Concejo Indígena de Gobierno, la batalla que viene
¿Qué
es el CNI?
El origen del Congreso Nacional Indígena (CNI)
se remonta al 12 de octubre de 1996. Es
un espacio que convocó a todos los pueblos indígenas para reforzar y propiciar
la reflexión y la confluencia de sus resistencias por sus territorios y sus
culturas, reconociendo sus propias formas de organización, representación y
toma de decisiones.
El CNI es un cúmulo de
rebeldías y resistencias construidas a en torno a asambleas y juntas de buen
gobierno a lo largo de los últimos veinte años. El CNI no es un partido
político.
Durante el V CNI --del
9 al 14 de octubre del 2016--, el Congreso se declaró en asamblea permanente y
acordó nombrar un Concejo Indígena de Gobierno (CIG) “cuya palabra sea materializada
en una mujer indígena, una delegada que contienda a nombre del CNI y el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el proceso electoral del 2018 para
la presidencia de este país”.
El pasado 29 de mayo,
María de Jesús Patricio, del pueblo nahua, fue elegida como su vocera.
¿Por
qué vocera y no “candidata”?
El sistema de partidos políticos en México
practica en los hechos una función contraria a la que debería cumplir para
quienes aún creen en las instituciones: activar la participación de la sociedad
civil en los asuntos de gobierno como característica de una democracia que no
se limite a la votación en las urnas. Las políticas neoliberales han acentuado el
distanciamiento entre la oligarquía que tiene secuestradas dichas instituciones
y el pueblo: parecería que afuera de las pequeñas y mezquinas cajas
conceptuales de los partidos y sus periodos sexenales, no existiera vida
democrática. Es más: ellos han promovido una profesionalización de lo político,
e incluso del activismo, para desmovilizar y segregar la vida política del
país.
El sistema de partidos
es un sistema paradigmático. Y como todo paradigma, se cierra en sí mismo. Es
excluyente y no permite cambios. Un auténtico cambio de paradigma implicaría
que toda esa oligarquía, esa gente que vive de simular procesos democráticos, se
volvieran de pronto obsoletos. Inservibles. Un auténtico cambio de paradigma
sería inducido, como dice Iván Illich, por un elemento de contraproductividad. Es decir, una disrupción dentro de un sistema
de continuidades en esta lógica capitalista en que opera la supuesta vida
democrática institucional. Un Concejo Indígena de Gobierno y una vocera
indígena que apareciera en las boletas de ese sistema cerrado de consumo
valdría exactamente como un elemento de contraproductividad
que no les generaría ganancias de ningún tipo, sino pérdidas en capitales pecuniarios
y capitales simbólicos.
Por eso, tanto la
derecha como el partido del régimen y la izquierda institucionales, ven al recién
instaurado CIG como una amenaza.
Contraproductividad
en el sistema político
El primer reflejo condicionado tanto de
las franquicias-partido, los consumidores-electores como de los
intelectuales-publicistas, ha sido encajar a la fuerza a la vocera del CIG en
alguna de sus categorías pre-instauradas de consumo: “Candidata”; y al propio
CIG en otra: “Partido”. Anhelan asimilarlos dentro de las estrechas categorías
de su sistema antes de que éstos traben el engranaje. Antes de que se vuelva
peligrosa su contraproductividad.
El CIG es el mayor alzamiento
indígena no violento en la historia del México pre-colonial y colonial. Las
redes del sistema capitalista-electoral tienen como objetivo neutralizar el
gran elemento potencial de boicot que representa el CIG antes de que le generen
grietas más profundas en el corrupto y sangriento capitalismo-electoral del que
esas élites viven.
El Concejo Indígena de
Gobierno y su vocera no quieren los votos manchados con sangre de ese sistema.
Quieren destruir el sistema.
¿Por
qué indígena y por qué mujer?
Pierre Bordieu llamó racismo intelectual a la práctica dentro de las instituciones que, en
vez de fomentar la equidad de oportunidades, no hace sino convertirlas en cernidoras
para depurar y reforzar los privilegios de los grupos dominantes de la
sociedad. A partir de una triple intersección entre esas relaciones de poder
condicionadas por género, clase y raza, es que el CIG se plantea resquebrajar
los muros del capitalismo para dar un empujón final a las múltiples grietas
que, desde las resistencias indígenas de este país, se han ido abriendo en el muro
del poder de los de arriba.
El liderazgo vertical y
patriarcal, generalmente encarnado en figuras individuales masculinas, domina
el imaginario electoral neoliberal incluso en los cuadros de la izquierda
institucional (que, por cierto, también recibió como una amenaza la propuesta
de una vocera indígena mujer). Luchar contra esos prejuicios raciales, de clase
y género será una nueva batalla que María de Jesús Patricio y las otras
concejales del CIG darán, por tanto, no sólo entre una gran porción
conservadora de la sociedad mexicana, sino, como hemos visto, también entre una
opinión supuestamente progresista a nivel nacional.
*Texto tomado de mi columna Metales Pesados en el periódico El Sur.