura de Mario Bellatin uno jamás sabe con qué va a toparse.
- También se puede continuar fotografiando las secuencias “on the road” pero teniendo siempre a Perezvón o al Chevy negro como referencia.
- Otra línea más puede tener que ver con la toma de fotos “kitsch”, que deben ser impresas en papel brillante. Una búsqueda propia de lo popular. Sin olvidar nunca el rojo ni el azul.
Un día después
me entero por el Granma que Hu Jintao,
el presidente de la República Popular China, está de visita en La Habana. Se
hospeda en el Hotel Nacional. ¿Habrá financiado el gobierno chino el
performance del día anterior: la aparición y desaparición tumultuaria de
estudiantes chinas de español durante la lectura de Mario Bellatin? ¿Por qué
no? Es probable, pienso incluso, que Hu Jintao esté ocupando la misma
habitación que la Revolución destino a Jean-Paul Sartre durante su segunda
visita a Cuba en 1960, y en la que según lo relatado por él, cabría entero su
departamento de París.
- No cambiar nunca el formato. Las fotos siempre serán cuadradas.
- Tratar de tirarse al suelo para aprovechar el piso.
- Crear las figuras a partir de la distorsión.
La historia que
nos contó el peluquero de los sabios del minarete continúa de la siguiente
manera. Temerosos de recibir una letal descarga eléctrica o de ser atacados por
los ejemplares de muñecos hallados en el malecón, el grupo de estudiosos se dio
por vencido. Sólo dos de ellos, los más interesados en el fenómeno y los más
temerarios, se aventuraron a explorar justo donde las autoridades y los locales
les habían advertido que no exploraran. El peluquero de los sabios del minarete
les había dicho que existía una bodega donde la Revolución había confinado a
los muñecos que ellos buscaban. Se les solía relacionar con la época de
excesos, consumo y decadencia previo a la Revolución y por eso se les confinó a
dicho lugar. Aquélla de la que habló el peluquero de los sabios del minarete
era una bodega de paredes de cristal. Los dos estudiosos dieron con ella al
final de mucho indagar entre otros estudiosos y sabios locales. En dicha bodega
se exhibían los muñecos mejor conservados. Uno a uno, para sorpresa de los
estudiosos, pasaban por una banda transportadora que recorría toda la bodega de
cristal. Quizá aquella banda fuera un mecanismo antiguo de ensamblado que había
quedado activo con los años. Varios muñecos del malecón descritos en El
libro Uruguayo de los muertos eran
confinados y desechados al olvido fuera de esa bodega de cristal cuando alguno
de éstos llegaba al fin de dicha banda transportadora, generando un tiradero de
antigüedades y deshechos de partes eléctricas y mecánicas en las inmediaciones
que algunos coleccionistas, sin embargo, todavía frecuentaban. Cuando los
estudiosos activaban alguno de estos extraños muñecos de la banda
transportadora, quedaban en evidencia las funciones para las que estaban
programados. La mayoría pasarían satisfactoriamente la prueba de Turing
destinada a los autómatas. Algunos de ellos eran, de hecho, capaces de elaborar
algoritmos de una complejidad asombrosa. La mayoría de estos muñecos, no
obstante, habían sido programados simplemente para hablar. Cuando el mecanismo
interno era puesto en marcha, por lo tanto, era muy complicado apagarlos. Quizá
por eso mismo, a uno de los estudiosos mexicanos le llamó la atención un modelo
que poseía todas las cualidades de los muñecos, excepto una: la del habla. Su
misterioso creador, quizá un científico ruso –nunca lo supieron–, había olvidado
incluir las tarjetas de audio durante el ensamblaje. Los estudiosos supieron
enseguida que se hallaban frente a un hallazgo inusitado. Era aquélla una
muñeca en forma de matrioshka, de allí la suposición de que su creador fuera
ruso. A falta de la tarjeta de sonido y audio, la matrioshka emitía de su
interior una serie de cartulinas impresas en código binario para hacerse
entender, igual que ciertas computadoras antiguas. Los estudiosos comenzaron a
llamarle a partir de entonces la muñeca silente. Y pronto se dieron cuenta de
que no era sólo uno el muñeco funcional pero trunco. Sino que había sido un
lote entero, de al menos otros doce muñecos, el que compartía las mismas
características de fábrica. Fue tal la impresión de los estudiosos, que tiempo
más tarde llegaron a creer que estos muñecos los perseguían, amenazantes, y que
jamás podrían desprenderse de ellos. Una pesadilla. Eso fue, al menos, lo que
nos contó el peluquero de los sabios del minarete.
- Fotografiar la mayor cantidad de vitrinas y maquetas posible.
- Los contenidos –si no poseen esa línea de flotación que suele producirse cuando el fotógrafo se tira al suelo— deben estar saturados de objetos. Esta cámara entristece si no hay nada vivo o luminoso que captar.
- La media distancia puede o no funcionar. Hay que colocarse en un punto menos que la media distancia y después recurrir a las distancias extremas, tanto para adelante como para atrás.
- No importa nunca el ASA del rollo. Tampoco la calidad, fecha de caducidad o estado de las películas.
Escribe
Jean-Paul Sartre en Huracán de azúcar
que durante su segundo viaje a La Habana, en 1960, fue curado de su retinosis
pigmentaria. La metáfora se la apropió Sartre de un funcionario cubano, según
relata Antonio José Ponte en La fiesta vigilada. La pérdida de la vista lateral o retinosis
pigmentaria, para Sartre tanto como para aquél funcionario cubano igual de
obsesionado con los problemas oftalmológicos, como para el mulato de la cola de
pan con perro que evitó que yo conociera el secreto bellatiniano, consiste en
retener una imagen feliz de la Cuba prerrevolucionaria. Lo único que Jean-Paul
Sartre padecía en realidad era estrabismo. Y después de ese viaje murió ciego.
¿Habrá visto brillar la luz cegadora de uno de los muñecos del malecón?
- Se deberá llevar siempre consigo una bolsa negra para manipular los rollos.
- Buscar la foto dentro de la cámara. Si es posible, se recomienda caminar llevando la cámara delante de los ojos.
La semana
pasada, mientras preparaba este texto y las fotos que lo acompañan, recibí una
llamada. Una operadora me preguntó si aceptaba una llamada de Cuba por cobrar.
Creyendo que se trataría de alguna invitación para participar en una nueva
Semana de Autor en La Habana, lo dudé un segundo, pero al fin acepté. Cuando
finalmente pareció que alguien se ponía al habla pregunté quién era. Sólo
obtuve silencio. Un silencio prolongado del otro lado de la línea que duró más
o menos tres minutos. Y aún así no me atrevía a colgar. Entonces recordé la
historia de los peligros de los muñecos del malecón descritos en El libro
uruguayo de los muertos, pero, sobre todo,
la historia de la muñeca silente. Colgué, horrorizado, y enseguida fui a la
computadora para dejarle un mensaje en Facebook a Mario Bellatin que decía lo
siguiente: “Tenías razón, Mario”. Dicho mensaje aún puede consultarse en su
estatus.
- Repito. No tomar ninguna foto neutra o anecdótica.