: a favor
de los profesores,
a favor de la desobediencia civil
En los últimos
días se ha desatado una enconada campaña mediática que pretende diseminar
falacias y prejuicios reduccionistas contra el magisterio sindicalizado entre
la opinión pública. El más promovido de estos mitos asegura que los profesores
se oponen a la iniciativa de reforma educativa de Peña Nieto porque “no quieren
evaluarse” (en concreto a la Ley General de Servicio Profesional Docente
pendiente de ser aprobada al momento que escribo esto).
Para dar sólo un
ejemplo, aquí una broma de mal gusto de esta estrategia contra movimiento
magisterial: la fundación Mexicanos Primero
presidida por Claudio X. González –por medio de la cuenta de Twitter de un
conductor de Foro TV-- emprendió una convocatoria para regalar ¡100 boletos de
avión y gastos pagados! a voluntarios entre los twitteros que quisieran venir a pasar unos días en Oaxaca y
dar clases y reventar la huelga de profesores. Todo esto sin ser evaluados por
institución alguna.
Esta estrategia
es un ejemplo de los que acompañan de la mano a la campaña de desinformación y
desprestigio mediático contra la CNTE realizada por Televisa. Una ironía y una
burla. Un profesor zapoteco del CNTE, como uno de mis mejores amigos de la
Sierra Sur, muy difícilmente podría pagarse un vuelo de esos 100 con su
salario. Los que pretende traernos Televisa no son otra cosa que esquiroles de
lujo.
Desde que tengo
memoria, he visto a mi madre sacarle horas extra por las noches y madrugadas a
su doble jornada laboral (ama de casa y profesora) para estudiar antes de los
exámenes de la llamada Carrera Magisterial. La Carrera Magisterial es un
programa permanente de evaluación y promoción horizontal para “incentivar y
actualizar a los profesores de educación básica”. Y lo tengo muy presente
porque esos días eran especialmente tensos en mi casa. Había, entre mis
hermanos y yo, un silencio absoluto para que nuestra madre pudiera concentrarse
en sus estudios: del resultado de sus exámenes dependería directamente el nivel
de su salario. Y hablar de eso en México es hablar de uno de los 10 peores
salarios.
Mi madre es
profesora sindicalizada. Varios de mis tíos paternos y maternos también. Fue
una de mis tías quien, de hecho, me enseñó a leer y a escribir años antes de
que entrara en la primaria. Los pocos libros a los que tuve acceso en mi
infancia eran además los que ella mandaba a pedir por correo a un club de
lectura del DF y que ni por asomo se conseguían en la única biblioteca de mi
pueblo de 120 mil habitantes. En su casa conocí el Tesoro de la Juventud con clásicos abreviados, la legendaria serie El
Volador de Joaquín Mortiz o la colección de
los Premios Nobel de Aguilar, por ejemplo. Los maestros en México, contrario a
lo que dice la campaña de desprestigio de los medios en su contra, no son unos
ignorantes ni unos bárbaros.
En más de un
sentido, soy producto de la educación pública de este país. Para bien y para
mal. Sin los profesores sindicalizados de mi familia y todos y todas de
aquellos quienes recibí clases en cada escuela pública que pisé, sencillamente
yo no hubiera podido escribir un solo de mis libros. Los maestros
sindicalizados de México, como también me consta, no son unos holgazanes.
Uno de mis
mejores amigos en Oaxaca es profesor del CNTE en la sierra zapoteca de Loxicha
donde nació el EPR. Loxicha es uno de los lugares más marginados y pobres del
país, además de haber sido castigado severamente por el Ejército en los años
noventa por ser cuna de la guerrilla. He acompañado a mi amigo durante las
extenuantes caminatas entre veredas lodosas en medio del boscaje del corazón de
la sierra, a lo largo de horas, sólo para llegar de su casa a su escuela: un
cubo endeble de láminas de aluminio de escasos metros cuadrados apostado en un
barranco donde imparte clases a unos cincuenta niños zapotecos de las
rancherías cercanas. Sus alumnos van desde el preescolar hasta el sexto grado
de primaria. Todos en el mismo salón. Muchos de ellos llegan caminando
descalzos y sin hablar español. Por sus méritos académicos, mi amigo recibió
hace poco la prestigiosa beca Ford para cursar una maestría en cualquier
universidad del mundo de su elección. Los maestros en México no son unos
vándalos.
Los profesores
no tienen miedo de evaluarse. De hecho, los profesores hace mucho que se
evalúan en este país. El partido hegemónico en el poder durante décadas
acondicionó y utilizó al corporativismo sindical de profesores como músculo
político, pero jamás se preocupó por prepararlos tan bien para sus labores. Es
el mismo PRI que creó a los corporativos sindicales como capital político el
que hoy les exige lo que jamás les procuró. Sonará a lugar común, pero es una
verdad dura como el basalto: cada profesor en este inmenso país --como mi madre
en un municipio de Zacatecas o mi amigo en la sierra de Oaxaca--, hacen
verdaderos milagros para ir al día con los precarios recursos y herramientas
que les fueron dados. No es extraño, por tanto, que decidan irse a huelga. Lo
extraño es que aún no haya estallado una revolución.
Al contrario de
la manera en que las han querido presentar los medios informativos cercanos al
poder, las acciones de desobediencia civil llevadas a efecto por los profesores
de la CNTE en últimos días en la capital, no son actos vandálicos sin sentido. Las
acciones de desobediencia civil no son actos de forajidos que rechazan y niegan
pertenecer al Estado. Al contrario. Son actos de ciudadanos que se afirman como
tal y se manifiestan como parte de ese mismo Estado para aspirar a mejorarlo en
beneficio de un amplio sector de la sociedad, y no sólo en beneficio de una
cúpula de poderosos como pretenden las recientes iniciativas de reformas
neoliberales.
La población del
DF debería abrir los ojos y entender que los problemas de tráfico ocasionados
por las manifestaciones del CNTE son, sinceramente, el menor de los problemas e
injusticias de este país. La gran lección que nos están dejando los profesores
fuera de las aulas es ésta: no acostumbrarnos a la obediencia irreflexiva hacia
las instituciones y a las leyes cuando se proponen reformas que atentan contra
los intereses del resto de los ciudadanos. Al obedecer a las instituciones como
ciudadanos pasivos y sin un ejercicio crítico, estamos en peligro de que –según
Sebastián Pilovsky en su prólogo a Desobediencia civil-- incluso el hombre o mujer más justos corran el
riesgo de convertirse en agentes de la injusticia.
Por la
inestabilidad del tejido social y el contexto polarizado del país, se hablaba
de que Oaxaca 2006 --el plantón de la CNTE y el posterior surgimiento de la
APPO-- era el laboratorio de algo que estaba por ocurrir a nivel nacional. Y
tal como le sucedió al todavía impune Ulises Ruiz en Oaxaca durante ese año,
las manifestaciones y acciones de desobediencia civil llevados a cabo por los
profesores de la CNTE se están volviendo el examen más arduo para Peña Nieto en
su primer año: el examen del grado de democratización de su gobierno y sus
instituciones; no sólo por la opción al uso de la fuerza pública, sino por su
capacidad y disposición al diálogo y a la negociación, pues es sabido que las
acciones de desobediencia civil no geminan en contextos de gobiernos
despóticos; son acalladas antes de que tengan un eco efectivo en la población,
tal como han pretendido varios de los grandes medios informativos cercanos al
poder.
El 2006 demostró
a los oaxaqueños y al país entero que aquel gobierno del PRI de turno no era
precisamente de vocación democrática al emplear la fuerza indiscriminada y la
guerra sucia para sofocar el plantón de la CNTE de aquel año. Es la misma
Sección 22 de la CNTE la que pone hoy a prueba a Peña Nieto. Esperemos que esta
vez no termine en un baño de sangre como aquel.
*Texto tomando de mi columna Metales Pesados en la revista Emeequis.