: el suicidio de la
izquierda
La izquierda institucional –o
partidista– en México se ha suicidado. Su muerte ocurrió durante el 2013.
Me siento cada vez más
identificado con el pensamiento anarquista; pero, en esencia, me gusta
considerarme de izquierda. Sin embargo, como muchas y muchos otros mexicanos de
mi generación –que, a diferencia de la de nuestros padres no tuvimos un 68 ni
un Yo Soy 132 como nuestros hermanos menores–, jamás me he sentido incluido en
las plataformas políticas de la vieja izquierda cuya lucha de años contra la
imposición de un abusivo modelo neoliberal fue enterrada hace unas semanas al
firmar el Pacto por México con sus aliados del PRI y el PAN.
Hallo al menos cuatro momentos
clave en los que esta vieja izquierda propició su propia aniquilación en la
construcción de un país justo y democrático luego de años de luchas populares,
movilizaciones sindicales, obreras, campesinas y estudiantiles.
1. Aparente “universalización”
del neoliberalismo
Vivimos una época en que se ha
impuesto el modelo neoliberal como modelo hegemónico y, para muchos, el único
posible. La cultural de consumo y el éxito alrededor del capital se hacen pasar
como “universales”, el único modo de vida. Lo que queda fuera de la lógica y la
cultura del consumo suele ser visto, por lo tanto, como algo no valioso,
marginal, inútil.
En política sucede un tanto lo
mismo: suele llamársele “izquierda moderna” a las izquierdas que no hacen más
que asumir la lógica del capital. Los gobiernos, sean de izquierda o de derecha,
se han convertido poco a poco en dependencias al servicio de las empresas
transnacionales que promueven reformas a modo para que éstas se instalen en sus
países. Lo acabamos de ver con las reformas promulgadas por Peña Nieto.
Lo único que verdaderamente se ha
globalizado con estas concesiones de nuestros gobiernos es la explotación de
los seres humanos. El marxismo había tomado como sujetos de estudio las formas
de explotación de los obreros de la revolución industrial, pero la izquierda
actual en Latinoamérica y los partidos de izquierda se han quedado cortos para
desarrollar teorías y políticas que expliquen y contrarresten la explotación en
la época de la información, del flujo masivo e instantáneo del capital, hoy que
los procesos de producción están también dispersos y globalizados.
El modelo neoliberal no requiere
forzosamente de una dictadura para ser implantado. Como en México. Puede
introducirse disfrazado por una democracia restringida o autoritaria que
pontifica que traerá la “modernización” y el “progreso” (aunque nunca mencionen
la miseria humana y la mezquindad ética y espiritual que éstos conllevan).
Esta misma propaganda y
universalización del modelo neoliberal hegemónico han creado democracias
desmovilizadoras, democracias limitadas donde los ciudadanos se contentan con
ir a emitir un voto mansamente cada cierto tiempo; y ha hecho creer a mucha
gente que las ideologías, la acción política, el compromiso, la disensión y la
protesta son algo de marginales, de rijosos, de holgazanes. La indiferencia de
la gente es el activo más valioso de los gobiernos neoliberales. Los discursos
posmodernos que acompañan al modelo neoliberal han decretado el fin de las
utopías, del anhelo por imaginar que es posible construir un país distinto y
mejor, solidario y justo para todos y todas.
Y no sólo eso: la derecha ha sido
lo bastante hábil como para apropiarse del lenguaje tradicionalmente de
izquierda. “Reformas”, “cambios estructurales”, “transición”, “combate contra
la pobreza”, “grupos vulnerables”, “ayuda a adultos mayores”, “seguro popular
de salud”, “violencia contra las mujeres”, etcétera. Mucho del lenguaje y de
las causas de la izquierda han sido enarbolados recientemente en los discursos
de derecha y del centro ante el anquilosamiento de la izquierda mexicana.
2. El infarto de AMLO y la
ausencia de líderes
Las características del
funcionamiento del aparato del Estado actual, por tanto, limitan demasiado a
las izquierdas el espacio para maniobrar. Cuando López Obrador dice que las
instituciones deberían irse al diablo no está haciendo más que lo que uno
esperaría de alguien que representa una izquierda revolucionaria: cambiar las
reglas del juego para mejorar las condiciones de justicia e igualdad. Modificar
las instituciones que sólo sirven para mantener los privilegios de las élites.
Sin embargo, un discurso desde
una izquierda auténticamente revolucionaria será siempre satanizado por la
derecha y el centro, que no tienen más propósitos que mantener las
instituciones y las cosas como están: corruptas, aptas para el beneficio y el
enriquecimiento de las cúpulas.
No obstante, la izquierda
institucional mexicana no logró ver a tiempo que las estructuras de partido
bolchevique traídas del extranjero para ser implantadas genéricamente a los
países del tercer mundo no se adaptan ya a la realidad ni a la compleja
diversidad de este país.
A decir de la politóloga y
socióloga chilena Marta Harnecker, el sectarismo de las izquierdas
institucionales y sus constates peleas y divisiones internas (a diferencia del
PAN y del PRI bien disciplinados y obedientes pero acríticos en su vida
interna) obedecen a esa tradición de las izquierdas latinoamericanas marxistas
de autoproclamarse como “vanguardias”: la vanguardia de la clase obrera que
ninguna clase obrera ha nombrado como tal. Muchos de ellos y ellas provienen de
un modelo de estructura de conducción vertical que recibía órdenes desde arriba
como correa conductora. Y existe una tendencia a que, en ocasiones, esas
órdenes verticales en el modelo patriarcal y androcéntrico de esa vieja
izquierda sirvan para elaborar mecanismos que perpetúan el control del mando.
No es de extrañarse, por tanto, que el PRD haya eternizado a sus dos únicos
líderes morales y candidatos a la presidencia de la República a lo largo de los
últimos veinticinco años.
El lamentable infarto que sufrió
López Obrador justo antes de la movilización contra la reforma energética de
Peña Nieto, es muy elocuente no sólo en cuanto al desgaste físico de esta
izquierda.
3. La firma del PRD del Pacto
por México y la promulgación de las reformas estructurales
Los defensores de la real
politik (un eufemismo para llamarle al arte
de mantener el status quo de la
política institucional) argumentan que la política es el arte de lo posible.
Son los que abogarán por las reformas neoliberales y que firmarán todos los
pactos con las élites.
Los defensores de la izquierda,
por el contrario, dirían que la política es el arte de llevar a cabo lo
imposible: un mundo alternativo, democrático y justo que no esté regido por el
capital. Y ni el PRD ni otros partidos de izquierda, coludidos con el sistema
hegemónico dominante, están haciendo eso por los mexicanos. Ni lo harán jamás.
Tienen demasiados privilegios que proteger.
La izquierda revolucionaria
infiltrada en la instituciones –incluso en su vertiente reformista– debería ser
el caballo de Troya que cambiara para bien las reglas del juego. Lo que le ha
ocurrido al PRD es justo lo contrario: su caballo de Troya han sido las
instituciones que han esterilizado y han pervertido una lucha de décadas.
El PRD es un partido que se
nutrió de mucho lo más valiente de los movimientos de izquierda del siglo XX en
nuestro país, pero que tan pronto como se volvió la tercera fuerza política se
dedicó a ocupar placentera y pasivamente su sitio en las instituciones del
Estado sin tratar de cambiarlas para bien de la ciudadanía. En la mayoría de
los casos, incluso, apropiándose de los cuadros y las prácticas más corruptas
del PRI.
El PRD es un partido que lleva la
palabra “revolución” en sus siglas y que, sin embargo, se dedica únicamente a
ser un conservador del orden establecido, a tejer componendas y a actuar en
beneficio de las cúpulas. El PRD es partido de una supuesta izquierda
revolucionaria que ha promovido reformas neoliberales que beneficiarán a unos
cuantos y que mantendrán como hasta ahora invisibilizados, sin justicia y en la
miseria a millones de mexicanos pobres, indígenas, mujeres, ancianos y niños.
¿Hay algo más contradictorio que eso?
Los gobiernos neoliberales dividen,
fragmentan. Promueven el mérito individual y la competencia, la meritocracia
puntista a través de la evaluación y el castigo. Ésa es su fuerza. Desarmar a
los grupos, los sindicatos, las comunidades. Desalentar y criminalizar las
movilizaciones. Impedir que las minorías construyan una lucha colectiva.
México, por lo tanto, necesita una izquierda capaz de unir, de hacer confluir
las fuerzas, los talentos y los anhelos de toda la gente y grupos identificados
con el pensamiento de izquierda pero que están fuera de las herméticas y
verticales estructuras partidistas desde donde unos cuantos toman las
decisiones.
La izquierda institucional se
sorprendería de lo inmensamente grande que es la oposición social dispersa y
descontenta con la realidad actual del país. Si no estuviera ocupada firmando
pactos con las cúpulas y se dedicaran a conformar un bloque social alternativo
como el que espontáneamente hizo confluir Yo Soy 132, este país sería otro.
Pero no lo harán porque no les conviene. Así que eso nos toca a nosotros, la
ciudadanía.
El PRD y otros partidos de
izquierda se han decantado ya por pasar del socialismo a una izquierda
neoliberal que se conforma con gestionar las movilizaciones sociales con la
vieja lógica corporativista del PRI.
4. Miguel Ángel Mancera
La Ciudad de México solía ser,
hasta hace no mucho, el laboratorio donde la izquierda había demostrado con
mayor éxito que en el resto del país lo que nunca se le permitió a nivel
nacional desde el fraude electoral perpetrado en su contra en 1988: ser capaz
de gobernar y de hacerlo sorprendentemente bien.
Sin embargo, a la llegada de
Marcelo Ebrard y posteriormente de su protegido Miguel Ángel Mancera, esta
supuesta izquierda de escuela salinista ha empleado la vía reformista para
diezmar y criminalizar los movimientos ciudadanos de todo el país que
tradicionalmente y por estrategia tienen sitio en la capital.
Un próximo mandato de la
izquierda en el DF está en duda; esto sólo hará que el PRI se fortalezca y que
probablemente vuelva a ejercer el gobierno de la capital, lo que significaría
un retroceso de décadas y una debacle para este país.
*Texto tomado de mi columna Metales Pesados en la revista Emeequis.