: una generación inexistente (2)





“La mía se trata de una generación 
que apenas se lee y que se insulta muchísimo”.
-Pablo Raphael.






En su columna semanal del diario Milenio, Heriberto Yépez abordó y amplió el tema de mi anterior entrega: el grupo de narradores mexicanos que nacimos a partir de 1970. Aquí puede leerse. El texto de Heriberto coincidió con mi lectura en días recientes de otro autor que ha abordado con mayor amplitud el tema: Pablo Raphael, en su ensayo La fábrica del lenguaje S.A. Se trata de dos visiones distintas, a veces divergentes y hasta opuestas. Pero ambas, a su modo, igualmente provocadoras e interesantes. Veamos.
Estoy de acuerdo desde hace tiempo con muchos de los argumentos de Heriberto respecto a éste y otros temas. En otros no tanto. Pero en concreto, su lectura esta vez me ha hecho replantearme la idea central de todo este asunto: la validez o pertinencia del concepto de generación del que yo había partido desde que coordiné la antología Grandes hits, vol. 1 como editor de Almadía en 2008. Pienso ahora que tal vez valdría la pena arrancar un nuevo ejercicio prescindiendo o generando un nuevo concepto (o una nueva forma de leer retando al canon) para abordar la obra de estos y otros autores.
Es verdad que la noción de “generación” es insuficiente o inoperante para tratar de explicar  a los más recientes autores y autoras mexicanos. De inicio porque la propia idea de generación es excluyente y elitista, como nuestra propia literatura. Aunque en mi anterior texto afirmo que ésta es una generación sin jerarquías ni patriarcas, para Heriberto mi propia elección del concepto es de por sí contradictoria. Pretender dar orden a un grupo de individuos que toman la estafeta dentro de una tradición ya implica tácitamente un orden vetusto, vertical y jerárquico que busca revalidar ese mismo coto y mecanismos de poder. Cierto. Y hay que reconocer también que pensar en términos de generaciones es muy cómodo, perezoso. Pero es que hasta hoy, nuestros críticos no han hecho su trabajo más allá de reforzar y privilegiar muchas veces los viejos usos y costumbres de una élite que antes solía llamarse la República de las Letras. Excluir. Tender alianzas. Paradójicamente, hemos sido los propios autores de esta no-generación quienes, bien que mal, hemos tomado el toro por los cuernos. Pero valdría la pena cuestionarnos la forma en que elegimos-excluimos nuestras lecturas-afinidades y cómo y por qué es que leemos lo que leemos al momento de elaborar listas y antologías.
El concepto de generación suele aplicarse dentro de estructuras sociales relativamente estáticas y patriarcales, gerontocráticas. Funciona para describir cómo los miembros menores van asumiendo los roles y el poder de los mayores, cómo van reproduciendo las estructuras sociales y las relaciones de poder. Cuando aparece un fenómeno inédito dentro de esas estructuras, es normal que se le excluya por sistema, que cause fricción, que incomode, que los individuos involucrados lo nieguen y hasta muestren posturas encontradas.




Tanto Heriberto Yépez (Tijuana, 1975) como Pablo Raphael (Colima, 1970) –igual que muchos de los autores de esta no-generación-- son reacios a identificarse como colectividad dentro de aquel viejo concepto de generación gassetiano. Es comprensible. Es Pablo Raphael quien, a partir de la figura retórica del oxímoron para describir la naturaleza contradictoria de estos autores y autoras, se anima a ir más allá y se aventura a proponer un concepto alternativo al de generación. Lo llama nubes.
El modelo de Bohr para describir el comportamiento de las partículas atómicas tanto como el concepto de nube de electrones, contemplan movimiento, inestabilidad, atracción, afinidad, fricciones, centro, márgenes. Un símil más o menos adecuado para describir lo que sucede con este grupo de nuevos autores. Dice Pablo:
“Las nubes son una masa visible, se forman de partículas independientes, las nubes migran, mutan y desaparecen, flotan. (…) Las nubes tienen una relación directa con lo que sucede abajo pero en apariencia son independientes. (…) En mi generación, ya lo dice la Wikipedia, existen nubes demasiado gruesas o densas para que la luz las atraviese. El pensamiento de nuestras nubes es un pensamiento contradictorio. La fragmentación hace imposible que se produzcan escuelas o tendencias. El individualismo hace que se multipliquen los gustos.”



A partir de una serie de cuestionarios que nos hiciera a varios autores de esta no-generación, Pablo Raphael publicó un artículo para la revista catalana Quimera en 2007. Con el tiempo, el texto creció hasta convertirse en el libro La fábrica del lenguaje, S.A. (Anagrama, 2011). Además del argumento de lo contradictorio de la no-generación de la que escribe Pablo (llamada a lo largo del libro indistintamente Generación Inexistente vía Jaime Mesa o Generación Atari vía mi novela Temporada de caza para el león negro), esgrime la tesis aún más controvertible de que, en su gran mayoría, a los que se refiere en dicho ensayo son/somos “autores neoliberales”. No estoy de acuerdo, pero Pablo, provocador, va desgranando así sus argumentos:
“El neoliberalismo apostaba por la descentralización y desde entonces la periferia fue reclamando su espacio. (…) El neoliberalismo creía en las libertades individuales por encima del bienestar social y desde entonces el menú literario es tan amplio como una carta de McDonald’s. Se acabaron las corrientes y los estilos compartidos. (…) El neoliberalismo cala hondamente en los apologistas del resentimiento. Es su objeto odiado, el grito de batalla al que dirigen todo el enojo, pero también es su sitio de confort. (…) El neoliberalismo simula maquetas. Hace confortable la protesta, se moviliza siempre que sea en el espacio de la red, en el activismo online, en la militancia de café, en la pasividad de quien apuesta a que todo permanezca, para que la queja eterna también perdure. (…) Somos neoliberales muy a nuestro pesar. Por eso quizá la idea de generación se puede sustituir poco a poco por la idea de ‘nubes’”.
Pero hay algo que ni a Heriberto ni a Pablo, a pesar de discrepar a la hora de abordar el tema, se les escapa al criticar el elitismo del viejo molde de la antes llamada República de las Letras y de esta no-generación: nuestros nuevos escritores son en, su gran mayoría, niños privilegiados. Criados y educados en el centro. Autores que han heredado o creado alianzas de poder. Blancos. Criollos. Mestizos. Varones en buen porcentaje. Hijos de inmigrantes. Con capitales simbólicos, pecuniarios y culturales. “La República de las Letras exilia a los indios de México”, dice Pablo Raphael. Pero no sólo a los indios, sino a todas las “incontables autorías que no pertenecen a los círculos sociales prestigiados”, dice Heriberto. Es una “República de las Letras numéricamente reducida, reconocible, centralizada vía alianzas y, sobre todo, exclusiones. Literatura élite.” Y agrega: “El centro y lo nacional son fantasmas. Pero los grupos dominantes usan el poder institucional y sombra del pasado para mantener la ilusión de una ‘literatura nacional’ simulada por mezcla de penúltimas Autoridades Republicanas y una nueva ‘generación’ de ‘relevo’ en poesía, narrativa y crítica. Para conseguir la ilusión de la legitimidad de esa transmisión de poderes, hoy se hacen reseñas, listas, panoramas, colecciones, dossiers o antologías para persuadir a los lectores de ese nuevo mapa selecto.”
Ortega y Gasset afirma que aquello que mejor ejemplifica la solvencia del concepto de generación es que exista una identidad de tendencias respecto a estos temas, aun en un ámbito tan amplio de divergencias: “Entre sí se pelearán unos contra otros precisamente sobre sus temas y se sentirán antípodas. No habría, en efecto, medio de poner paz sobre la precedencia del todo y las partes, y sin embargo (los debates de los opuestos contemporáneos serán) dos formas de sentir una idea completamente nueva en la historia del pensamiento”.
Que sea éste el pretexto no sólo para comenzar a leernos, sino para leernos de manera crítica.




*Texto tomado de mi columna Metales Pesados en la revista Emeequis.