: ernest hemingway,
es el estilo, idiota
En cierta ocasión, durante un congreso de autores
latinoamericanos en Madrid, me hicieron en público la siguiente pregunta: “¿Qué
novela de la literatura universal te hubiera gustado escribir?” Casi inmediatamente
dije The sun also rises,
conocida fuera de EEUU como Fiesta.
Era la época en que comencé a trabajar en mi libro Teoría de las catástrofes y tenía muy presente el modelo de aquella novela
que Hemingway escribió a los 26 años de edad. El moderador del congreso,
entonces, me miró y meneó la cabeza de forma condescendiente; repitió la
pregunta a otro más de los autores reunidos quizá con la esperanza de recibir
una respuesta más “modernita” que la mía.
Hemingway no está de moda. Sus
lectores –como yo en aquel congreso– somos vistos con cierto recelo. Leer a
Hemingway hoy en día –y agotada en español su influencia por el boom
latinoamericano–, es para muchos autores y lectores un síntoma de mal gusto.
Aunque lo irónico del caso sea que varios de sus detractores ni siquiera se han
tomado la molestia de leer a fondo su obra y se conforman con denostar la
superficie, denostar el mito. Conscientes o no de ello, es seguro que varios de
nuestro autores contemporáneos de cabecera no hubieran existido tal como los
conocemos sin la obra de Ernest Hemingway.
Hemingway no está de moda. Y me alegro
mucho. Este 21 de julio se cumplieron 114 años del nacimiento de Ernest Miller
Hemingway. Una oportunidad magnífica para detenernos a hablar ya no del mito
desgastado del hombre de acción, del macho jactancioso, cazador, boxeador,
mujeriego y mitómano que decía haber tenido una aventura con Mata-Hari, el
alcohólico pendenciero. Intentemos por una vez despojarnos de esos prejuicios
con los que se le ha retratado hasta el cansancio y hablemos de lo importante,
de lo que se habla con bastante menos frecuencia: del escritor disciplinado,
del hombre hecho a sí mismo que forjó un estilo que sigue manteniéndose vigente
hasta nuestros días.
En literatura no hay temas nuevos. Hemingway
no cuenta sino lo mismo que ya han contado Homero, Stendahl o Tolstoi. Sus
novelas más logradas –igual que las de aquéllos– tratan de temas bélicos y de
los conflictos humanos desatados durante esos períodos. Sin embargo, Hemingway
consigue lo mismo que sus predecesores: crear eso que antes se conocía como un
“estilo”. Hemingway fue capaz de crear un universo único –tan único que terminó
por engullirlo a él mismo como héroe de sus aventuras personales fuera de los
libros– porque su estilo era potentísimo. No hay que fascinarse ni dejarse
repeler por los secretos detrás del mito de Hemingway: el misterio de todo
escritor inicia y acaba en su estilo. Ernest Hemingway es su estilo.
El primer vestigio de la voluntad
estilística de Hemingway lo constata Anthony Burguess en su biografía: “Su
modelo era Ring Lardner, que producía una columna popular para el Chicago
Tribune y que había desarrollado
un estilo supuestamente analfabeto que Ernest intentó imitar”. Aunque el estilo
elíptico y conciso de Hemingway podría rastrearse en la austeridad puritana del
sermón protestante que predomina en mucha de la tradición norteamericana (y, en
efecto, en casos de autores muy concretos que él admiró, como Sherwood Anderson
o el propio Ring Lardner, escritor determinante tanto para él como para
Fitzgerald y Dos Passos), hay que tomar en cuenta que, al contrario de la
figura anti-intelectual que pretendió granjearse, Hemingway fue de hecho un
lector muy acucioso. Lo que Flaubert llamaba le mot juste, o la palabra justa, en Hemingway se cumple a
cabalidad. La palabra justa. ¿Qué tipo de palabra justa define el estilo
contundente de Hemingway? Sustantivo + Verbo + Complemento. De Ezra Pound –de
quien Hemingway recibía asesoría a cambio de lecciones de box– adquirió en sus años
en París la disciplina y la buena costumbre ahorrarse los adjetivos. En prosa,
un adjetivo resta velocidad. Los verbos, en cambio, otorgan velocidad. Acción.
Y, en el caso de Hemingway, es ésa la palabra justa de la que hablaba Flaubert:
el verbo / la acción. Qué elemento gramatical más exacto para describir no sólo
una voz literaria limpia y afilada que se caracteriza por sus acciones y no por
su retórica fatua, sino que además sirve para describir al propio hombre de
acción que pretendió ser Hemingway.
Suele desdeñarse la obra de Hemingway
por aparentemente “carecer de ideas”. Parte del método tácito en la obra de
Hemingway consiste en erradicar los vestigios del pensamiento y propiciar, en
cambio, la puesta en escena, la acción, el diálogo, la efectividad de la
elipsis y el silencio como herramientas discursivas más valiosas que sus
opuestos retóricos para apelar a la inteligencia imaginativa del lector. (La
excepción más evidente del único caso opuesto son los torrentes de pensamiento
interno por influencia de su amigo James Joyce en Por quien doblan las
campanas, que también marcarían
la obra de Malcom Lowry). Sin embargo, según han dado cuenta sus biógrafos
–como Anthony Burguess, A. E. Hotchner y Carlos Baker–, Hemingway era un lector
muy agudo, sensible y receptivo, capaz de analizar y asimilar con gran
facilidad los sistemas de otros autores. Aunque no recibió educación
universitaria (hecho del que se alimentó el profundo complejo hacia su amigo
Francis Scott Fitzgerald, graduado en Princeton), Hemingway se formó a sí mismo
base de grandes dosis de disciplina y de trabajo duro durante rachas de pobreza
y carencias (disciplina que hace constar en la famosa entrevista al Paris
Review).
Lograr el estilo de Hemingway nos
parece fácil ahora porque él –y cientos de emuladores– nos ha enseñado cómo
hacerlo. Sin embargo, no hay que perder de vista que el objetivo artístico de
Hemingway era en su época –como lo
relata Anthony Burguess– “tan
original como el de cualquiera de los literatos de vanguardia” que se reunían
en los cafés de París durante los años veinte. “No era fácil en un tiempo en
que la literatura aún significaba una manera bella de escribir, en el sentido
victoriano, con adornos neogóticos, alusiones librescas, una intrincada
estructura de oraciones subordinadas y la personalidad del escritor
interfiriéndose, a escondidas o brutalmente, entre el lector y lo que estaba
leyendo”. O, tal como le recomendó Gertrude Stein el día que leyó su primer
manuscrito: “Comprime, concentra” (aunque más tarde, la misma Gertrude Stein lo
acusa en sus memorias –Autobiografía de Alice B. Toklas– de haberse robado el estilo de ella y el de
Sherwood Anderson). Mientras que William Faulkner lo describió así: “Hemingway
aprendió por sí solo un modelo, un método que podía usar, y que se atuvo a él,
sin andar por ahí intentando experimentar”.
Aunque quizá sea el testimonio de su
amigo James Joyce –uno de los escasos escritores por los que Hemingway tuvo
genuina estima–, quien mejor describa al hombre y al estilo en un solo párrafo:
“Es un buen escritor, Hemingway.
Escribe tal como es. Nos gusta. Es un campesino grande y poderoso, tan fuerte
como un búfalo. Un deportista. Y listo para vivir la vida sobre la que escribe.
Nunca la hubiera escrito si su cuerpo no le hubiera permitido vivirla. Pero los
gigantes de esta clase son verdaderamente modestos: hay mucho más detrás de la
forma de Hemingway de lo que la gente cree.”
*Texto tomado de mi columna Metales Pesados en Emeequis.