: quién es la señora amparo dávila







1.Quién es la señora Amparo Dávila

La señora Amparo Dávila es una de las mejores cuentistas –si no es que la mejor– de la tradición mexicana. Nació en 1928 en un pueblo llamado Pinos, en el estado de Zacatecas –donde también nací yo, por lo que tuve la fortuna de leerla en la adolescencia–. La señora Amparo Dávila es autora de tres de los mejores libros de relatos que se han escrito en México: Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1964) y Árboles petrificados (1977). Los tres primeros de ellos en ediciones únicas, tirajes muy modestos y casi inconseguibles que tardaron en promedio un cuarto de siglo en ser reeditados.

La señora Amparo Dávila era una muchacha solitaria y con una imaginación excéntrica en un pueblo conservador y perdido de uno de los estados más desolados del país. A pesar de ello –o quizá gracias a ello–, escribió cuentos tan modernos y carverianos aun cuando Raymond Carver ni siquiera vislumbraba la intención de escribir cuentos carverianos.

A diferencia de la de aquél, su contemporáneo, la literatura de la señora Amparo Dávila no sólo era conocida únicamente por algunos iniciados, y sus raros libros pasados secretamente de mano en mano como reliquias; sino que fue invisibilizada durante años por tres factores: 1) escribir relatos fantásticos –y no los relatos nacionalistas, costumbristas o de vanguardia que se estilaban en su época–; 2) haberse criado no en la capital del país, ni en el centro, sino en la periferia, en la más profunda provincia mexicana; y, por último, 3) ser una mujer en un país, un medio editorial y una tradición esencialmente machistas, que se atrevió a llevar a cabo las dos proezas anteriores: escribir relatos fantásticos desde la más profunda provincia mexicana. No en vano la dedicatoria de su temprano Tiempo destrozado: “A mi padre”. Es decir: al hombre a pesar del cual Amparo Dávila se volvió escritora.

La señora Amparo Dávila se atrevió a escribir desde los márgenes de una tradición fundamentalmente realista y patriarcal. Por lo que es justo decir que siempre ha sido una marginal, una rebelde, una excéntrica en la mejor y más original de sus acepciones: la que permanece fuera del centro.


2. Lo maravilloso y lo fantástico en los relatos de la señora Amparo Dávila

La primera vocación de la señora Amparo Dávila –como la protagonista de su relato “La noche de las guitarras rotas”– no fue la literatura, sino la alquimia.

A decir de Todorov, el artefacto que opera en un relato para que éste sea fantástico, consiste en la ambigüedad que experimenta el lector entre adoptar una explicación natural para los acontecimientos extraordinarios que ocurren en el texto, o admitir que éstos se inscriben de lleno en el plano de lo sobrenatural. Y la señora Amparo Dávila es una maestra para lograr esto.

Sin embargo, los cuentos de autoras y autores de América Latina –como la propia Amparo Dávila y contemporáneos suyos como Juan José Arreola, Julio Cortázar, Francisco Tario, Rosario Ferré o Filisberto Hernández, no encajan ya en el modelo eurocentrista de Todorov. En muchos de los relatos de estos autores, los acontecimientos extraordinarios pasan casi siempre a un segundo plano o se asimilan de inmediato como problemas y contratiempos domésticos o familiares: “Casa tomada”, de su amigo Julio Cortázar, “Ello” de Mario Levrero o “El huésped” de Amparo Dávila, son tres estupendos ejemplos de este nuevo modelo de relato latinoamericano heredero de la Metamorfosis de Kafka, para los que la noción de Todorov ya no se ajusta ni es suficiente.

En este nuevo tipo de cuento hispanoamericano en los que se inscriben los libros de Amparo Dávila, los enigmas y los misterios de la fábula no recaen más en la drástica alteración sobrenatural de los ejes espacio-temporales del mundo objetivo; sino que pasan a formar parte intrínseca del problema humano: dan un paso más allá y se tornan existenciales. Por ello, la carga de sentido más fuerte en los relatos de Amparo Dávila reside en el plano simbólico, ya no en la gratuita y misteriosa disrupción del orden natural, como sí ocurre en los cuentos fantásticos tradicionales.

La señora Amparo Dávila, del pueblo de Pinos, Zacatecas, es una pionera.





3. Los temas de la señora Amparo Dávila

Los relatos de la señora Amparo Dávila parecerían de inicio tomados de un molde victoriano. Eso sólo hasta que algo terrible e inesperado ocurre. Su imaginario está lleno de  mujeres sometidas a los roles tradicionalmente impuestos por el patriarcado que deciden oponerse o rebelarse en un punto de la historia; se desarrollan dentro de un cuadro de costumbres de una clase media aspiracional del interior de la república. El catolicismo exacerbado, la familia tradicional como núcleo de los conflictos, los ambientes y las atmósferas claustrofóbicas de las casonas porfiristas o las antiguas haciendas suelen ser sus escenarios. Pero esto únicamente hasta la aparición de una amenaza invisible que llega a trastocar ese orden.

La aparición aquello que Roger Caillois llama “la ‘cosa’ indefinible o invisible, pero que pesa, que está presente, que mata o que daña”, es un elemento constante en muchos de los cuentos de Amparo Dávila. La indefinición de esta presencia informe y amenazante –de la que no se dan descripciones jamás para lograr un efecto estilístico– es uno de los recursos más utilizados a lo largo de toda la literatura fantástica: “El Horla” de Maupassant y “El engendro maldito” de Ambrose Bierce, son dos de los moldes clásicos de este recurso. “El huésped”, “Óscar”, “La celda” y “El espejo” son modelos de lo recurrente de este rudimento técnico en la obra de Amparo Dávila.

Lo inesperado, eso indefinible que causa tensión en los textos de Amparo Dávila, aparece casi sin variedad disparado por un detonante sensorial: un aroma, un sabor, una sensación. En este punto, sus personajes se pasean ya peligrosamente como funalmbulistas a lo largo de una delgada frontera entre la cordura y la locura; o, bien, entre el mundo objetivo y el mundo alienado por lo sobrenatural. Este punto de inflexión, por lo general, define además el meridiano estructural de dichos relatos, un parteaguas para el que jamás hay arreglo ni retorno: sus personajes enferman terriblemente, caen en un infortunio tras otro, son víctimas de un insomnio desquiciante que medra su cordura poco a poco; la angustia, la sospecha, los celos o una amenaza del exterior los arrinconan, los someten. El delirio se hace aquí presente en una de sus definiciones más contemporáneas: el lenguaje de pronto se quiebra, pierde sentido, deja de significar a los significantes, los objetos, las acciones o las personas. La realidad parece que se disloca, que se enrarece.

Los personajes femeninos de Amparo Dávila están constantemente sometidos a cumplir los roles de lo que en un México conservador de mediados del siglo XX se esperaba de las mujeres. Madres, esposas, amas de casa. No hay locura ni neurastenia en los personajes femeninos de Amparo Dávila cuando estas crisis devienen o cuando estas expectativas patriarcales no son cumplidas: ya sea que su amante las abandone, o que ellas renuncien a serle fiel a su prometido; ya sea que pierdan a su pareja en un accidente fatal o que ellas mismas narren una pérdida desde las profundidades de la muerte. La crítica literaria androcéntrica nos ha querido hacer creer durante años que los cuentos de Amparo Dávila son cuentos de mujeres locas. Cuando son lo contrario: relatos de mujeres rebeldes.

Según palabras de Marcela Lagarde, “la locura femenina definida como tal en la cultura patriarcal es aquella que se suma a la renuncia y a la opresión política. Es el conjunto de dificultades para cumplir con las expectativas estereotipadas del género: ser una buena mujer, hacer un buen matrimonio, criar bien a los niños, tener una familia feliz, y todo lo que se añade según la situación de las mujeres, es base para la locura de las mujeres”.

Las protagonistas de los cuentos de Amparo Dávila terminan, por tanto, rebelándose a una realidad que las somete. Las mujeres que narra Amparo Dávila, tal como ha hecho ella a lo largo de su vida, dejan de obedecer invariablemente al molde que les impone el patriarcado dominante para volverse unas rebeldes incluso a costa de su propia aniquilación.