: ondjaki,
el guerrero angoleño
El pasado día 6 se anunció que mi
amigo el escritor angoleño Ondjaki (cuyo seudónimo significa “guerrero” en
umdundu, pero que responde en realidad al nombre de Ndalu de Almeida), fue
merecedor del prestigioso Premio Saramago en lengua portuguesa por su novela Os
transparentes.
Recibí la noticia con mucho gusto. Mi amistad con Ondjaki data de hace al menos
un lustro y una visita Luanda-Oaxaca. De esos años en que me dedicaba a editar
libros para Almadía le tengo cariño a uno en especial que, sin esperarlo, se
volvió sumamente entrañable para muchos lectores, sobre todo para los lectores
jóvenes. Se trata de Buenos días, camaradas (Almadía, 2008) de Ondjaki (Luanda, 1977).
La apuesta, en efecto, era
excéntrica en más de un sentido para el mercado editorial de nuestro país;
mucha gente simplemente no comprendía cómo era que íbamos a arriesgarnos de
manera kamikaze con una obra de un desconocido autor angoleño de treinta años,
pero escrita a los veintitrés. Cuando mi amiga Ana María García Iglesias --la
traductora del portugués-- me consiguió el manuscrito original de Buenos
días, camaras, supe
al instante que era una novela que debía ser traducida y traída inmediatamente
a nuestro país. ¿El resultado? Buenos días, camaradas se volvió uno de los libros del
programa Bibliotecas de Aulas. Semejante éxito corrieron otros tantos
manuscritos de esa misma época de autores angoleños que le siguieron a la
publicación de Ondjaki, como GonÇalo M. Tavares y Mia Couto.
Casi inmediatamente después de
haberse independizado de Portugal, en 1975, en Angola se desató una guerra
civil entre los grupos Movimiento Popular de Angola (MPLA), la Unión Nacional
para la Independencia Total de Angola (UNITA) y el Frente Nacional para la
Liberación de Angola (FNLA), con intervención de gobiernos extranjeros durante
la Guerra Fría: por un lado Sudáfrica y Estados Unidos; por el otro la Unión
Soviética y Cuba, cuyas tropas vencieron a la FNLA. Dentro de este contexto de
tensión, precariedad, inestabilidad e incertidumbre, Buenos días, camaradas está narrada bajo la perspectiva de
un niño (el alter ego de Ondjaki) que cuenta cómo era su vida cotidiana en
Luanda, la capital de Angola.
Aunque las novelas de infancia
parecieran a primera vista llenas de candidez, existen pocas cosas más
difíciles de lograr a nivel técnico que aquella inscritas en la tradición en
que también se encuentran El guardián entre el centeno o Las batallas en el desierto, por nombrar sólo dos. Resulta
altamente arduo para un autor construir de modo genuino esa percepción del
mundo con el entusiasmo de quien reconoce y nombra todo por primera vez; se
requiere una voz sumamente atenta, lúcida y sensible.
Es una gran acierto de
Ondjaki que dentro del contexto angoleño tan dramático que rememora su
narrador, en la novela no haya víctimas ni victimarios; mucho menos el
resentimiento de los colonizados, ni la conmiseración por la miseria ni la
injusticia en el que fácilmente pudo haber caído algún otro escritor para
sacarles réditos fáciles. No, aquí hay todo lo contrario: vitalidad y encanto
por la vida y por el hecho cotidiano de estar vivo en la voz de un niño que
experimenta todo con infinito asombro aun en medio de los más grandes horrores.
La entrañable amistad
del protagonista con el Camarada Antonio, un viejo intendente de la casa
paterna, y los episodios cargados de un humor cándido, se mezclan de forma
cotidiana con la constante amenaza de la violencia de todos los días. En las
escuelas y en las calles de Luanda, la guerra y la posibilidad de la guerra son
un elemento ya trivializado del imaginario infantil que hacen recordar
–guardando las enormes proporciones— al México de ahora.
El término de la
educación primaria del protagonista y la consecuente ruptura de la estrecha
relación con sus profesores cubanos, la próxima entrada a la adolescencia, las
despedidas y el duelo, van entablando un sutil paralelo con los procesos
políticos intestinos de su Angola natal, terminando con la salida de la Unión
Soviética y Cuba y la celebración de las primeras elecciones internas que
inauguran una vida independiente y democrática para Angola. “¿Pero cómo --se
pregunta en cierto momento el protagonista de Buenos días, camaradas, con esa mezcla de candidez e
inteligencia que lo vuelven tan memorable-- si aquí sólo hay un partido y un
solo presidente?”
En Buenos días, camaradas el lector encontrará algo que muy
rara vez puede hallarse en nuestros días: una voz honesta y sensible capaz
percibir el mundo con todos sus colores, texturas, sensaciones, los finos hilos
de las relaciones interpersonales. El campo semántico, el lenguaje infantil y
su imaginario, terminan creando la pinza que cierra y engarza cada anécdota de
una manera estupenda. El lenguaje lúdico en que está escrita la novela, las
peculiaridades del idioma portugués intervenido por la lengua de los
colonizados –y magníficamente resueltas en la traducción mexicana-- está vivo
en este libro y se vuelve también un protagonista.
Ondjaki es un narrador joven cuyo
talento le permite darse el lujo de detenerse a narrar las cosas sutiles que
conforman lo cotidiano --“en las cosas pequeñas se concentran las cosas grandes
de la vida”, dice el narrador-- para crear con ellas gran literatura. Uno de
los retos mayores de todo escritor es situarse y situar al lector en la óptica
del otro, pues, como diría Levinás, el reconocimiento en el rostro del otro nos
humaniza. Y en la obra de Ondjaki se
logra eso.
Ondjaki, libro tras libro, se ha
convertido en uno de los escritores imprescindibles en lengua portuguesa.
Traerlo a nuestro idioma representó para Almadía no sólo una audaz e
interesantísima apuesta editorial, sino todo un ejercicio de independencia de
los vicios, alianzas e intereses del medio editorial mexicano. Leer a Onjaki es
una experiencia gratificante que nos recuerda lo bueno que es salirnos de vez
cuando de nuestro solipsismo y mirar hacia otros continentes, fuera de las
grandes editoriales españolas de practicas coloniales y fuera de los cánones
hegemónicos.
Hoy, igual que cuando llegó a mis
manos el primer manuscrito de Ondjaki, lo celebro.
*Texto tomado de mi columna Metales Pesados en la revista Emeequis.